Este San Isidro queda resumido en dos imágenes llegadas, directamente, desde el corazón de las tinieblas: del retrato de un hombre que abraza, con la mano ensangrentada, a quien le ha salvado la vida, a la lucha desesperada de otro que pone todo su empeño y voluntad en sobrevivir, haciendo surgir la belleza y el orden de la fiereza y el caos. David Mora, después de cortar las dos orejas de "Malagueño" de Alcurrucén, con don Máximo García Padrós. Y Alberto Aguilar ante un toro decimonónico de Saltillo. "En el fondo de toda belleza habita algo inhumano". Lo escribió Camus y ambas fotos -una de Sánchez Olmedo y otra de Cruz- lo demuestran.
"Penetramos más y más espesamente en el
corazón de las tinieblas. Allí había verdadera calma […] Si aquello significaba
guerra, paz u oración es algo que no podría decir […] Nos podíamos ver a
nosotros mismos como los primeros hombres tomando posesión de una herencia
maldita" (Joseph Conrad).
Y es que, probablemente, la tauromaquia sea la última manifestación visible de una herencia maldita: el recordatorio de que mañana podemos amanecer rodeados de belleza o en el mismo corazón de las tinieblas. Esa inhumanidad consustancial a la Fiesta, alejada del triunfalismo, es la razón y justificación de su existencia, mucho más que mil faenas hermosísimas de Manzanares.