¿Cuándo fue la primera vez que vi a Fandiño? A diferencia de David Mora, a Iván no lo recuerdo de novillero. La
primera vez que acudí a una plaza y estaba anunciado fue su confirmación de alternativa en
Madrid, en el San Isidro de 2009. Iba de lila y oro, como Antoñete. Tengo el
cartel de esa feria colgado en mi dormitorio, al lado de la ventana: Ferrera, Morenito y Fandiño con toros
de José Luis Pereda. En mi memoria, Fandiño se doctoró en Las Ventas con un cinqueño basto y silleto en una faena de una fragilidad que no encajaba con el aspecto poderoso y adusto del desconocido confirmante. Con el sexto, monumental, bruto y deslucido, Iván se llevó una descomunal voltereta y después se tiró a matar arrebatado y valiente. Creo que lo ovacionaron en ambos. Lo que sí recuerdo con claridad fue el susto del batacazo.
Le perdí la pista hasta el 2 de mayo de 2011, la
goyesca de la Comunidad de Madrid. Una corrida de Carriquiri con Fundi y
Robleño. Cortó entonces su primera oreja en Las Ventas (era sobrio hasta para
vestir "de pijama": se hizo uno blanco con el bordado en azabache).
Ése fue el año de su "descubrimiento" en Madrid y volvió varias
tardes. En otoño, mano a mano, por primera vez, con David Mora, rival y amigo. Fandiño, que toreó puro y cargando mucho la suerte, terminó hecho un Cristo y vestido con unos vaqueros. Absoluta entrega de ambos compañeros que, a la postre, habían sido los toreros revelación de la temporada. También como Antoñete, pronto Iván cogió la costumbre de aguardar en aquel rincón sombrío del túnel de cuadrillas de Las Ventas, con la mirada fija en el portón de salida, dispuesto a jugarse la vida a una sola carta: "la suerte o la muerte" de Gerardo Diego.
En junio de 2012, me cogí un autobús Madrid-Bilbao para ver
su encerrona con distintas ganaderías con motivo del 50 aniversario de la plaza. El de Orduña no tenía necesidad de estoquear seis toros en Vista Alegre: a fin de cuentas, no lo necesitaba en aquella temporada en la que sumaba el mayor número de contratos de su carrera. Al final, la apuesta personal fue un desastre: tarde desangelada, lluvia y apenas un
cuarto de plaza. A pesar de la hombrada, sus paisanos no le arroparon y los toros elegidos tampoco ayudaron en el triunfo. Ahí intuí que la imperturbabilidad de Fandiño tenía grietas y que la fragilidad de su confirmación en Madrid fue algo más que un presentimiento. Nada más hacer el paseíllo y ver las sillas de Vista Alegre vacías, las paredes de su propia casa se le vinieron encima. Con Iván uno aprendía que las gestas no siempre terminaban
bien, pero había que rematarlas.
En 2013, volvió a Las Ventas a dentellada limpia con una corrida de Parladé; como aquellos viejos soldados de nuestros
tercios de Flandes, con la espada ropera y la vizcaína siempre a mano. Le
recuerdo hecho un jabato y sin ponerse bonito: toreó de verdad, desbocado a
veces, como un temporal desecho, vehemente y muy ligado. Pegó una de sus estocadas a matar o morir
(siempre volcándose entre los pitones, el colofón imprescindible de una lucha
noble) y se llevó un cornalón en el muslo.
En 2014, llegó, por fin, la tan meritoria Puerta Grande tras cortar una oreja de cada uno de sus toros de Parladé. Después de esa tarde,
llegué a la conclusión que, al lado de Fandiño, el grafeno parecía gomaespuma y que, como dice el refrán, "el buen valor asusta a la mala suerte". Fue
cuando se tiró a matar sin muleta allá por el tendido 5, sacando el brazo desde el centro del pecho, sin ventajas, lanzándose entre los pitones con gallardía y clavando arriba. Emoción a espuertas -que no perfección- de un torero luchador y curtido. A esas alturas, que Fandiño no era
Curro Romero se sabía, ni falta que hacía.
En marzo de 2015, nueva encerrona fracasada: la de Las
Ventas con seis ganaderías legendarias. Apostó y perdió, pero nadie le reconoció el
valor de tirar la moneda al aire. Hay hombres que le compran un billete a
Caronte sin saber si habrá boleto de vuelta. Y Fandiño lo hacía a
menudo. Las gestas del héroe no siempre tienen un final feliz. Eso también lo
aprendimos con Fandiño: a superar desilusiones inevitables y a mirar a los ojos a nuestros propios demonios. Semanas después de aquello, indómito y tenaz, Iván regresó a San
Isidro yendo a porta gayola. Esa redención en la misma puerta de toriles tampoco la olvido.
En los últimos años, Fandiño, en Madrid, se convirtió en un
proscrito. Pero incluso eso casaba con su carácter. Yo siempre acudía a la plaza esperando que volviera a triunfar en cualquier momento. La fe en los toreros de uno resulta inquebrantable... La última vez que lo vi fue, de nuevo, en Las Ventas, el pasado 29 de mayo. En esa tarde ventosa, clavó las zapatillas en los medios e hilvanó varios pases cambiados; después, dos buenas series de naturales, atando el pitón a la tela, unas bernardinas y una ovación -quién imaginaba de despedida- que aún me parece escuchar tendido abajo.
Y después de tantas estocadas cabales, acabó muriendo de una cornada durante un quite a un toro que no era el suyo, muy lejos de Las Ventas, la que fue su plaza; porque "la vida es sombra, y el toreo sueño"... y la muerte no llega igual para todos. El verdadero conocimiento de los toreros, de las personas, es póstumo; y la memoria de Fandiño conduce a la ejemplaridad de una vida sin concesiones. Yo lo recuerdo así.
Y después de tantas estocadas cabales, acabó muriendo de una cornada durante un quite a un toro que no era el suyo, muy lejos de Las Ventas, la que fue su plaza; porque "la vida es sombra, y el toreo sueño"... y la muerte no llega igual para todos. El verdadero conocimiento de los toreros, de las personas, es póstumo; y la memoria de Fandiño conduce a la ejemplaridad de una vida sin concesiones. Yo lo recuerdo así.