domingo, 13 de enero de 2013

Amores marineros


La copla también huele a mar y canta a los amores porteños: cafés de marineros, voces roncas de aguardiente, barcos con nombre extranjero, riñas de guapos en un puerto, hombres rubios como la cerveza... Tras escuchar en la radio este fin de semana tres temas a cual peor ("En el muelle de San Blas" de Maná, "Soldadito marinero" de Fito y los Fitipaldis y "Naturaleza muerta" de Mecano), he elegido mis tres coplas marineras favoritas. La primera es un clásico del repertorio: "La Lirio", con sus sienes moraítas de martirio. Antes de convertirse en copla, Rafael de León compuso este bello y extenso romance sin musicar (merece la pena leerlo completo):  

«
Por la arena de la playa
va con un hombre la Lirio.
La tarde pone en sus ojos
un barco de plata y vidrio,
mientras que Cádiz se enciende
a lo lejos como un cirio,
en un altar encalado
de torres en equilibrio.

-No sé qué sería de mí
si me dejaras, mocito-,
suspira dulce y lejana
y en un sollozo, la Lirio.

El hombre moreno y alto
con voz de viento salino
le dice mientras su talle
aprieta como un jacinto:
-Llevo tu nombre en el brazo
tatuado desde niño
y en el corazón un ancla
de juramento perdido».

Sobre este romance, en 1944, el propio Rafael León, junto a Manuel Quiroga y José Antonio Ochaíta, compuso la Lirio de la copla, en la que un hombre venido de Cuba, por cincuenta monedas de oro, le arrebató su lirio moreno a aquel mocito tatuado de amor.


  
Si loco de celos se volvió el novio de la Lirio, no fueron más livianos los jachares de la protagonista de la siguiente copla, "Celos":

«
Llegaste un día en un velero
silbando, alegre, una canción
y desde entonces, compañero,
ya no di cuenta ni razón.

Entre tus brazos, como loca,
luna y estrellas vi pasar
y me dejaste en la boca
como un regusto a vino y mar».


Sin embargo, los hombres que de lejos trae el mar, tal y como reza otra copla, no son de fiar: "se parecen a las olas y nadie sabe si volverán". Se marchan una tarde, con rumbo ignorado, en el mismo barco que lo llevaron a puerto, dejando olvidados besos y promesas. 
«Él vino en un barco
de nombre extranjero
lo encontré en el puerto
un anochecer,
cuando el blanco faro
sobre los veleros
su beso de plata
dejaba caer.

Era hermoso y rubio como la cerveza,
el pecho tatuado con un corazón,
en su voz amarga
había la tristeza
doliente y cansada
del acordeón.

Y ante dos copas de aguardiente,
sobre el manchado mostrador,
él fue contándome entre dientes
la vieja historia de su amor».




La célebre "Tatuaje" de Xandro Valerio, León y Quiroga -para algunos, la mejor copla de la historia- también tuvo un precedente poético titulado "Café de Puerto":

«La puerta no se cierra ni de día ni de noche
y el mar es el cliente mejor de la taberna,
que tiene un nombre ambiguo de tienda de perfume
lejano de las algas y enemigo del viento.
[…] El farol de la puerta lo ha encendido la tarde;
alguien canta lejano en idioma extranjero;
el mostrador se llena de aguardiente y de risa
y los hombres discuten de mujeres y barcos.
“Te pareces a un novio que yo tuve hace tiempo;
se tatuó mi nombre y mis dos apellidos,
y cuando no bebía en las noches de luna
me cantaba canciones de su tierra caliente...»
Después de este repaso, seguro que alguien me lee la cartilla por no incluir "Amor marinero", inmortalizada en la voz de Rocío Jurado (aunque su versión tampoco es mi preferida). Lo lamento: es una canción demasiado moderna para mí y, además, tiene un final feliz. Las auténticas coplas que provienen del mar no dejan miel en la boca, sino labios cuarteados por culpa de la sal... y las lágrimas.



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