No puede entenderse en su plenitud la última película de Wes Anderson, El Gran Hotel Budapest, sin haber leído previamente las memorias de Stefan Zweig. La cinta, que se proyecta actualmente en numerosos cines, cuenta la historia del conserje de un lujoso hotel europeo ubicado en una ficticia ciudad-balneario de un imaginario país alpino. Y, como telón lo fondo, los levantamientos que transformaron el Viejo Continente durante la primera mitad del siglo XX.
“Tal vez resulte difícil describir a
la generación de hoy, que se ha criado en medio de catástrofes,
ruinas y crisis y para la cual la guerra ha sido una posibilidad
constante y una expectativa casi diaria, tal vez resulte difícil,
digo, describirle el optimismo y la confianza en el mundo que nos
animaba a los jóvenes desde el cambio de siglo. Cuarenta años de
paz habían fortalecido el organismo económico de los países, la
técnica había acelerado el ritmo de vida y los descubrimientos
científicos habían enorgullecido el espíritu de aquella
generación; había empezado un período de prosperidad que se hacía
notar en todos los países de nuestra Europa casi con la misma fuerza
[...] Al mismo tiempo una prodigiosa despreocupación había
descendido al mundo, porque ¿quién podía parar ese avance, frenar
ese ímpetu que no cesaba de sacar nuevas fuerzas de su propio
empuje? Nunca fue Europa más fuerte, rica y hermosa; nunca creyó
sinceramente en un futuro todavía mejor; nadie, excepto cuatro
viejos arrugados, se lamentaba como antes diciendo que los tiempos
pasados eran mejores” (Zweig).
George Steiner sostenía que “el
revestimiento de elevada civilización encubría profundas fisuras de
explotación social, que la ética sexual burguesa era una capa
exterior que ocultaba una gran zona de turbulenta hipocresía; que
los criterios de genuina alfabetización se aplican sólo a unos
pocos, que el odio entre generaciones y clases era muy profundo, por
más que a menudo fuera silencioso; que las condiciones de seguridad
del faubourg y de los parques se basaban sencillamente en la aislada
amenaza mantenida en cuarentena de los barrios bajos [...] Todo esto
es manifiesto. Lo sabemos en nuestros momentos racionales. Sin
embargo es éste un tipo de conocimiento intermitente menos inmediato
a nuestro curso de sentimiento que la mitología, que la metáfora
cristalizada, generalizada y compacta de un gran jardín de
civilización que está ahora devastado”.
Tras leer la obra de Zweig y Steiner, se constata que, alrededor del año 1900, se registró una terrible tendencia, una intensa sed por lo que Yeats iba a llamar “la marea teñida de sangre”. Exteriormente brillante y serena, la Belle Époque llegó a estar amenazadoramente madura. Nadie pudo profetizar lo que luego acaeció, la disolución de las normas civilizadas y de las esperanzas humanas.
Si la historia se repite, con nuestro dilatado período de paz de casi 70 años, nuestro rollizo Estado del Bienestar, nuestro poderío tecnológico, nuestro relativismo moral y nuestro culto al cuerpo, ¿no estamos cometiendo los mismos errores que en la Belle Époque? Si tradicionalmente las guerras han jugado un papel regulador de los desmanes sociales, ¿quién o qué va a hacer que volvamos a poner los pies sobre la tierra?
"Todavía quedan destellos de civilización en esta salvaje carnicería a la que una vez llamaron humanidad" (El Gran Hotel Budapest)
Un análisis brillante. Magnífico.
ResponderEliminar