Ni el bueno fue tan bueno... ni el malo fue tan malo. Hablo de los Miuras en Sevilla, que se quedaron ahí, en un agujero negro que absorbe la casta entre Zahariche y La Maestranza. Para festejar el Domingo de Resurrección, no se lidió ningún toro de bravura excepcional ni ningún arranca-cabezas. Los dos ejemplares "medio-buenos" fueron primero y segundo y, los demás, salieron "medio-malos". Todos bonitos y bien presentados, eso sí. La gran incógnita a resolver es: ¿cómo es posible que, con unos toros así, la miurada durase tres horas?
Manuel Escribano y Daniel Luque apostaron por la cantidad, no por la calidad. Mucho pase plomizo, como el cielo de Sevilla. Confirmaron las sospechas que algunos albergábamos: son malos lidiadores, espesos y poco resolutivos a la hora de adaptarse a sus toros. En otras manos, la miurada se habría despachado en dos horas y, sin ser excesivamente optimistas, se habrían paseado dos orejas. La realidad fue otra bien distinta: seis silencios como seis Maestranzas. Pulso fallido. Pero esto, como digo, algunos ya nos lo temíamos. La decepción, por tanto, vino de la ganadería de Miura. Esperábamos otra cosa. Más café cargado y menos leche desnatada.
La afición, sin embargo, que es bendita, peregrinó hasta la plaza a pesar de que el pronóstico meteorológico aconsejaba lo contrario. El sol estaba lleno y la sombra, casi. Tres cuartos de entrada en total. Los acentos en el tendido sonaban variopintos. Mucho francés y medio Aljarafe sevillano. Al sexto, cuando el cielo volvía a teñirse de cárdeno oscuro, una voz gritó: "¡Mátalo ya, Luque, que nos mojamos!". Y así acabó la cosa. Como sopas de camino a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario