"Cuando una cultura relega al desván de las cosas pasadas de moda el ejercicio de pensar y sustituye las ideas por las imágenes, los productos literarios y artísticos son promovidos, aceptados o rechazados por las técnicas publicitarias y los reflejos condicionados de un público que carece de defensas intelectuales y sensibles para detectar los contrabandos y las extorsiones de que es víctima. Por ese camino, los esperpentos indumentarios que un John Galiano hacía desfilar en las pasarelas de París (antes de descubrirse que era antisemita) o los experimentos de la nouvelle cuisine alcanzan el estatuto de ciudadanos honorarios de la alta cultura".
"La diferencia esencial entre aquella cultura del pasado y el entretenimiento de hoy es que los productos de aquélla pretendían trascender el tiempo presente, durar, seguir vivos en las generaciones futuras, en tanto que los productos de éste son fabricados para ser consumidos al instante y desaparecer, como los bizcochos o el popcorn. Tolstói, Thomas Mann, todavía Joyce y Faulkner escribían libros que pretendían derrotar a la muerte, sobrevivir a sus autores, seguir atrayendo y fascinando lectores en los tiempos futuros. Las telenovelas brasileñas y las películas de Bollywood, como los conciertos de Shakira, no pretenden durar más que el tiempo de su presentación, y desaparecer para dejar el espacio a otros productos igualmente exitosos y efímeros. La cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura" (Mario Vargas Llosa).
Aprovechando las palabras de Vargas Llosa, no puedo pasar por alto la "obra maestra" de la última edición de ARCO, ese contenedor de desechos de tientas donde todos los artistas que se autoproclaman "modernos y rompedores" escupen su porquería. El detritus "Always Franco" -la escultura del dictador dentro de una nevera de Coca-Cola- causó sensación. Su autor, un tal Eugenio Merino, daba, con esta explicación, una idea muy clara de la catadura moral e intelectual de los neo-artistas: "Los pueblos son sanos cuando se ríen de su pasado, porque es una manera de enterrarlo. Pero Franco sigue siendo un resorte partidista. Es un fantasma congelado y no se marcha. Al principio barajé incluir a Mao Zedong, pero no funcionaba tan bien. Franco en una nevera es la imagen de su permanencia en nuestra cabeza".
Si el pasado es cosa de risa, ¿qué será del presente con manifestaciones "culturales" como ésta? La Coca-Cola, por cierto, es valenciana... aunque la llamábamos Nuez de Cola, que suena mil veces mejor.
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