Es tan delicioso, tanto en forma como en contenido, que no puedo dejar de copiar un largo fragmento del libro "España nervio a nervio" de Eugenio Noel. El protagonista es Colás (diminutivo cariñoso de Nicolás), un mayoral enamorado que pide al autor que le ayude a escribir una carta dirigida a su novia, la Norberta. Antes, pasan el día en el campo rodeados de toros bravos:
"Ha traído Colás la bota y nos hemos sentado los dos cerca de un labajo, donde se bebe tranquilamente un asnillo, sobre los hierbajos a abrojos que motean el césped corto de los pastos, el mullido aterciopelado de la pradera. Un puentecillo rústico de grandes lascas pizarrosas salva el caz limpio hasta la madre vieja y unas ciénagas o remansos cargados de légamo rojizo. ¡Qué bien sabe este chorro de color de rubí que cae de la bota!... El clarete aloque sabe aquí a gloria. Aquí… ¿Es el gusto del vino o es el paisaje adorable el que regocija nuestro espíritu inquieto?... Colás se limpia los hocicos con la vuelta de su zamarra y se cree en el deber de elogiar el vino. Yo no deberé olvidar nunca que se llama así porque vino del cielo. Y el mozarrón ríe satisfecho de haberme enseñado el origen de esa palabra. El elogio del vino es obligado en el campo. El agua… ¡bah!... el agua… buena para el haza que espera la semilla, para la serna dura que rechaza el arado. Shakespeare hablaba como este mozo: as false as water… Pérfida como el agua… Hace sonreír el cuidado con que Colás deja la bota entre los jarales. La goma de los jarales va bien con la pez de la bota: yo tampoco sabía esto. Son buenos compañeros, como el fresno y el chopo, como el acebuche y la encina. ¡Qué buenas migas hacen el chopo y el castaño!... Colás y yo hablamos de estas cosas; ¿qué otras tenemos que decirnos?
A veces se inquieta un poco; nada de cuidado, un toro cortajano, galgueño, chatobroco, que anda al cobijo de los madroñeros, huido desde la víspera, en que fue vencido por otro. Solitario, mohíno, receloso, se cura sus heridas entre los pinsapos y los abetos rojos, encampanado, todo él lleno de rencores. A veces se levanta Colás, agarra un guijarro de entre las eneas y los barrillares y, sin tirarlo, da una gran voz; el toro escucha un momento, amusgado y venteando con su magnífica cabeza. Es preciso mirar la bellísima res, aquellos poderosos rasgos que definen sus contornos en este aire sutil del prado con una limpieza asombrosa. Nada más bello que su estampa, que su testuz ancha, que sus ancas, que su morro, su gatillo, el garguero, la papada, las líneas de su masa arrosalada desde las agujas hasta la cola… Los ojos del vaquero brillan delante del toro atento. ¿Obedecerá el toro sardo de los lomos claros? El borlón o hisopo de la cola azota las ancas, las babillas de sus patas; escarba, muge débilmente y, perezoso, se va lento, muy lento, deteniéndose a escuchar, como si obedeciera al zagal de mala gana.
Vuelve Colás a echarse entre los arbustillos, entre estos mazos enanos de glumáceas aislados en los tamarindos, en las hojas del helecho. Sus ojos se entornan; piensa, sin duda, en lo que me ha de dictar esta noche para su Norberta… Pasa un manchonero caviloso en su burro, la azada al hombro, atabardilleado por el sol, canturrando una playera. Hay que darle vino y avisarle, aunque ya lo sabe de sobra, que no hostigue a los toros. Lo mejor para él será tomar por aquellos carrascales y retamas, por donde el arroyuelo serpentea entre chopos tuertos y secos. Sobre todo, ojos con aquel toro huido que huronea por los alboceras y los alcornoques. Delicioso es el acto sencillo de ver marchar a este hombre caballero sobre el rucio, con su cestita de vareta al brazo, su buen trago de peleón en el buche, su alegre voz, que canta cosas tristes.
Es muy agradable caminar entre los toros, en una tarde como ésta, tan bella, tan dulce… por un sitio que inspira al corazón los más suaves ensueños. ¡Oh ese toro, Colás!... No haya miedo; esos bichos tienen un alma extraña. Gozan horas enteras descansando, echado en esas tierras concejiles, sobre las verdes taraceas de los pastos tiernos; pero de improviso sienten enardecida su sangre por ruidos que sólo ellos oyen, por olores que sólo a ellos llegan. Sin embargo, Colás anda de un lado para otro, los dedos en los labios, presto a dar un silbido que detendrá al toro desmandado, un toro enorme, chorreado, brocho, casi cubeto".
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