"Les Bastides Blanches, c´était una paraoisse de cent cinquante habitants, perchée sur la proue de l´un des derniers contreforts du massif de l´Étoile, à deux lieues d´Aubagne... Una route de terre y conduisait par une montéee si abrupte que de loin elle paraissait verticale: mais du côte des collines il n´en sortait qu´un chemin muletier d´où partaient quelques sentiers qui menaient au ciel. Une cinquantaine de bâtisses mitoyennes, dont la blancheur n´était restée que dans leur nom, bordaient cinq ou six rues sans trottoir ni bitume; rues étroites à cause du soleil, tortueuses à cause du mistral.
[...] Enfin, une particularité des Bastides, c´était qu´on n´y trouvait que cinq ou six noms: Anglade, Chabert, Olivier, Cascavel, Soubeyran: pour éviter des confusions possibles, on ajoutait souvent aux prénoms, nom pas le nom de famille, mais le prénom de la mère: Pamphile de Fortunette, Louis d´Etiennette, Clarius de Reine.
[...] Ils vivaient de leur légumes, du lait de leurs chèvres, du cochon maigre que l´on tuait chaque année, de quelques poules, et surtout du gibier qu´ils braconnaient dans l´immensité des collines.
[...] Le boulanger était un gros garçon de trente ans; il avait de belles dents, et des cheveux plats très noirs, mais toujours poudrés de farine. Il riait volontiers , et s´intéressait à toutes les femmes du village, et même á la sienne, une belle fille de vingt ans qui l´adorait. Il s´appelait Martial Chabert, mais à force de l´appeler Boulanger, on avait oublié son nom".
L´EAU DES COLLINES (Marcel Pagnol)
Marcel Pagnol (1895-1974) nació en Aubagne, en la región de la Provenza, el mismo año en que los hermanos Lumiére presentaron su cinematógrafo. En 1962, escribió la novela "El agua de las colinas", al que pertenece el anterior fragmento. Con esta base literaria, Claude Berri adaptó una película, dividida en dos partes, que en España llevaron el título de "El manantial de las colinas" y "La venganza de Manon", un extraordinario melodrama rural con Yves Montand, Daniel Auteuil, Gérard Depardieu y Emmanuelle Beart en el reparto. Ambas se rodaron en las colinas que rodean Aubagne, entre los meses de abril y diciembre de 1985. En sus principios, aún en la época del cine mudo, Pagnol -escritor, pero también realizador y productor- fue acusado por sus contemporáneos de realizar teatro filmado; décadas posteriores, sin embargo, la crítica francesa lo reconoció como un propulsor del neorrealismo italiano y acabó siendo el primer miembro de la Académie Française (1947). Sus personajes son una prolongación de la tierra, los sembrados y el sol de la Provenza.
Hace unas semanas compré en la FNAC las dos adaptaciones de Berri por menos de 20 euros. Jamás podría haber invertido mejor aquel billete. Las recomiendo encarecidamente. Son maravillosas, cuidadas hasta el último detalle, incluyendo el arreglo para la banda sonora de "La fuerza del destino" de Verdi.
Pagnol también llevó al cine las obras de algunos paisanos, como Alphonse Daudet (Nîmes, 1840-1897) o Jean Gionó (Manosque, 1895-1970).
"Sabrán que en Provenza se acostumbra enviar el ganado a los Alpes cuando llegan los calores. Brutos y personas permanecen allí arriba durante cinco o seis meses, alojados al sereno, con hierba hasta la altura del vientre; después, cuando el otoño empieza a refrescar la atmósfera, vuelven a bajar a la masía, y vuelta a rumiar burguesmente los grises altozanos perfumados por el romero. Quedábamos en que ayer tarde regresaban los rebaños. Desde por la mañana esperaba el zaguán, de par en par abierto, y el suelo de los apriscos había sido alfombrado de paja fresca. De hora en hora exclamaba la gente: «Ahora están en Eyguières, ahora en el Paradón». Luego, repentinamente, a la caída de la tarde, un grito general de ¡ahí están! y allá abajo, en lontananza, veíamos avanzar el rebaño envuelto en una espesa nube de polvo. Todo el camino parece andar con él. Los viejos moruecos vienen a vanguardia, con los cuernos hacia adelante y aspecto montaraz; sigue a éstos el grueso de los carneros, las ovejas algo fatigadas y los corderos entre las patas de sus madres, las mulas con perendengues rojos, llevando en serones los lechales de un día, meciéndolos al andar; en último término, los perros, sudorosos y con la lengua colgante hasta el suelo, y dos rabadanes, grandísimos tunos, envueltos en mantas encarnadas, que les caen a modo de capas hasta los pies.
Desfila este cortejo ante nosotros alegremente y se precipita en el zaguán, pateando con un ruido de chaparrón. Es digno de ver el movimiento de asombro que se produce en toda la casa. Los grandes pavos reales de color verde y oro, de cresta de tul, encaramados en sus perchas han conocido a los que llegan y los reciben con una estridente trompetería. Las aves de corral, recién dormidas, se despiertan sobresaltadas. Todo el mundo está en pie: palomas, patos, pavos, pintadas. El corral anda revuelto: las gallinas hablan de pasar en vela la noche. Diríase que cada carnero ha traído entre la lana, juntamente con un silvestre aroma de los Alpes, un poco de ese aire vivo de las montañas que embriaga y hace bailar. En medio de esa algarabía, el rebaño penetra en su yacija. Nada tan hechicero como esa instalación. Los borregos viejos enternécense al contemplar de nuevo sus pesebres. Los corderos, los lechales, los que nacieron durante el viaje y nunca han visto la granja, miran en derredor con extrañeza.
Pero es mucho más enternecedor el ver los perros, esos valientes perros de pastor, atareadísimos tras de sus bestias y sin atender a otra cosa más que a ellas en la masía. Aunque el perro de guarda los llama desde el fondo de su nicho, y por más que el cubo del pozo, rebosando de agua fresca, les hace señas, ellos se niegan a ver ni a oír nada, mientras el ganado no esté recogido, pasada la tranca tras de la puertecilla con postigo, y los pastores sentados alrededor de la mesa en la sala baja. Sólo entonces consienten en irse a la perrera, y allí, mientras lamen su cazuela de sopa, refieren a sus compañeros de la granja lo que han hecho en lo alto de la montaña: un paisaje tétrico donde hay lobos y grandes plantas digitales purpúreas coronadas de fresco rocío hasta el borde de sus corolas".
CARTAS DESDE MI MOLINO (Alphonse Daudet)
"Cuando inicié mi larga caminata por esas tierras desiertas, a una altura de entre mil doscientos y mil trescientos metros, no había más que llanuras desnudas y monótonas en las que sólo crecían lavandas silvestres. Atravesé el país por su parte más ancha y, después de tres días de camino, me encontré en una desolación sin par. Acampé junto a un esqueleto de pueblo abandonado. No me quedaba agua desde la víspera y necesitaba encontrarla como fuera. Esas casas arracimadas como un viejo panal de avispas, pese a estar en ruinas, me dieron a pensar que ahí, en otro tiempo, tuvo que haber una fuente o un pozo. Y así era; había un pozo, pero seco. Las cinco o seis casas sin tejado, corroídas por el viento y la lluvia, y la pequeña capilla con el campanario derrumbado, se alzaban como las casas y las capillas de los pueblos vivos, pero la vida misma había desaparecido".
EL HOMBRE QUE PLANTABA ÁRBOLES (Jean Gionó)
Pinturas de Van Gogh, Cézanne y Renoir
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