Antes de que España fuera invadida por una pandilla de cursis, a los sándwiches se les llamaba emparedados y al Bimbo sin corteza, pan inglés. En 1939, en este país había menos cursis y más espabilados. A esta segunda categoría pertenecía Antonio Rodilla, un guijuelense de 30 años que regentaba una pequeña charcutería en Callao, en pleno corazón de Madrid. Allí vendía, con éxito, embutidos traídos de su tierra que enloquecían a la sociedad más adinerada de la postguerra. Tras viajar fuera de España y conocer mundo, Antonio, que había pasado la contienda negociando en Tetuán, tuvo la idea de combinar sus fiambres con un pan mucho más ligero, sin corteza pero con algo de grasa, denominado "inglés".
Antonio, obsesionado, comenzó a investigar en el sótano de su charcutería hasta que dio con la receta de aquel exótico pan. ¿Qué mejor manera para aprovechar las traseras de las barras de jamón o de queso que hacer emparedados con este pan sin corteza? Inventó, así, en 1940, el "bocadillo de la clase alta", mucho más refinado que el bocata de tortilla al uso. El éxito fue descomunal. Cada fin de semana, cuando los sombríos madrileños salían de los cines de Callao y la Gran Vía, iban de cabeza a la charcutería de 60 metros cuadrados de Antonio, donde compraban, para llevar, varios emparedados a 3 y 4 pesetas con un vaso de agua, cortesía de la casa. Entre sus clientes más asiduos se hallaba Machín, quien tenía una debilidad por el emparedado de jamón serrano.
Durante los años del desarrollismo, Antonio creó el "sándwich" de ensaladilla rusa, una auténtica revolución hasta nuestros días, pues sigue siendo el producto más vendido de la carta. Un poco más adelante, en 1972, Rodilla abrió un segundo local en la calle Princesa, ya con barra y mesas.
En 2014, el negocio del charcutero Antonio, ya fallecido, cumple 75 años. A menudo, cuando tengo clase en el Instituto Francés, me gusta sentarme ante la cristalera del Rodilla de la calle Génova y contemplar al personal. Veo a las alumnas del Institut rematando sus deberes y a los camareros memorizando una larguísima lista de emparedados que les encargan los clientes. La variedad es descomunal, e incluso tienen uno especial para cursis, de pavo con miel y menta.
Si a un españolito de la postguerra, radiante con su emparedado de foagrás y su vaso de agua, le dices que, 75 años más tarde, en España comeríamos "sándwiches" integrales de pavo con miel y menta y Coca-Cola Light, le da un joenco del que no se recupera ni con las maracas de Machín.
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