"Las muñecas, sobre todo las muñecas grandes, los maniquíes, saben que no son de carne y saben también que no son de materia noble, como las estatuas. Pero, ¿qué saben? Sin duda, están cansadas, humilladas de no cumplir más que con una misión comercial, entristecidas de su obligación de estar siempre con una carita de estúpida felicidad. Nada pueden reivindicar para ellas. Hasta el traje es prestado. Y envejecen y mueren como las criaturas humanas, pero sin lograr, ni siquiera entonces, un respeto. Yo he visto, no sin horror, en los sótanos de unos grandes almacenes, una morgue de maniquíes jubilados, destrozados, amontonados sin piedad, unos revueltos con otros, esperando no sé qué juicio final esperpéntico. Había mostrado deseo de tener un maniquí, y la escasa generosidad e imaginación del comerciante me dio a elegir entre los que había en aquel monstruoso depósito de cadáveres.
- ¿De mujer?
- ¡Hombre, claro!
Empezó a revolver en aquel montón de novela de Poe o de Kafka. Con una naturalidad que a mí me hería, tiraba de un brazo o de una pierna, cogía cabezas que habían llegado a la vejez con una sonrisa adolescente. Hasta que dio con una muchacha casi entera. No le faltaba más que un pie.
- ¿Le gusta ésta?
Yo me quedé temblando y azorado. Todo, de pronto, adquiría un clima pobretón, inconfesable, surrealista.
- Bueno.
Me la trajeron a casa. Envuelta en unos trapos, la llevé a Cuenca. Y la enterré en el jardín, con ternura y respeto. No pude cerrarle los ojos porque tenía una azul mirada fija, absorta; pero le puse un pañuelo en la cara para que no la hiriese la tierra".
CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO
Quién creyera, milonguera, vos que siempre te reíste,
y que siempre te burlaste de la pena y del dolor,
ibas a mostrar la hilacha poniéndote seria y triste
ante una pobre muñeca modestita, y sin valor.
Yo te guardaré el secreto, no te aflijas, milonguita,
por mí nunca sabrá nadie que has dejado de reír,
y no vuelvas a mirar a la pobre muñequita
que te recuerda una vida que ya no puedes vivir.
Ríe siempre, milonguera, bullanguera, casquivana
para qué quieres amargar tu vida
pensando en esas cosas que no pueden ser.
Corre un velo a tu pasado, sé milonga, sé mundana,
para que así los hombres no descubran
tus amarguras, tus tristezas de mujer.
(Letra de Jacinto Font y música de Guillermo Cavazza)
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