miércoles, 6 de febrero de 2013

En el corazón de una bodega

"¡Nunca serenos! ¡Siempre con vino encima!
¿Quién va a aguarlo ahora que estamos en el pueblo y lo bebemos en paz?"
(Claudio Rodríguez)


Desperté el domingo por la mañana con las campanas de la concatedral de Logroño, cuyas torres gemelas, Rafael Azcona comparaba con dos banderillas puestas al Ebro. Como aún no había digerido la cena-degustación-de-siete-platos de la noche anterior, opté por el ayuno.


A las once y media nos esperaban en la bodega familiar de Castillo La Serna, a cinco kilómetros escasos de Logroño, dominios ya de La Rioja Alavesa. Desde que en la década de los 40 don Ramón plantó Tempranillo y Graciano entre Laserna y Laguardia, la familia Fernández ha vivido de la vid. Posteriormente, el hijo de don Ramón añadió Viuras y comenzó a elaborar vino en la casa familiar. A comienzos de los 90, la tercera generación trasladó la producción a la bodega actual, práctica y funcional. Allí nos recibió Javier, nieto de aquel don Ramón Fernández que sembró las primeras vides. Ahora poseen 70 hectáreas de cultivos: "en la bodega sólo trabajamos cuatro personas -nos explica Javier-: mi padre, mi tío, mi primo y yo. Lo hacemos todo nosotros: vigilamos la uva desde que nace hasta que embotellamos el vino. Durante la vendimia sí contratamos a gente para que nos eche una mano". Un paisano aún recuerda a Javier cuando, con apenas tres palmos de altura, ayudaba a su padre a podar la viña. "Somos muy pocos los que sabemos podar bien".


"El vino puede sacar
cosas que el hombre se calla.
Cosas que queman por dentro,
cosas que pudren el alma
de los que bajan los ojos,
de los que esconden la cara.
El vino entonces, libera
la valentía encerrada
y los disfraza de machos,
como por arte de magia...
Y entonces, son bravucones,
hasta que el vino se acaba
pues del matón al cobarde,
solo media, la resaca".
(Alberto Cortez)

La visita comienza en la planta a ras de suelo, donde se encuentra la nave de almacenaje, la embotelladora y la máquina de prensado. Conforme bajamos al piso inferior, para ver los grandes depósitos y las barricas, la temperatura desciende sensiblemente. "El verano te puede dar un golpe de calor cuando sales de aquí. El sol te pega como un mazazo". "Para las barricas, usamos madera de roble americano y francés. El americano le aporta fuerza, como el cacao, mientras que el francés suaviza el aroma del vino, le da un toque a vainilla o frutos secos. Tenemos 50 barricas, lo justo para que el Consejo Regulador nos permita usar la Demoninación de Origen Calificada Rioja. Somos una bodega pequeña y no pensamos dedicarnos al Reserva o el Gran Reserva".


El Consejo Regulador me recuerda a los salvajes controles sanitarios con los que la "Administración" castiga a las ganaderías de bravo. "Es cierto, se parecen mucho -corrobora Javier, que es aficionado-. Y no sólo eso: aquí, en el mundo del vino, también estamos perdiendo variedad. También hay mucho intrusismo. Pasa como en el toro". "A nosotros no nos gusta el vino de alta graduación alcohólica. El otro día fui con mi padre a una cata y era tan fuerte que, sólo de olerlo, me encontré mal. Tampoco nos gusta la moda de añadir carbónico durante el embotellado. Tiene que haber diversidad".


Al pie de las escaleras, una mesa y sus sillas recuerdan los nombres de las uvas que usan en Castillo La Serna: Tempranillo, Graciano, Mazuelo, Viura y Malvasía. En el centro, aguardan dos barras de pan, un plato de chorizo, otro de queso y una botella de vino. "No lo dejéis ahí que he madrugado para cortar el queso", advierte Javier. Alrededor de aquella mesa, nos reunimos la mañana del domingo, a desayunar pan y vino, hasta que el frío de la bodega nos invitó a buscar el sol de febrero.


"Y antes de que las lluvias del otoño
caigan, oíd: vendimiad todo lo vuestro,
contad conmigo. Ebrios de sequía,
sea la claridad zaguán del alma.
¿Dónde quedaron mis borracherías?
Ante esta media azumbre, gracias, gracias
una vez más y adiós, adiós por siempre.
No volverá el amigo fiel de entonces".
(Claudio Rodríguez)

Antes y después. Desayuno de domingo: pan y vino

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