Este lunes navegamos sobre ese limbo taurino que cada año separa la Feria de San Isidro de la del Arte y la Cultura (antes conocida como del Aniversario). Un eslabón perdido en la cadena que, teóricamente, sirve de comodín tras el ciclo isidril para recuperar alguna corrida suspendida a causa de la lluvia. Este mes de mayo, a pesar de que ha llovido mucho y bien -incluso han caído pedruscos de granizo del tamaño de una canica-, no se ha producido ningún aplazamiento, así que los aficionados tenemos la jornada libre para rumiar quiénes han sido nuestros triunfadores de la feria; unos nombres que, por cierto, casi nunca coinciden con los del jurado oficial de Taurodelta.
La empresa de Madrid ha decidido que el torero triunfador de 2013 sea Alejandro Talavante por su actuación durante la corrida de Victoriano del Río, en la que salió a hombros. Como los números nunca han sido mis amigos y suelo sufrir amnesia con el recuento final de orejas, propongo como triunfador de San Isidro a la antítesis extremeña de Talavante: me refiero a Antonio Ferrera. Si durante la encerrona con los Victorinos del pasado 18 de mayo, Talavante dejó al descubierto sus carencias en la lidia y sus dificultades a la hora de torear cualquier animal que no proceda del encaste Domecq, Ferrera -que sorteó una corrida del Cortijillo y otra de Adolfo Martín- ha sentado cátedra como lidiador y conocedor de los terrenos y distancias del toro, provenga de la ganadería que provenga. Si en estos momentos regentase una ganadería, pelearía con uñas y dientes para que Ferrera lidiase mis toros.
Coincido, en cambio, plenamente con la decisión del jurado de Taurodelta a la hora de premiar a Ivan Fandiño como el autor de la mejor faena por su lucha cuerpo a cuerpo con "Grosella" de Parladé. Ésta fue una oreja de las que no se olvidan, cortada a fuego, durante un enfrentamiento emocionante que le costó una cornada grave. El de Orduña venía mentalizado este San Isidro para darle la vuelta a la tortilla e impedir que las empresas volvieran a regatearle el pan: "en mi hambre mando sólo yo". Aquella determinación sólo tenía dos finales posibles: Puerta Grande o hule. Tocó lo segundo.
En el capítulo ganadero, mientras que el tribunal "oficial" ha premiado a Victoriano del Río, en mi palmarés particular, el premio a la mejor corrida, por presentación y comportamiento, se lo llevaría Adolfo Martín. Supongo que, como en cualquier certamen, estas diferencias se producen por una descoordinación en los criterios evaluadores. En Miss España, por ejemplo, algunos miembros del jurado se fijan en los pies de las concursantes, otros en el vigor de su busto y, los menos, en las facciones del rostro. De igual manera, en los toros, unos nos decantamos por la casta y la bravura, y otros por la toreabilidad, la enganchabilidad y la pulseabilidad. Usando como vara de medir el mismo criterio de la casta y la bravura, me veo obligada a dejar desierto el premio al mejor toro, puesto que ninguno ha cumplido de forma sobresaliente en los tres tercios (el que más se acercó fue "Marinero" de Adolfo y, seguido bastante de lejos, estuvieron "Bustillo" de José Escolar, "Pampero" de Alcurrucén y "Dulcero" de Pedraza de Yeltes).
Finalmente, un galardón en el que todos coincidimos, tanto los amantes de los tobillos como los del busto, es el que reconoce la labor de la mejor cuadrilla, que este año, tras su apoteósica vuelta al ruedo la tarde de los Cuadris, ha recaído en la de Javier Castaño: Tito Sandoval (mejor picador), Marco Galán (mejor brega), David Adalid y Fernando Sánchez, ex aequo (mejor par de banderillas). Aunque, un año más, tampoco olvido la torería de Luis Carlos Aranda.
De cualquier manera, salvando los citados reconocimientos, e incluso sumando detalles de Javier Castaño, Alberto Aguilar, Fernando Robleño, David Mora o Juan Bautista durante la interesante corrida de Fermín Bohórquez, estos mimbres son muy escasos para soportar un abono de treinta tardes. O la cosa cambia o mucho me temo que el cesto se desfonda. Veremos, dijo un ciego, qué nos depara la Feria del Arte y la Cultura. Si salen toros bravos y toreros dispuestos, podemos, incluso, ahorrarnos el arrebato artístico y cultural. Menos pipas y más emoción.
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