"Si no se torea, no se come" (Morante de la Puebla)
Ha caído en mis manos un libro francamente entretenido titulado "Gastronomía del toro de lidia". Primorosamente editado, está escrito al alimón por Ismael Díaz Yubero y Pedro Plasencia. Aunque sus páginas suponen un auténtico festín para los paladares más trogloditas, no piensen que se trata exclusivamente de un recetario con mil versiones para cocinar rabo de toro. No en vano, los capítulos más entretenidos narran anécdotas de toreros "cocinillas" o con más hambre que el perro de un ciego. He aquí una selección de cuatro de estas historias:
Don Indalecio Mosquera fue empresario de la anterior plaza de toros de Madrid, que estaba ubicada donde en la actualidad está el Palacio de Deportes. Citó a Guerrita para proponerle que torease una tarde en Madrid. El torero escuchó la oferta, y pidió una cantidad que al empresario le pareció excesiva, por lo que al contestar negativamente al torero utilizó la típica expresión: "y un jamón".
Al año siguiente, don Indalecio llamó al torero para comunicarle que aceptaba los emolumentos solicitados, a lo que el torero respondió: "y un jamón que me prometió usted el año pasado".
Cúchares fue un torero muy serio, poco dado a juergas, juego, vino y mujeres, entrenamientos que por aquellas épocas, y algunas posteriores, eran muy frecuentes entre los toreros. Cuando se despedía de su mujer cada vez que toreaba le decía siempre la misma frase: "Señá María, que esté lista la puchera que vuelvo en cuanto se acabe la corrida".
Aunque felizmente hoy día las circunstancias han cambiado, el ejercicio de la profesión de torero ha estado desde siempre marcado por el estigma del hambre, perentoria necesidad de la que sus protagonistas no lograban zafarse, en ocasiones ni siquiera llegando al más alto nivel de la profesión, es decir, matador de toros, e incluso a figura del toreo de cierto nivel. La frase "más cornás da el hambre" andaba siempre en boca de aquellos que aspiraban a figurar en los carteles. Son numerosas, al respecto, las anécdotas en las que vemos reflejada la agudeza del ingenio, bastante generalizada por cierto en personas de escasa cultura, pero dotadas de una inteligencia privilegiada. Sírvanos como ejemplo (tanto de las cornadas que da el hambre, como del ingenio patrio) la historia verídica que Manuel Chaves Nogales relata (dando voz a Belmonte) en su impagable biografía del Pasmo de Triana, en el capítulo que titula "Cuando pedía limosna por los caminos".
Por la tarde llegamos a un cortijo, y mi camarada se acercó a la manijera con un trozo de pan que nos había sobrado en una mano y los diez céntimos en la otra:
- "¿Quisiera usted darnos por esta perra un poco de aceite y vinagre para hacer un gazpacho con este cacho de pan que tenemos?".
La discreta proposición surtió su efecto y salimos del cortijo con el aceite, el vinagre, más pan del que llevábamos y, naturalmente, los diez céntimos. "¡Hay que saber vivir, muchacho!" -me dijo mi camarada, guiñándome un ojo maliciosamente. El truco del pedazo de pan y los diez céntimos lo repetimos en varios sitios...
RAMÓN MAGAÑA, TORERO MODESTO Y COCINERO EXCELENTE
Ramón Magaña, si como torero fue modesto, como escritor es muy correcto, como guarnicionero un artista, y como cocinero francamente bueno. Ya lo demostró en la cocina del Gran Hotel Colón de Madrid, en donde cocinó para las principales figuras de la política, de las ciencias y del arte en sus diferentes facetas. Y a él dirigió Lola Flores, mientras elegía el menú, la famosa frase: "No soy mujer de farfolla sino de olla".
Este entretenido libro puede comprarse por 20€... una inversión para las tardes de verano. A las anécdotas seleccionadas, sumo una última, leída en el opus 20 de Tierras Taurinas dedicado a "La hora Núñez". Habla el genial Pablo Lozano, La muleta de Castilla:
"Yo no me doy coba, he podido ser lo que no he sido…, he fracasado. Y mi fracaso me ha permitido enseñarle, a aquel que estaba a mi lado, cómo evitarlo. Yo fui torero por no estudiar. Pero, para ser torero, también hay que estudiar más que para nada. Cuando empecé, era la época de Manolete… Teníamos su imagen en la cabeza y le queríamos copiar. Pero al tercer o cuarto muletazo, venía la voltereta… Tenía diecisiete años, no sabía nada. Con esa edad, si no has pasado hambre, no dejas de ser un gilipollas perdido. No es que mis padres fuesen ricos, pero hambre no pasamos. Entonces, eso. Era un gilipollas".
Por la tarde llegamos a un cortijo, y mi camarada se acercó a la manijera con un trozo de pan que nos había sobrado en una mano y los diez céntimos en la otra:
- "¿Quisiera usted darnos por esta perra un poco de aceite y vinagre para hacer un gazpacho con este cacho de pan que tenemos?".
La discreta proposición surtió su efecto y salimos del cortijo con el aceite, el vinagre, más pan del que llevábamos y, naturalmente, los diez céntimos. "¡Hay que saber vivir, muchacho!" -me dijo mi camarada, guiñándome un ojo maliciosamente. El truco del pedazo de pan y los diez céntimos lo repetimos en varios sitios...
RAMÓN MAGAÑA, TORERO MODESTO Y COCINERO EXCELENTE
Ramón Magaña, si como torero fue modesto, como escritor es muy correcto, como guarnicionero un artista, y como cocinero francamente bueno. Ya lo demostró en la cocina del Gran Hotel Colón de Madrid, en donde cocinó para las principales figuras de la política, de las ciencias y del arte en sus diferentes facetas. Y a él dirigió Lola Flores, mientras elegía el menú, la famosa frase: "No soy mujer de farfolla sino de olla".
Este entretenido libro puede comprarse por 20€... una inversión para las tardes de verano. A las anécdotas seleccionadas, sumo una última, leída en el opus 20 de Tierras Taurinas dedicado a "La hora Núñez". Habla el genial Pablo Lozano, La muleta de Castilla:
"Yo no me doy coba, he podido ser lo que no he sido…, he fracasado. Y mi fracaso me ha permitido enseñarle, a aquel que estaba a mi lado, cómo evitarlo. Yo fui torero por no estudiar. Pero, para ser torero, también hay que estudiar más que para nada. Cuando empecé, era la época de Manolete… Teníamos su imagen en la cabeza y le queríamos copiar. Pero al tercer o cuarto muletazo, venía la voltereta… Tenía diecisiete años, no sabía nada. Con esa edad, si no has pasado hambre, no dejas de ser un gilipollas perdido. No es que mis padres fuesen ricos, pero hambre no pasamos. Entonces, eso. Era un gilipollas".
No hay comentarios:
Publicar un comentario