París está de cumpleaños: celebra las 125 primaveras de su vecina más esbelta, la Torre Eiffel. La dama de hierro se inauguró oficialmente el 31 de marzo de 1889, para la Exposición Universal. Aunque en su día no entusiasmó a los parisinos -la consideraban un monstruo de metal-, hoy acoge a siete millones de visitantes cada año. Sin embargo, pocos saben que la Torre Eiffel estuvo al pique de un repique de volar por los aires.
Si París sigue siendo la Ville Lumière se debe, en gran parte, al militar alemán Dietrich von Choltitz. Nombrado por el propio Hitler comandante de las tropas germanas en París en agosto de 1944, tenía la orden precisa de no entregar la ciudad a los Aliados sin arrasarla previamente, minando los 45 puentes que cruzan el Sena y sus principales monumentos: la Torre Eiffel, el Elíseo, el Arco del Triunfo, el edificio de la Ópera, las estaciones... Sin embargo, en el último momento, rodeado por las tropas estadounidenses en su avance por el Frente Occidental, Choltitz desobedeció la instrucción directa de Hitler de dinamitar toda la ciudad y convertirla en un campo de ruinas.
¿Por qué razón Choltitz corrió un riesgo así? No se sabe con seguridad. Al parecer, en su decisión influyó poderosamente la opinión de Raoul Nordling, un diplomático sueco nacido en París (durante la Segunda Guerra Mundial, Suecia fue neutral). Como curiosidad, en la película ¿Arde París? de René Clément (1966), Orson Welles interpretó el papel del cónsul Nordling quien, tras la guerra, fue nombrado "citoyen d´honneur de Paris" y hoy cuenta con una pequeña plaza al sur de la iglesia de Sainte-Marguerite. En cambio, ninguna calle parisina lleva el nombre de Dietrich von Choltitz. Bajo la larga sombra de la Torre Eiffel, la ciudad olvida, pero no perdona.
Choltitz (arriba) y Nordling (abajo)
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