jueves, 5 de junio de 2014

Un torero sin Dios ni Rey

Procurando evitar los desmanes de esta plaza esquizoide -de "toristas" y "toreristas", de "julistas" y "anti-julistas", de monárquicos y republicanos, de complacientes e indignados-, para La Beneficencia, trepé hasta la última fila de la andanada de 1, el punto más alto de Las Ventas, por encima incluso del Palco Real, cara a cara con el reloj, porque el secreto de la objetividad reside -eso dicen- en saber tomar distancia.
 
 
No sé si porque lo era, o porque desde allí todo se veía pequeño, el primero de Alcurrucén me pareció un torete de plaza de segunda. Salió El Juli a torearlo de capa y recibió las primeras ovaciones y protestas de la tarde, a partes iguales. Un sector de Las Ventas esperaba ayer al madrileño con ganas de soltarle un rapapolvo. Y es que, el abuso de poder en asuntos ajenos a lo que se cuece en el ruedo, desde los tiempos de Guerrita, ha terminado por enojar al aficionado. Con aquel torete, noblón y con poca fuerza, Juli estuvo sobrado. Lo sobó a placer y sólo le faltó montarse encima. Sin embargo, el "julipie", visto en contrapicado, resulta aún más escandaloso que a ras de arena. La estocada cayó, por supuesto, trasera y, en un alarde de esplendidez, el presidente concedió una oreja. Realmente, lo mejor del Juli fue su despliegue capotero al cuarto, al que llevó al caballo con enorme garbo. Luego, en la muleta, el Alcurrucén fue un soso que, desde la primera serie, desmenuzó el sueño de Julián por abrir la Puerta Grande.
 
 
Quizá, más que salir a hombros, la ambición de Juli ayer consistía en quedar mejor que Fandiño, pues bien es sabido que se llevan a matar, pero el de Orduña no es hombre que se aflija al lado de las figuras. Desde el quite por gaoneras al que abrió plaza, se manchó los muslos de sangre. Reconozco que, también desde la última fila de la andanada del 1, me emocionó mucho Fandiño. No su técnica, ni su gusto, sino su actitud. Ese eterno cabreo. Esa lucha que tiene contra el mundo, contra el toro, contra la plaza, contra El Juli y contra él mismo. Y su forma de matar. Parece que, cuando se tira entre los pitones, nos fusila a todos los presentes. No era tarea sencilla domeñar la embestida del quinto Alcurrucén, de nombre Pelucón, que manseó en el caballo; sin embargo, cuando se vio a solas con el matador, dijo: "Allá voy"... y a poco se lo come. Molestaba el aire y aquel Núñez en los medios pesaba como una losa. Más cerrado y acortando los terrenos se entregó al poderío de Fandiño, que le arrancó, casi literalmente, la oreja. 
 
 
Ha sido muy criticado que Fandiño no brindara ninguna de sus faenas a Su Majestad don Juan Carlos. Pero, tras verle en el ruedo, hay que entenderle: Fandiño es un tipo sin Dios ni Rey, un rebelde sin amo y casi sin patria. Un ser ingobernable que no entiende de compadreos. Mientras siga entregando su vida de esa manera, respetaré su desobediencia. Actualmente, de todo el escalafón, es el único hombre que puede permitírselo.
 
 
Finalmente, cerraba la Beneficencia un Talavante espeso de ideas, con una caraja, por otra parte, muy suya. Se fue de vacío mientras la plaza despedía, con emoción y gratitud, al Rey, que presidió la corrida.
 
Fotos de Juan Pelegrín, que ayer,
por cierto, iba muy elegante

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