jueves, 30 de octubre de 2014

El sentido profundo del toreo

"Cuentan las crónicas que en el último tercio del siglo XIX la concesión de una oreja para el matador le daba derecho a recoger la carne del toro como un premio a su desempeño. Ahí seguramente comienza a perfilarse el derecho a cobrar en contante y sonante por los toreros, lo que los fue transformando poco a poco, de ser oficiantes de ritos paganos cargados de símbolos religiosos en la antigüedad, en verdaderos profesionales manejados por mercadólogos como los conocemos hoy; y a que la fiesta de toros pase a ser, de una función pública, simbólica, gratuita y cuasi sagrada en donde se representa un drama milenario, a una función de paga, un espectáculo patrocinado o explotado por toda clase de intereses comerciales.
 
 
[...] Pero todos los toreros, cualesquiera que haya sido su característica expresión personal, de alguna manera conservaron bajo la apariencia fascinante de su arte y de su técnica la presencia viva del rito antiguo mítico-religioso en que consiste el ejercicio del toreo; y todos los públicos de cualquier parte y de cualquier tiempo reaccionan inconscientemente ante el misterio que se desarrolla en la arena, porque todos los seres humanos conservamos en nuestro código genético la tendencia a simbolizar en lo conocido aquello que desconocemos y nos angustia existencialmente.
 
 
Este fenómeno catártico y esta comunicación trascendente entre el que oficia y el que atiende, pasa casi siempre desapercibida por el esplendor y la perfección técnica y estética que ha alcanzado el espectáculo hoy. Pero de vez en cuando, pocas veces, el velo deleitoso se desgarra y aparece de pronto la magia incontenible del viejo drama milenario, porque nace algún torero que traspone los linderos de la técnica y los límites de la atracción estética para oficiar desde los hontanares del alma revistiendo de solemnidad su actuación y despertando tumultuosamente la riqueza simbólica en que consiste el batallar del hombre contra lo desconocido, contra la muerte y contra el mal y ante la presencia de lo impalpable de lo trascendente, lo divino, lo que apenas intuimos y nos alza de los lodos.
 
 
Pocos toreros han sobrepasado la frontera de lo técnicamente perfecto y los límites de la belleza que se capta por los cinco sentidos, para asomarnos, siquiera brevemente, a los espacios espirituales donde comienza lo sobrenatural y lo sublime.
 
 
[...] Es claro también, que debajo de toda la parafernalia mercadológica, la manipulación irresponsable de la bravura de la especie, de la innegable brillantez y el esplendor del espectáculo actual, late y vive la esencia mágico-religiosa, el mito y el rito antiguo que son el origen de la fiesta de los toros. Dígalo si no, la presencia misma de la plaza de toros, Coliseo romano redivivo, el traje tan arcaizante, tan espléndidamente recamado de oros y sedas que convierte al torero en un actor especial de un rito antiguo y solemne; el paseo de las cuadrillas, verdadero desfile que precede toda función sagrada, el cúmulo de normas y observancias que tienen que ser acatadas paso a paso durante la lidia, el brindis, las imágenes religiosas impresas en los capotes de paseo, la capilla de la plaza, el rito del sorteo y la ceremonia de vestirse de torero y tantas cosas más.
 
 
Pero no olvidemos que el toro ha sido siempre símbolo del poder incontenible de la naturaleza, de la fuerza ciega oculta que nos reta en nuestras vidas y de la energía generatriz y la amenaza de la muerte gracias a su naturaleza bravía. Y no olvidemos también, que cuando se atenta contra su bravura natural, se atenta en realidad contra la esencia misma del toreo. Si se diluye y atenúa la bravura, se pierde la razón de ser de su poder simbólico y muere con ello la razón de ser de la corrida como rito mágico-religioso, que es lo que le da solemnidad y trascendencia y lo que la defiende de caer simplemente en espectáculo de negocio como tantos otros que hoy en día nacen y mueren en cruda competencia por deslumbrar y excitar a multitudes hipotecadas por lo electrónico".

Alfonso Pérez Romo
Fragmento del libro "Rafael Rodríguez: el sentido profundo del toreo"
(Gracias a Xavier Gonzalez-Fisher por descubrírmelo)

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