miércoles, 22 de octubre de 2014

La cerámica en Triana (II)

"Oficio noble y bizarro, de entre todos el primero,
pues, siendo el hombre de barro,
Dios fue el primer alfarero y el hombre el primer cacharro".


El barro usado en Triana se formaba con tierras de dos tipos que eran transportadas hasta el alfar a lomos de un burro. La primera era llamada por los artesanos "antilla" o "barro azul", muy orgánico, maleable y extraído a orillas del Guadalquivir. El otro tipo era el que denominaban barro "alagartao", es decir, del color de la piel de lagarto. Solía extraerse este último en la cuesta del Aljarafe, donde las vetas profundas quedan al descubierto por el corte del terreno.


Al llegar al alfar, las tierras eran trituradas, echadas en balsas, mezcladas con agua, batidas, tamizadas y dejadas reposar hasta que perdían por evaporación gran parte de su humedad. Con ese grado de consistencia, la arcilla era extraída de los depósitos y amasadas con los pies para formar las pellas, que se almacenaban en un lugar húmedo para que se destruyeran lentamente sus restos orgánicos. Antes de usar la arcilla, se amasaba de nuevo, esta vez con las manos, sobre el sobadero, y con ella se creaban las piezas.

 
Los cacharros, torneados en la rueda de alfarero, eran colocados sobre largas tablas en las que se dejaban "orear" durante un tiempo, antes de ser introducidos en el horno. Cargado el horno, se cerraba con ladrillo y adobe y comenzaba la acción del fuego, al principio más suave, lenta y con humo, y al final, más intensa y limpia. El proceso duraba entre 12 y 15 horas y debía ser controlado para que las cerámicas se cocieran correctamente. El enfriamiento final tenía que ser lento para evitar cambios bruscos de temperatura que pudieran dañar las obras por una contracción repentina. La distribución uniforme del fuego en todas las partes de la cámara se regulaba abriendo o cerrando las lumbreras que hacían de chimeneas. El combustible usado en los hornos de Triana ha ido cambiando con los siglos. En el pasado era la "chamiza" o también la rama de olivo y, para loza dorada, el "borujo", esto es, el desecho de la molienda de la aceituna. Más recientemente ha sido frecuente usar la leña de pino y la de eucalipto.

 
En todo alfar solía haber hornos para "bizcochar" piezas crudas, hornos para cocer piezas decoradas y muflas. Los dos primeros tenían la misma forma y, aunque se les llamaba "morunos", su estructura esencial estaba ya definida desde el mundo antiguo. Construidos a principios del siglo XX, estos hornos eran bautizados con los nombres de famosos toreros de la época, como Gallito y Belmonte.


Cocida la arcilla una primera vez y convertida en "bizcocho" o "juaguete", puede ser cubierta por una capa que la impermeabiliza y que sirve de base a la decoración, como la cubierta de un esmalte opaco (el esmalte, cuando aún está crudo, es llamado en Triana "levadura" por ser un polvo blanco). Finalmente, los colores son óxidos minerales que, al fundirse, producen un tono determinado en cada caso. En el barrio se practicaron muchos procedimientos de pintura cerámica. Una vez decoradas las piezas con el procedimiento elegido (pintura a pincel, pintura sobre esmalte cocido, técnica de la arista, cuerda seca, reflejo metálico...), debían ser cocidas por segunda, y a veces por tercera vez, para lograr el producto definitivo.


La industria cerámica, a causa de la emisión de humos, siempre fue una actividad productiva molesta y por ello solía ser ubicada fuera de las ciudades. En el siglo XII, las alfarerías de Sevilla se establecieron preferiblemente a la otra orilla del río y, desde entonces hasta el XX, Triana ha sido el núcleo de producción cerámica más importante de Andalucía y uno de los más fructíferos de España. En la década de 1920, estaban activas en Sevilla más de veinte fábricas de este ramo, alcanzando su cénit en los años previos a la Exposición Iberoamericana de 1929.

(Fuente: Museo de la Cerámica de Triana, en la calle San Jorge)
 
Selección de azulejos trianeros:
 

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