El coronel destapó el tarro del café
y comprobó que no había más que una cucharadita. Retiró la olla
del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un
cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se
desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas
con óxido de lata.
Mientras esperaba a que hirviera la infusión, sentado junto a la hornilla de barro cocido en una actitud de confiada e inocente expectativa, el coronel experimentó la sensación de que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas. Era octubre. Una mañana difícil de sortear, aun para un hombre como él que había sobrevivido a tantas mañanas como ésa. Durante cincuenta y seis años -desde cuando terminó la última guerra civil- el coronel no había hecho nada distinto de esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban.
Gabriel García Márquez
"El coronel no tiene quien le escriba"
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