Décadas antes de que el maestro Salvador Guerrero compusiera El cordón de mi corpiño y de que Antoñita Moreno ofreciera unas tijeras para cortar el lazo que ataba su sostén, el francés Paul Poiret le declaró la guerra al corsé. Lo consideraba una moda ridícula que sólo servía para resaltar el busto y el trasero de las señoras. Por ello, en 1906 diseñó un vestido de líneas sencillas, entallado en el pecho y con caída recta y sutil hasta los pies. Este traje permitía a la mujer de la Belle Époque moverse con mayor libertad, ya que eliminaba la vieja costumbre de embutir el torso dentro de un maquiavélico corsé. Poiret fue, además, el impulsor de las medias color carne -en vez de negras-, los pantalones bombachos y el caftán de inspiración musulmana.
Apenas un año necesitó el granadino Mariano Fortuny y Madrazo (pintor, fotógrafo, escenógrafo, modisto...) para tomar el relevo de Poiret en España. Inspirado en la Antigua Grecia, en 1907, diseñó un vestido de cóctel que pasó a la historia: el Delphos, característico por sus finísimos pliegues de seda que resaltaban la belleza natural del cuerpo. Otra de sus peculiaridades era el color, ya que el plisado variaba según el reflejo de la luz sobre telas naranjas, rojo carmín, violetas, verdes esmeraldas, añiles... Tonos todos de enorme viveza. Estos tintes naturales fueron elaborados mediante una fórmula secreta -procedente posiblemente de la región del Véneto-, que jamás se descubrió.
Ayer domingo, la diseñadora Agatha Ruiz de la Prada mostró sus últimas creaciones en la Madrid Fashion Week. Quedé tan horrorizada por sus extravagancias que, a los pocos minutos, tuve que buscar la fotografía de un Delphos de Fortuny para que no me diera un infarto cromático causado por el mal gusto.
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