Nadie ha descrito mejor la ciudad donde nací -"un tanto disparatada y caótica, bonita y, sobre todo, furiosamente alegre"- que César González-Ruano. Algeciras es, ciertamente, un lugar de paso, menos para aquellos que aprendimos a andar en sus calles. Quizás por eso siempre tengo ganas de volver. Allí, entre dos aguas, con siete años, comenzó a tocar Francisco Sánchez Gómez, Paco de Lucía, cuya guitarra se contagió pronto de esa luminosidad transitoria, breve como una marea. Nos dejó en México, pero mirando al mar. Descanse en paz.
Se ha calado muchas veces la piel del alma aquella luz tremenda, graciosa y a la vez terrible, de Algeciras. Siempre causa un efecto previo de disposición saber que se va a pisar la tierra poblada por Augusto con gentes de plurales climas peninsulares y gentes del África vecina que huele ya en la plaza Alta, en la plaza Baja y en la plaza de San Isidro, entre una supuesta palmeranía de siesta.
Yo me empapaba de aquella luz de Algeciras, la alegre, perezosa y llena de gracia, la que en realidad nadie ve porque Algeciras es, principalmente, un lugar de paso.
Las terrazas de sus descuidados y alegres cafés estaban siempre llenas de gente que esperaba irse. Sobre los veladores el sol, y junto a los veladores alguna maleta de mano.
Todo quedaba curioso, vivo, provisional y como erótico. La rodilla rubia de la inglesa sobre los bucles acerados del limpiabotas berberisco. Los organillos acercaban Sevillas y Madriles distantes y aún Parises de "val-musette".
¿Qué mucho más podía ser África, al menos el África próxima que aquel delirio policromo y caliente de Algeciras, con gitanas errantes, con niños comidos de roña antigua, con las legiones de vendedores de avellanas, de almendras, de mojama, de quisquillas?
Lo que se observa inmediatamente al llegar a Algeciras es que uno está permanentemente observado. Observado por aquellos inverosímiles mirones que se quedan mirando, mirando, y que ni siquiera piden nada y que de hablar no dirán lo que quieren, y que de querer no dirán lo que dicen.
¡Pequeños y grandes mirones de Algeciras, cómo os hospedáis, tozudos y alegres en la memoria lejana! ¡Inquietantes mirones, adolescentes o viejos, que si se les llama huyen atolondrados como pájaros, vergonzosos como vírgenes, volviendo la cabeza continuamente y mostrando una sonrisa entre imbécil y tremendamente inteligente!
Pero quizá para la primera vez que se va a Algeciras sobren horas de un solo día. Algeciras es acaso demasiado difícil de entender y por eso mismo todo en ella parece demasiado fácil. Recuerdo de esta primera vez que no sabía qué hacer con mi día de Algeciras. Subí dos veces a Correos, a las tres plazas, a mirar de nuevo Santa María de la Palma, a entrar en los mismos cafés... Y la ciudad, un tanto disparatada y caótica, es bonita y, sobre todo, furiosamente alegre. Estalla la vida sobre la cal y el canijo árbol urbano. Nos deslumbra y nos hace guiñar los ojos.
Hay, en fin, una Algeciras que con esos ojos entornados apenas se entrevé, una Algeciras seria, acaso voluntariamente triste, burguesa y cerrada.
CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO
Nuevo descubrimiento del Mediterráneo (1960)
Un grande entre los grandes....
ResponderEliminarEl màs grande. Llevo el duelo de un hombre como hay pocos, màs que un immense artista
Gracias Gloria