jueves, 17 de julio de 2014

La primera corrida de la temporada es como comerse un enorme queso de alegría


Por fin, cuando estuvieron todos colocados se veía que tenían la ambición de asistir a una fiesta muy grande, de comerse un enorme queso de alegría [...] La música de los templetes tocaba un pasodoble más acordado con las caderas de las señoritas del paseo que con el aire duro de los toros.
 
 
[...] La tarde iba entrando en su razón de tarde de caza. Se mezclaba lo cortés, lo descortés y lo valiente [...] La caza y la guerra se aliaban en el espectáculo en viva síntesis. Se tenía la visión de que el toro era el rival del hombre, el más hombre. Se comprendía que por esa rivalidad es por lo que se le sofoca, se le burla, se le hace resbalar y se le mata. La mujer admira al toro como al que raptó a Europa y lo mira con pasión como al cisne se le mira con voluptuosidad; pero cuando le ve vencido por el hombre, admira más al hombre con esa aproximación de las mujeres a los vencedores.
 
 
[...] El cielo era mucho más ancho de lo que daba su medida de círculo. Era cielo de ciudad y de aldea. Era cielo de todas las romerías y fiestas al aire libre en que se estuvo. Se miraba hacia arriba y se echaba un trago de la bota azul en la tregua. Pasaban nubes pequeñas como pañuelos del cielo, como pañuelos con que el presidente eternal indicaba un cambio de suerte, adioses a los trenes lejanos que se habían escapado a las manos insistentes. [...] Los mantones blancos envejecían la tarde; pero los negros de fleco largo dejaban caer su melena sobre todos y parecía que se sentían sus crenchas en la nuca del público.
 
 
[...] El maravilloso aburrimiento penetraba en todos contra su voluntad de no aburrirse; pero les saturaba y era el caldo de un gran depósito introducido en un pequeño corazón. Nunca el caudal del aburrimiento es tan grande, tan portentoso y tan anfiteátrico como en los toros [...] Las ideas se mezclan, los toros se parecen unos a otros, las banderillas arden al por mayor. Pero hay que saber aceptar ese aburrimiento comprendiendo que la vida es más sórdida y aburrida fuera.
 
 
[...] ¡Que nadie vuelva la cabeza al salir de la corrida! Podría quedarse convertido en estatua de sal al acabarse de desengañar de lo efímero que es todo y cómo se queda convertida en cementerio la plaza. El desfile tenía cansancio y desengaño.
 
 
Se salía a una plazoleta llena de vendedores de cacahuetes, que los vendían para completar la indigestión de la corrida. Las tabernas y los bares tenían descorridas sus cortinas blancas y sobre el cinc mojado resbalaban las copas. Tenían algo de cantina de estación cuando ha llegado el tren interminable de los sedientos [...] Se presenciaba un ocaso humano, todos con el sinsabor de los jugadores que han perdido en el juego.
 
 
[...] Se había sacrificado la tarde, desangrándola. Ahora quedaba la plaza en su correspondiente cráter, en el volcán apagado de los días sin corrida.
 
Ramón Gómez de la Serna, "El torero Caracho" (1926)

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