viernes, 25 de julio de 2014

La Prosa del Transiberiano


La Prosa del Transiberiano
(La Prose du Transsibérien) es un libro, dedicado a los músicos, en forma de acordeón. En realidad, se trata de un extenso y vehemente poema escrito por el suizo Blaise Cendrars en 1913. A los quince años, dio rienda suelta a su temprana vocación de viajero, escapando de un internado alemán con algo de dinero, una cubertería de plata, tres cajetillas de cigarrillos y la Divina Comedia de Dante. Tres años después, recorrió Rusia en el mítico Transiberiano, desde cuyas ventanillas contempló el inicio de la revolución de 1905. Fascinado por aquel gigantesco país, en 1907 se instaló temporalmente en San Petersburgo para trabajar como joyero. Después, visitó Persia, Mongolia y llegó hasta China. Aventurero incorregible, se alistó en el ejército francés para participar en la Gran Guerra, donde perdió un brazo, accidente que no le impidió seguir escribiendo y viajando.

 
En aquel tiempo yo era un adolescente
Apenas tenía dieciséis años y ya no recordaba mi infancia 
Estaba a 16.000 leguas del lugar de mi nacimiento
Me hallaba en Moscú,
en la ciudad de los mil campanarios y las siete estaciones
Y no me bastaban las siete estaciones y las mil tres torres
Porque mi adolescencia era tan ardiente y loca
Que mi corazón, alternativamente,
ardía como el templo de Éfeso o como la Plaza Roja de Moscú
cuando se pone el sol.
Y mis ojos iluminaban antiguos senderos.
Y yo era tan mal poeta
que no sabía llegar hasta el fondo de las cosas.
El Kremlin era como una inmensa torta tártara
crujiente de oro.
Con las grandes almendras de las catedrales
inmensamente blancas
y el oro empalagoso de las campanas...

 
Para ilustrar los incontables versos de La Prosa del Transiberiano, escrito en estilo libre y encuadernado en cuatro pliegos a modo de acordeón, Cendrars eligió las acuarelas de la reina del Art Decó, Sonia Delaunay. De este "libro de artista", quizá el primero de la historia, hoy sólo se conservan 30 ejemplares, uno de ellos, por supuesto, en el Museo Hermitage.

 
En ce temps-là j'étais en mon adolescence
J'avais à peine seize ans et je ne me souvenais
déjà plus de ma naissance
J'étais à Moscou, où je voulais me nourrir de flammes
Et je n'avais pas assez des tours et des gares
que constellaient mes yeux
En Sibérie tonnait le canon, c'était la guerre
la faim le froid la peste le choléra
Et les eaux limoneuses de l'Amour
charriaient des millions de charognes
Dans toutes les gares je voyais partir les derniers trains
Personne ne pouvait plus partir car on ne délivrait plus de billets
et les soldats qui s'en allaient auraient bien voulu rester...

 
Ya celebramos el día de Santiago. Se aproxima agosto, y con él, el tiempo de viajar...

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