"Me manda un amigo un vídeo extraordinario, impagable, que está en Internet: el Príncipe Gitano vestido de smoking, con faja negra y pajarita, cantando en supuesto inglés una versión fascinante, friki total, del In the ghetto de Elvis Presley. «Vas a alucinar», me anuncia en el mensaje adjunto. Y no tengo más remedio que decirle: llegas tarde, chaval. A mí del Príncipe Gitano no se me despintan ni los andares".
"Me encantaba ese tío. Sin reservas. Su pinta de chuleta, su manera de cantar. Tuve, además, el privilegio de verlo actuar en persona. Eso fue a principios de los ochenta, cuando el Príncipe Gitano ya estaba en el tramo final -y absolutamente cuesta abajo- de su carrera artística. Cómo sería lo de la cuesta, que yo iba a verlo, cada noche que podía, a un garito infame que entonces todavía estaba abierto en la Gran Vía de Madrid. No recuerdo ahora si se trataba del J'Hay o de La Trompeta, pero era uno de esos dos. Sitios de música y puterío, con moqueta raída, camareros con pinta de rufianes y mesas donde servían champaña chungo a lumis maduras y jamonas vestidas con trajes largos, como las de toda la vida. Y allí, en un escenario crujiente y cochambroso, pisando cucarachas y alumbrado por un foco, el Príncipe Gitano, cincuentón lleno de arrugas y teñido el pelo, pero todavía gitano fino y apuesto en trajes de corte impecable -entallados, con patas y solapas anchas-, desgranaba una tras otra las canciones que en sus buenos tiempos le habían dado dinero y señoras de bandera. Y yo, emocionado en mi rincón, haciendo como que bebía aquellos mejunjes infames, me calzaba sus actuaciones canción tras canción, disfrutando como un gorrino en un charco. Y juro por las campanas de Linares de Manolo Caracol que las pavas -en aquel tiempo las putas eran casi todas españolas- le tiraban besos y aplaudían como locas, y gritaban: «¡Príncipe, otra!... ¡Canta otra, Príncipe!... ¡El reloj! ¡Tani! ¡Rosita de Alejandría! ¡Los Mimbrales!». Y le decían guapo. Y el artista, obsequioso, chulillo, aún flaco y elegante pese a los años, se erguía en aquel escenario infame, sobre el fondo de polvorientos cortinones de terciopelo rojo y grueso, levantaba una mano haciendo círculo con el índice y el pulgar, y cantaba lo de: «Segá por el brillo de su dinero / dehó ar shiquillo». Y las lumis, lo juro, lloraban como criaditas oyendo el serial de la radio. Y a mí, sentado en mi rincón con el vaso de matarratas en la mano, se me erizaba el pellejo. Y en este momento me ocurre exactamente lo mismo al recordar, mientras le doy a la tecla".
Menos bromas con el Príncipe Gitano, que en sus años mozos era un galán que enloquecía a las mujeres. Escribía Álvaro Retana: "Ya no es Enrique Vargas aquel niñato gitano que desde el escenario del Reina Victoria soliviantaba al elemento femenino, recién debutado, con su gallardía de machito joven y su acertada interpretación del repertorio aflamencado. Pero al perder la adolescencia y ganar en reciedumbre varonil ha ganado también perfección artística". El repertorio del Príncipe Gitano se las traía...; su "Cariño de legionario", aunque en castellano, también era de "agárrense que vienen curvas". Se atrevía con todo, incluso con el francés...
Otra joya del repertorio era "Chivato", de José Antonio Ochaíta y Xandro Valerio. Ojito con la letra...:
"El oficio que aprendiste
tiene en baja su papel;
y aunque en oro te lo paguen
cobras odio y cobras hiel.
En lo más oscuro de tu nombre
llevas la condenación
y los niños y los viejos
te lo repiten: ¡Soplón!
¡Chivato! ¡Chivato!
Tu gallo canta la traición.
¡Chivato! ¡Chivato!
Te ciega el odio y la razón.
Una novia sufre y llora...
¡Chivato!
Una madre está penando...
¡Chivato!,
que tu soplo, en mala hora,
¡chivato!,
la virtud fue difamando...
Como lobo en los rincones
vives tú para morder
un rosal de corazones
cuando van a florecer.
Te ciega el odio y la razón
la sentencia de la gente,
aunque toque a rebato,
acallará tu voz...
Por traicionero,
por ser chivato...
¡Y aún queda Dios!"
Se llamaba Enrique Castellón Vargas y nació en Valencia en el año 1928, hijo de padres calés que se dedicaban a la venta ambulante y al trato de ganado. Él mismo contaba que empezaron a llamarle "príncipe" cuando una mañana, en la que su madre lo paseaba siendo aún niño, una vecina, sorprendida por su guapura y ojos claros, exclamó que parecía un príncipe. De joven quiso ser torero e, incluso probó suerte en algunos tentaderos y novilladas, pero el miedo pudo con su afición. A cambio, se dedicó al cante y al baile con un desparpajo sin parangón.
Firmaba Matanzos el 7 de abril de 1928 en el Diario de Zamora: "Del Príncipe Gitano sólo diremos que no le conocía nadie como torero hasta que ayer se vistió por vez primera, para torear con caballos, el traje de luces. Suponemos que haya sido este arresto una humorada del famoso cantaor. Su debut como torero -no podemos decir que como matador ya que no mató él a ninguno de sus dos enemigos-, su presentación en público no ha podido ser más desafortunada. Estas humoradas, genialidades si se quieren llamar, que tienen a veces los artistas, son muy peligrosas. Tanto que pueden terminar trágicamente. Que siga cosechando gloria y aplausos en el cante para el que Dios le ha concedido excepcionales facultades. Pues no creemos que pretenda trocar la sólida popularidad que ha logrado en su arte por estas genialidades que ofrecen el ruido tenebroso y los comentarios de los fracasos. ¡Lástima de tarde, y pobres toretes!".
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