lunes, 5 de mayo de 2014

La transformación de las "señoritas" madrileñas

"Una función del arte es legar un ilusorio ayer a la memoria de los hombres"
(Jorge Luis Borges)
 

El 10 de diciembre de 1923 debuta Carlos Gardel en Madrid, y las muchachitas y los chicos de Rafael de Penagos cantan, al salir del Palace y del Ritz, las melodías de arrabal que escenifica Alfredo Le Pera. Decía Octavio de Romeu que nadie sabe lo que hay dentro de un minué. Nadie sabe, tampoco, lo que hay dentro de un tango: en esa pareja de Penagos que se tanguea, percanta y bacán, en la noche mágica del bandoneón desencanallado, que cambia el cuchillo del conventillo de Palermo por el cubo plateado que enfría el champagne en el tango de Penagos. Una vez que Penagos traduce a madrileño el ritmo melódico de Gardel y Razzano, el tango pueden bailarlo ya las burguesitas de falda rodillera. No hay pecado. Hay, en todo caso, picardía, gracia noctámbula, fru-fru de ligas de seda. Seguro que cuando Jorge Luis Borges (escapándose de la tertulia ultraísta de Cansinos Asséns) ve bailar el tango a las muchachitas de Penagos podrá justificarlo como no supo hacer en Valvanera.

Antonio M. Campoy


A Penagos se le conoce, sobre todo, como el creador de un nuevo tipo de mujer, de un modelo en que se concretó nuestra particular Belle Époque. Rafael de Penagos participó intensamente de la ebullición social y cultural de Madrid que, con el cambio de siglo, pugnaba por convertirse en una urbe moderna y abierta [...] Las noticias que desde París traían los viajeros y las revistas ilustradas que circulaban por todas partes influyeron de forma considerable en nuestra sociedad. Pero también es cierto que este Madrid hablador, de café y charla, supo darle un toque particular a la época. Y Rafael de Penagos fue uno de los impulsores de la nueva imagen de aquel Madrid.
 

Como ingredientes, se sirvió del tipo castizo creado por su coetáneo Sancha y por otros dibujantes de la anterior generación, todo ello unido a las novedades francesas y al estilizamiento de la estética rusa -que llegó a Madrid de la mano de los ballet rusos, dejando a su paso una honda impresión-. Con todo ello, Penagos tomó el lápiz y del papel surgió un nuevo modelo de mujer, algo así como el símbolo de esta nueva sociedad, más confortadora y amable, que él mismo deseaba fuera realidad.
 

Y tuvo éxito. De tal forma que las señoritas madrileñas tomaron muy en serio la tarea de asemejarse al máximo a los dibujos de Penagos. Estudiaban con atención los modos y ademanes de esas mujeres que, desde las páginas de Blanco y Negro, Nuevo Mundo, La Esfera y ABC, provocaron todo un impacto en la sociedad madrileña, aprisionada hasta entonces en un provincianismo del que no conseguía salir.

 
Una nueva estética, una nueva forma de desenvolvimiento social era lo que Penagos proponía a través de sus creaciones. Mujeres de mirada penetrante al tiempo que ensoñadora, observando de frente, sin rubor, a veces con un toque de sensualidad que, en sus oscuros y grandes ojos, y en la mantilla que a menudo visten, les devuelve a su raíz mediterránea, sureña. Y las finas manos arqueadas, los labios que nunca pierden la compostura en risas exageradas, el conjunto de accesorios que siempre las rodean, todo ello fue en aquel momento el arquetipo perfecto de la mujer, que todas anhelaban ser.

Ramón Herrero Martín
 

[...] Así es como comenzó a inventarse mujeres que no existían: llegaban oliendo a perfumes franceses; fumaban ¡santo Dios! cigarrillos turcos y egipcios; bebían cocktails; llevaban en la mano, en lugar de barreños, raquetas de tennis (así, con dos enes se escribía); se reunían para tomar el the (así, con h intermedia, a la francesa); les deshinchó la tetas y las convirtió en senos; les cortó el pelo a lo garçon (así se escribía); las enseñó a utilizar el cuarto de baño en lugar de la jofaina. Penagos salía, cada día, a la calle, dando la noticia de otro mundo, otros seres, predicando su bella buena nueva, hasta que las mujeres reales comenzaron a parecerse a las soñadas por él.
 
José Hierro

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