A buen seguro, aquellos seis "dijes", nacidos y criados en Matilla de los Caños del Río, no habían conocido semejante calor. No en vano, el primero remoloneó a la hora de salir de los chiqueros, desconcertado por la luminosidad hiriente de la tarde. Cuando se decidió, encontró una plaza de la Maestranza a medio llenar. Mitad de aire, mitad de gente. La corrida de Montalvo que ha descorchado esta Feria de Abril tardía, más que de una finca charra, parecía sacada de una bombonera fina. Nobilísima. Tierna como un bizcocho de chocolate derretido bajo el sol sevillano.
El único que no se disolvió en medio del ardor, el único diestro que demostró cierta consistencia, fue el mirobrigense Juan del Álamo. A su primero, un gran toro llamado Capullo, lo toreó ceñido por la izquierda y largo por la derecha, con mando, dibujando unos remates por bajo de mucho gusto. Una faena fresca, bien estructurada. Lástima que, a la hora de matar, pinchara varias veces, perdiendo una merecida oreja. A pesar de fallar con la espada, su presentación en La Maestranza ha sido notable.
Fotos: Arjona
Además de Capullo, otro ejemplar de Montalvo, Jugoso, fue ovacionado en el arrastre como premio a su infinita nobleza. Le cayó en suerte, cual lotería de Navidad bajo la flema, a Antonio Nazaré que, de nuevo, demostró detalles pintureros y poco más. Agua. El animalito se le fue entero, con su pequeño cortijo entre los pitones. Aún más liviano estuvo el mexicano Diego Silveti, a quien se le da muy bien pasearse. Mucho garbo, impertérrito ante el calor, pero a los toros, mejor ni verlos. Si con semejantes bombones estos toreros jóvenes no arman el taco, no ejecutan el toreo fundamental, que abandonen el dulce y se dediquen a otra cosa. A vender aparatos de aire acondicionado, por ejemplo.
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