jueves, 2 de mayo de 2013

Crónica del 2 de mayo: "La fortuna del medio queso"


Si el sueño de la razón produce monstruos, el vestido de torear goyesco, también. Ahora que está tan de moda prohibir cosas, las autoridades deberían tomar medidas y meter "el pijama" en el lote. Sin embargo, si todas las corridas goyescas salieran tan entretenidas como la de este 2 de mayo en Madrid, los aficionados firmaríamos ahora mismo un pacto con el sombrero de medio queso. Y que nadie piense que el festejo terminó felizmente merced al juego de los toros. Ni mucho menos. Los Lozano trajeron un saldo cinqueño -tres toros de El Cortijillo y tres de Lozano Hermanos- en "manso toreable". A buen seguro, una oferta 3x2 -llévate tres y paga dos- que la empresa de Las Ventas ha metido en el carrito con fervor. Descartada la bravura de los toros, el mérito de la tarde ha recaído, pues, en la terna, compuesta por Antonio Ferrera, Morenito de Aranda y el único madrileño, Alberto Aguilar.


Fue Morenito el primero en caldear el ambiente, toreando de capa francamente bien al segundo de la tarde. El burgalés, con el capote, tiene manos de seda. La lidia fue "in crescendo" con los pares de banderillas de Luis Carlos Aranda, que reaparecía tras su reciente cornada en Zaragoza. Tan torero como de costumbre, expuso mucho y recibió una ovación. Después, Morenito -que brindó a la Infanta Elena con un "por la Fiesta y por España"- firmó una faena desmayada, personal y liviana, con los mejores momentos por la diestra. El toro, como la mayoría de sus hermanos, se movió mucho, pero sin clase y manseando, con la cara suelta, sin romperse ni empujar con los cuartos traseros. La actuación se saldó con una estocada fulminante y el castellano cortó una oreja cariñosa. En el quinto, en cambio, no convenció. El toro, desde luego, tampoco, y cada uno fue por su camino.  


El siguiente que tocó pelo fue Antonio Ferrera, que este dos de mayo estuvo soberbio: torero cuajado como lidiador, como matador y con la infrecuente virtud de saber ver y adaptarse a sus toros. El cuarto de Lozano Hermanos no quería ver el peto del caballo ni forrado de alfalfa. Ferrera fue ordenando a su picador que se desplazase hacia chiqueros, pero ni por ésas el bicho sintió el acero. En otro tiempos, habría merecido banderillas negras, sin embargo, acabó enarbolando dos pares con la bandera extremeña y uno con la española clavados por el propio matador. Ferrera, roto y entregado, apostó por el manso y, en terreno de chiqueros, empezó a propinarle naturales encajado, vertical y con la muleta por el albero. Y la plaza de Madrid, que se había puesto borde, sucumbió como siempre hace ante el toreo de verdad. Lanzó el diestro la ayuda al albero y, tras los lances por la izquierda, comenzó a torear al natural por la derecha. Madrid crujió. La estocada, hasta la bola, explosiva, cayó baja y el de Lozano dobló sin puntilla. Oreja de ley que, en mi modesta opinión, podría haber ido acompañada de la segunda.


Cerraba la goyesca Alberto Aguilar, que tampoco es manco ni está falto de valor. Con el tercero -que tuvo el honor de ser lidiado por el capote de Rafael González-, largo como un tren y feo como un demonio, anduvo valentísimo. Sobrado. Empezó dándole sitio y citándole desde largo; luego, pudo con él por la derecha y se la jugó por la izquierda. El premio llegó tras la lidia del sexto, el mejor toro del lote enviado por los Lozano: un ejemplar que metió los riñones en el caballo y que empujó en la muleta, hasta que se rajó. Aguilar, cruzándose y sincero, ganó la partida pegado a las tablas, pasándoselo más cerca que la mar. Lo despachó de un estoconazo al encuentro, tirándose sobre la divisa, y paseó una merecida oreja.


A "pelúa" por coleta, por tanto. Y la terna con sus correspondientes cuadrillas, se marchó de Las Ventas sonriente al son de "Los Nardos". El sábado, prometo completar la crónica con unas notas de sociedad y moda, porque la goyesca, tras las bambalinas, también tuvo su miga. Ahora sólo me queda tiempo para adelantar una conclusión: Luis Carlos Aranda y Rafael González son los únicos toreros a los que les cae bien "el pijama". Eso es tan loable como cuajar a un manso en Las Ventas.

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