sábado, 25 de mayo de 2013

Razones de la euforia equina

Repesco una crónica que escribí en el San Isidro de 2012. Como no ha cambiado nada desde entonces y está de moda el reciclaje, ahí va.
 
 
Tras dos tardes de fiascos isidriles, el sábado me acerqué a Las Ventas con una curiosidad meramente sociológica: decidí analizar al público de las corridas de rejones y realizar un minucioso informe titulado: “A caballo ellos son felices mientras que a pie nos deprimimos. Razones de la euforia equina”. Con ese objetivo me dirigí a Las Ventas en tarde bochornosa y lo primero que presencié fue la multiplicación de los niños y las tarteras. Todo el mundo llevaba en la mano una tartera. O en su defecto un niño. También comprobé que la vestimenta del paisanaje variaba de una corrida de toros a un festejo de rejones: en los jacos se veía más colorín, más polo de rayitas y menos camisa ceniza. Eso sí: cuando atravesé el patio de arrastre no reconocí ni a la muchacha que reparte el programa de mano. Todas las caras me resultaron nuevas, sonrientes y distendidas. Rostros sabáticos. Allí no se veían esas miradas asesinas del abonado que un martes ha salido tarde del trabajo, a poco se mata derrapando en el metro y llega a la plaza echando el bofe y, de paso, la bilis por el último petardo venteño. Estoy convencida de que los rejones alargan la vida mientras que el toreo a pie le pega un tajo de varios años. Y no es para menos: el ambiente bullanguero se apreciaba desde que sonaron clarines y timbales. El paseíllo de los jacos dura diez minutos y es amenizado por la banda de música que no se priva de nada: “Francisco Alegre”, “La morena de mi copla”… salvo “Mi jaca”, interpreta todo el repertorio. A las siete y diez, cuando habitualmente en una corrida a pie ya se ha derrumbado el primer toro, en los rejones todavía van por el paseíllo, con los caballitos pegando cabriolas por mitad del redondel al son de los pasodobles.

Al no ser motivo de mi estudio, no analicé en profundidad cuántas banderillas clavaron por toro ni cuántos bichos componían la caballería. Con la jarana y el palmoteo, reconozco que perdí la cuenta. Porque en los jacos se aplaude mucho. Parece que la plaza se va a caer en cada faena. A veces, incluso, el manoteo se realiza al compás de los caballos: al paso y al trote aún es posible seguir el ritmo, si bien al galope llega la más profunda descojonación. Por no hablar de las orejas, que se piden con un fervor ilimitado. En el ecuador de la embriaguez, mientras un caballo solitario corría cerca del tendido 2 y su caballista daba la enésima vuelta al ruedo, vi cómo alguien del público arrojaba una sandía con vehemencia.


Tampoco crean que es oro todo lo que reluce: en los rejones también se echan toros al corral. Algunos asuntos son universales a pie, a caballo y a cohete. Un poco antes de salir los cabestros, una mujer muy emocionada exclamó:
- ¡Va a salir Florito… y eso no se ve todos los días!
¡Ay, señora, si yo le contara! Cuánta ternura e inocencia se respiran en los jacos (aunque reconozco mi decepción al ver que Floro no apareció montado a caballo para dirigir a sus bueyes). Allá donde fueres haz lo que vieres, Floro.
Dejando a un lado detalles así, este sábado casi contemplé dos Puertas Grandes. Y digo “casi” porque me largué al cuarto, por lo que me quedé con la duda de quién saca a los jacos en hombros. Da lo mismo. El meollo de la cuestión es el siguiente: ¿cuánto tiempo hace que no vemos cortar cinco orejas en Las Ventas? ¿Desde cuándo no enloquece la plaza de Madrid? ¿Los aficionados del toreo a pie somos masocas o sencillamente pringados?


Todas estas dudas me asaltaban hasta que llegué a casa y repasé otras noticias de la actualidad taurina. En Jerez, Padilla y Cayetano se habían repartido seis orejas con una corrida de Juan Pedro Domecq. El día anterior, en la misma plaza gaditana, El Juli, El Fandi y Manzanares pasearon ocho apéndices y un rabo ante toros de Núñez del Cuvillo. Un poco más tarde, el domingo, en Valladolid, Morante, El Juli y Manzanares cortarían cinco orejas a seis ejemplares de Victoriano del Río.
Fue entonces cuando llegué a la conclusión de mi análisis ecuestre: poco a poco, el toreo a pie también se está contagiando de la euforia equina. Los caballos, por motivos obvios, nos sacan algunas cabezas de ventaja, pero el recorrido es el mismo: menos exigencia, más tarteras y grandes dosis de alegría pal´cuerpo. Todas las plazas, antes o después, irán cayendo. O cambiamos el rostro de mala leche, compramos camisas multicolores y le cogemos gusto al circo o nos aficionamos a otra cosa. Ésta es la Fiesta que viene a galope tendido, queramos o no.
En cuanto a mí, con todos mis respetos, no sirvo para los jacos.
 

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