“Nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con
niños,
ni con Charles Laughton” (Alfred Hitchcock)
ni con Charles Laughton” (Alfred Hitchcock)
Hace apenas un par de días, este 1 de julio, Charles Laughton habría cumplido 114 años (nació en 1899 en Scarborough, Inglaterra, y falleció en 1962 en Los Ángeles, California). Un solo dato basta para calibrar su relevancia en el mundo del cine. Billy Wilder aseguró que era el mejor intérprete al que había dirigido: “era el más grande de todos los actores”, afirmó el hombre que había trabajado, entre otras estrellas, con Jack Lemmon, Walther Matthau, Tony Curtis, Kirk Douglas, Humphrey Bogart, William Holden y Edward G. Robinson. James Mason, otro peso pesado, describió a su compañero Laughton como un actor del Método [Stanislavski], pero “sin sus tonterías”.
Si Laughton era brillante delante de la cámara, resultaba
aún más sobresaliente detrás de ella, como director. A los 55 años, decidió
adaptar el bestseller de Davis Grubb “The night of the hunter” (“La noche del
cazador”), inspirado en un serial killer auténtico, Harry Powers, “The
Bluebeard of Quiet Dell”, que fue ahorcado en 1932 por asesinar a tres niños y
dos viudas. Powers, que en la novela de Grubb fue rebautizado como Powell, ingresó
con galones en el imaginario popular por llevar tatuadas las palabras “love” y “hate”
(“amor” y “odio”) en los nudillos de ambas manos. Curiosa e inquietantemente,
Laughton también detestaba a los críos, hasta tal punto que, según contó más
adelante su viuda, “los niños fueron dirigidos por Robert Mitchum”.
Si tuviera que elegir una escena de “The night of the hunter”, me quedaría con aquélla en la que los niños escapan del predicador montados en una barca y cruzan el río por la noche, bajo la luna llena. Al verla, inevitablemente recuerdas otra obra maestra del cine de todos los tiempos: “Amanecer”(“Sunrise”) de F.W. Murnau (1927). Cine sin palabras, cine en estado puro.
Ben is silent. Preacher walks away and stands for a spell
staring out the cell window with his long, skinny hands folded behind him. Ben
looks at those hands and shivers. What kind of a man would have his fingers
tattooed that way?, he thinks. The fingers of the right hand, each one with a
blue letter beneath the gray, evil skin-L-O-V-E. And the fingers of the left
hand done the same way only now the letters spell out H-A-T-E. What kind of a
man? What kind of a preacher?
Tanto la novela como la película podrían encajarse dentro de
la estética gótica, con el telón de fondo de la América profunda devastada por
la crisis del 29, con numerosas alegorías a la Biblia, a los mitos clásicos, a
la picaresca de Mark Twain, al terror de Frankenstein, al expresionismo alemán, al espíritu dickensiano
y a la narrativa victoriana. Algo insólito en el Hollywood de los cincuenta,
volcado en las grandes producciones. A diferencia de “Matar a un ruiseñor”, mucho
más amable, “La noche del cazador” es una historia sobre niños dirigida al
público adulto.
Además de la mano maestra de Laughton, otros dos
ingredientes resultan cruciales para desplegar el espectáculo visual y
sensitivo de la película: la fotografía en blanco y negro de Stanley Cortez y
la banda sonora de Walter Schumann. Sin olvidar, por supuesto, la soberbia
interpretación que Robert Mitchum hace del predicador Powell, la encarnación de
la perversidad sobre la tierra.
Listen, Ben! See this hand I'm holdin' up? See them letters
tattooed on it? Love, Ben, love! That's what they spell! This hand-this right
hand of mine-this hand is Love. But wait, Ben! Look! There's enough moonlight
from the window to see. Look, boy! This left hand! Hate, Ben, hate! Now here's
the moral, boy. These two hands are the soul of mortal man! Hate and Love.
Si tuviera que elegir una escena de “The night of the hunter”, me quedaría con aquélla en la que los niños escapan del predicador montados en una barca y cruzan el río por la noche, bajo la luna llena. Al verla, inevitablemente recuerdas otra obra maestra del cine de todos los tiempos: “Amanecer”(“Sunrise”) de F.W. Murnau (1927). Cine sin palabras, cine en estado puro.
Plano de "Amanecer" de Murnau
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