miércoles, 10 de julio de 2013

Leña con marmitako


Demostró con holgura Nicolás Fraile que en Valdefresno cría toros para ser lidiados en Las Ventas.  Que lo de la pasada Beneficencia fue una canallada maquinada por Matilla con la complicidad de Choperita, ya no hay quien lo niegue. Quien quiera entender de forma rápida y clara qué es el trapío, le recomiendo que vea los toros que Nicolás Fraile llevó ayer a su debut en Pamplona en sustitución de Cebada Gago: serios como la noche, hondos, imponentes de cara, musculados, incluso con rizos asomando en la testuz, pero ninguno atacado de kilos. Tras contemplar a semejantes pavos, a uno le entra la risa floja al pensar en la "tauromaquia creativa" que pregona el actual presidente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, el insigne Carlos Núñez. Porque los Valdefresnos de Pamplona ligaban mal con cualquier salsa o espuma de la nouvelle cuisine: cortaban hasta el aire.

 
Por desgracia, su fondo no resultó tan espectacular como su forma. En general, fue una corrida que cumplió notablemente en el caballo y que llegó amuermada a la muleta. Falta de casta, en definitiva. Algunos toros protestaron mucho en la pañosa y embistieron de mala gana con la cara suelta y apretando para los adentros. En cada lote cayó un regalo en forma de imponentes perchas: las arboladuras del primero, quinto y sexto fueron de infarto fulminante.  

A veces, los toros no embisten por exceso de preposiciones
 
Entre los matadores, quien resolvió mejor su papeleta y estuvo por encima de las circunstancias fue David Mora, que cortó la única oreja del festejo, al quinto, un animal acapachado y con hechuras de embestir. Premio generoso en exceso si tenemos en cuenta la defectuosa estocada, muy atravesada, que contrastaba con el excelente espadazo que el madrileño le propinó al primero de su lote. En cualquier caso, tarde despejada y meritoria la de Mora que, a todas luces, ha encontrado en Pamplona una de sus plazas fetiche. Precioso, por cierto, su inicio de faena por bajo al segundo, donde exhibió su gusto y torería.

 
Rubén Pinar, en cambio, anduvo irregular, pero sereno, a ratos templado, en dos faenas dignas, algo largas, y sin excesivo brillo. Mientras el público pamplonica despachaba tarteras de marmitako, Alberto Aguilar, muy brusco y perdido toda la tarde (a diferencia de su banderillero Rafa González), se aperreaba con su duro lote y pegaba el mitin con la espada. Una alegría ver de nuevo a José Antonio Campuzano en el callejón.

 
Otra corrida, al igual que la de Dolores Aguirre, no apta para la "tauromaquia creativa" ni para toreros que resoplan cada vez que se manchan el traje, ya sea de sudor, sangre o marmitako.

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