"Como un niño sentimental y arbitrario, zascandil y bien intencionado, el tiempo -ese misterio- se nos hace tiempecillo incierto por las fechas en las que aún no sonaron los bronces y las platas de la primavera, la primera muestra de los ángeles sobre los campos donde Dios apunta como un arquero fiel.
El tibio, el fresquitemplado tiempecillo incierto de los entretiempos - ese tiempo que no es ni carne ni pescado, ni chicha ni limoná- nos va despertando las últimas y más remotas venas que el invierno durmió con sus sombras, con sus heladas y con sus desplantes. Y, en ese despertar, que es un desperezarse vegetal y milenario, el hombre va sintiendo en su piel viva, en su carne viva, el hálito aún confuso del incierto tiempecillo, que lucha por tomar carta de mayoría y ser llamado tiempo como los otros tiempos, los que se marcharon y los que están por venir, los que fueron buenos y los que nos hicieron mal, los de las vacas gordas y los de la humillación y el doloroso desprecio.
Es
como una bendición, sabe como las bendiciones saben, esta suave templanza con
la que el tiempo, a veces, quiere regalarnos, se entretiene en premiarnos. El
aire renuncia al peso y a la velocidad; la luz se hace diáfana, amable y
transparente; el sol, aún sin presión en sus calderas, no nos castiga
inclemente, fiero y despótico, y el rumor de todo lo que está vivo empieza a
hacerse susurrante, bullidor y jovial.
Éste
es el tiempo de echar las campanas al vuelo, y si pinta en buenos ánimos, de
echar la casa por la ventana, porque la casa puede empezar a estar sin tejado y
los hombres podemos hacer de la calle nuestra casa, que cosas más raras se han
visto.
A pie y a cuerpo gentil, el hombre se convierte en el paseante, y el arte difícil de darse un paseíto al sol -eso que tan pocos saben hacer como mandan los cánones: sin rumbo, sin impaciencia y sin pensar en nada- empieza a tener alumnos aplicados, como la última corriente estética que sopla de París.
Los
jardines y las avenidas se pueblan con su fama alborotadora de los niños
renovados y de las nurses, y de las amas secas eternas, y de los juegos
infantiles se hacen más vivos, cobran mayor descaro y se visten y adornan con
la patente de corso de la ingenuidad.
El
novio pobre tiene que hacer menos equilibrios en su economía porque puede sacar
a su novia de paseo y ya no tiene que meterla en un café para que no se moje ni
se enfríe, y a Juanita, la novia pobre y considerada que siempre pedía lo más
barato, se le alegran las campanillas del alma porque sabe que, ahorrándose
siete cafés, podrá, en su día, comprarse unos visillos para la ventana de la
alcoba.
El
perro vagabundo, y el gato de los tejados, el gorrión descuidero y el asnillo
que tira del carro de hortalizas o del tenderete del afilador, y la mariposilla
urbana que nació en un puesto de flores, sonríen agradecidos al tiempecillo
incierto, que es el tiempo en el que todo -hasta las esperanzas- vive y en el
que nada muere, aunque desaparezca.Y al enfermo se le abre un mundo otra vez nuevo delante de los ojos. Y la mujer que espera su primer hijo -aquel que será más guapo y más lúcido que ninguno - se adorna y se estremece como un almendro en flor. Y el viejo se siente con más fuerzas. Y al triste empieza a remorderle la conciencia su tristeza.
Hace
bien a las almas -y lo hace como el evangelio quiere, sin darle importancia- el
anticipado e incierto tiempecillo de la templanza. Sus días son, a veces,
ahogados por el súbito temporal que esperaba su turno agazapado, como el gato
garduño, pero el recuerdo del tiempecillo bonancible da fuerza a los hombres
para esperar animosos el estallido de la primavera, ese cohete de luz que
convierte en mañana todas las horas del día.
Sí;
el tiempecillo incierto, en ocasiones, muere a manos del agua o del frío, que
resucitan unos instantes para morir matando; pero los días que el tiempecillo
haya durado, que nos los quiten, si pueden, con las mismas artes que empleen
-quienes quiera que sean- para quitarnos lo bailado.
Suena
más claro y más alborotador en estos días el trompetero metal de la banda
militar del cielo, y se palpan con mayor precisión y más numerosa frecuencia
las manos amigas que nos saludan como prisioneros que vuelven, entre asustados
y jubilosos, a sus hogares.
Y por este tiempecillo incierto que, ¡quién lo sabe! a lo mejor se nos va mañana mismo por la mañana, levantamos nuestra copa. Y en su honor y homenaje escribimos estas líneas. Y en su recuerdo, si se nos escapa, afilaremos nuestra memoria.
Porque,
como un niño sentimental y zascandil, arbitrario, romántico y lleno de buena
intención -de la intención mejor-, el tiempo, ese arcano, se nos ha hecho
tiempecillo y a nosotros nos ha tocado gozarle: como una flor, como una
sonrisa, como un corazón".
CAMILO JOSÉ CELA
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