En las vueltas del sombrero donde se sortean los toros de Victorino, rara vez sale ya la bolita con el número de la alimaña o el de bandera. En las últimas temporadas, el conjunto suele saldarse con un tono medio que, en Arles, ha rozado el notable (con 18 puyazos en total). Quizás los dos extremos lo marcaron el quinto, por peligroso, y el segundo, por bravo y noble. En cuanto a la presentación, fue irreprochable: ambos ganaderos, padre e hijo, que presenciaron la corrida resguardados de la lluvia compartiendo paraguas, han llevado al Coliseo de Arles una corrida de plaza de primera categoría. Sólo llamó la atención la encornadura, con muchos ejemplares paletones y pocos veletos o cornipasos, marca de la casa.
Sorteó el peor lote el torero que abrió cartel: Fernando Robleño, que vistió el mismo terno grana y oro de su épica encerrona en Ceret. A su primero le faltó transmisión; con el azaroso quinto se la jugó a carta cabal -no en vano, resultó prendido pudiendo zafarse de la cornada de milagro-; y estuvo sensacional con el tercero, un animal que rompió a bueno tras "hacerlo" a base de oficio, alargándole las embestidas. Hacía tiempo que no veía torear tan bien, tan de verdad al natural. Cuando los toreros se encuentran en su mejor momento, no conocen el toro imposible. Eso se nota en la muleta transparente de Robleño: si la dignidad y la vergüenza torera cotizasen al alza, otro gallo le cantaría. Se torea como se es. Y como se está. Un detalle basta para entenderlo: la manera en que llevó a su tercero al caballo, poderoso y seguro, obligándole por bajo.
El otro espada que completaba cartel, y que tampoco anda escaso de valor ni pundonor, era Javier Castaño. El salmantino ha tenido una tarde de menos a más: algo frío y desconfiado con su primero -el mejor Victorino de la tarde, que tomó cuatro puyazos-, hasta firmar una impecable faena, de coraje y oficio, al sexto. Tal vez la actuación que más me gustó fue su emocionante lidia al cuarto, dejándose llegar al toro de lejos, dándole todas las ventajas. Es de agradecer la manera en que Castaño enseña su lote, desde que se abre de capa hasta la estocada final. En eso también ayuda una espléndida cuadrilla, donde en Arles, además de Adalid, han destacado dos jóvenes promesas: el picador Alberto Sandoval, sobrino de Tito Sandoval, y el tercero Fernando Sánchez Martín.
Fotos: Jöel Buravand
El único reproche que puede pesar sobre las conciencias de Robleño y Castaño ha sido su fallo con la espada que, sin duda, les ha privado de varias orejas. Esto demuestra que, para triunfar y ganarse el respeto de la afición, no siempre es necesario cortar apéndices al peso. Existen otras conquistas, menos materiales y prácticas, sin duda, pero más sólidas y perennes.
Con este mano a mano, se ha puesto fin a la interesante feria de Arles, un ciclo donde, todas las tardes, se han visto toros (especialmente de Alcurrucén, Torrestrella, Cebada y Victorino), toreros (Iván Fandiño, Luis Bolivar, David Mora, y hoy, Robleño y Castaño), cuadrillas, tercios de varas y donde, sobre todo, no ha habido un solo baile de corrales. Que tomen nota en otras latitudes porque ésta es la única receta para la salvación. No existen más ingredientes para el milagro.
Lamentablemente esto es lo que hay:Se casi ignoran actuaciones dignas y toreras ante el toro ,y por contra los "piquetes informativos" covierten a un superescogido animalito en un toro de referencia y una gatera en una puerta grande.Pués sí.
ResponderEliminarA este paso los supercuñados,para minimizar el engorro del trasiego de tanto bichejo en las angosturas corraleras de la Maestranza,van a tener que pedirle a Juaninasio las naves del Barranco y que los Matilla,Cuvillos y demás fabricantes de fieras corrupias metan allí toda su mercancía durante la feria,porque como dicen los catalanes, el gasoil va caro.
Cosa curiosa,viendo la Feria de Arles por televisión, he dado muchos menos paseos a la nevera.