La noche todavía está viva en medio
del bosque, la noche con todo lo que está palabra esconde: la presa,
el amor, el ir y venir, la conciencia de la alegría gratuita de
vivir y de la lucha por la vida. Es el momento en que ocurren cosas
no solamente en las profundidades del bosque, sino también en el
fondo oscuro de los corazones humanos. Porque los corazones humanos
también tienen sus noches, colmadas de una pasión tan salvaje como
la pasión de la conquista y de la caza que anida en el corazón del
ciervo o del lobo. El sueño, el deseo, la vanidad, la egolatría, la
ira del macho sediento de placer, la envidia, la venganza, todas las
pasiones anidan en la noche del alma humana, siempre al acecho, como
el zorro, el buitre o el chacal en la noche de los desiertos de
Oriente.
[…] Todas las grandes pasiones son
desesperadas: no tienen ninguna esperanza, porque en ese caso no
serían pasiones, sino acuerdos, negocios razonables, comercio de
insignificancias.
[…] Es la mayor tragedia con que el
destino puede castigar a una persona. El deseo de ser diferentes de
quienes son: no puede latir otro deseo más doloroso en el corazón
humano. Porque la vida no se puede soportar de otra manera que
sabiendo que nos conformamos con lo que significamos para nosotros
mismos y para el mundo. Tenemos que conformarnos con lo que somos, y
ser conscientes de que a cambio de esta sabiduría no recibiremos
ningún galardón de la vida: no nos pondrán ninguna condecoración
por saber y aceptar que somos vanidosos, egoístas, calvos y
tripudos; no, hemos de saber que por nada de eso recibiremos
galardones ni condecoraciones. Tenemos que soportarlo, éste es el
único secreto. Tenemos que soportar nuestro carácter y nuestro
temperamento, ya que sus fallos, egoísmos y ansias no los podrán
cambiar ni nuestras experiencias ni nuestra comprensión. Tenemos que
soportar que nuestros deseos no siempre tengan repercusión en el
mundo. Tenemos que soportar que las personas que amamos no siempre
nos amen, o que no nos amen como nos gustaría.
[…] Hay personas a las que todo el
mundo quiere, a quienes todo el mundo regala con una sonrisa, a
quienes todos miman y perdonan, y esas personas generalmente tienen
algo de coquetas, algo de prostitutas […] Las personas en cuya
frente brilla una señal divina que muestra que son protegidas de los
dioses, se saben seres elegidos, y por eso hay algo de vanidad y de
seguridad exagerada en su manera de presentarse a los demás […]
Esto es lo máximo que un ser humano puede obtener en la vida. Es la
mayor gracia. Pero quien se confía, quien se vuelve arrogante o
altivo, quien no puede soportar con humildad los agasajos del
destino, quien no percibe que ese estado de gracia solamente dura
mientras no se malgaste el regalo de los dioses, ése sucumbirá. El
mundo sólo perdona, y sólo momentáneamente, a los puros y humildes
de corazón.
Fragmento del libro "El último encuentro" de Sándor Marai (1942)
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