jueves, 18 de septiembre de 2014

La ventana abierta


La ciudad duerme o despierta. Es lo mismo. La ciudad está desierta o no notamos otra presencia que la de nuestros pasos que ni van ni vuelven. Todo es oscuridad en torno. Hasta el sol. Si alguien nos llamara no le oiríamos .Si llamáramos a alguien no nos oiría tampoco. Estamos tumultuariamente rodeados de nuestra terrible soledad. No sabrías, alma mía patética, poblar esta desesperada patria sin nadie.
 
No importa la ciudad. No importa la casa. Pero de pronto, allá junto al tejado, vemos una ventanita entreabierta. ¿Quién, cuándo, cómo, para qué han entreabierto esa ventanita? ¿Se asfixiaba un alma? ¿Acaba de asomar por ella un brazo desnudo diciendo adiós? ¿Qué ocurre dentro? ¿Muere o nace alguien en ese instante? ¿Contemplan dos enamorados el techo de su alcoba? ¿Cuenta sus monedas un avaro? ¿Estudia un hombre? ¿Lavan unas manos tiernas, vulgares, una ropa triste?

 
[...] ¿Por qué, a qué, abrió alguien esa ventanita más hermética ahora que cerrada? ¿Qué está ocurriendo que no se nos ocurre? La ciudad, la calle, la casa, la geografía entera importan poco. Sólo nos araña los ojos esa ventanita entreabierta al universo mundo. Nos hemos detenido. Contemplamos con una, como trágica curiosidad, esa herida en la noche, en la mañana, al atardecer o cuando los gallos cantan a la dudosa luz.
 

No sabemos proseguir nuestro paseo. Algo nos clava allí, sobre la piedra. Como si algo nos estuviera ocurriendo a nosotros mismos. Nada nos movería a asombro. Nada. Ni que apareciera uno mismo asomándose a la ventana. Porque, ¿es de verdad uno el que está en la calle?
 
Algo nos pesa y duele en el corazón. Nos estamos olvidando de nosotros. ¿Estaremos arriba, en esa habitación desconocida llorando o riendo, amando, naciendo,muriendo? ¿Hemos abierto nosotros la ventanita? [...] No importa la ciudad. Ni la casa. Importa sólo esa ventanita que permanece a un día o a una noche cualquiera.
(César González-Ruano)

 
Escucha Escucha Escucha
la voz de los hoteles,
de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna una raída alfombra escarlata,
por donde se apresuran los sirvientes que salen al amanecer como espantados murciélagos

Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera; las voces que vienen de la cocina,
donde se fragua un agrio olor a comida, que muy pronto estará en todas partes,
el ronroneo de los ascensores

Escucha Escucha Escucha
a la hermosa inquilina del "204" que despereza sus miembros
y se queja y extiende su viuda desnudez sobre la cama. De su cuerpo
sale un vaho tibio de campo recién llovido.
 

[…] Escucha Escucha Escucha
la incansable viajera, ella abre las ventanas y aspira el aire que viene de la calle. Un desocupado
la silba desde la acera del frente y ella estremece sus flancos en respuesta al incógnito llamado.
 
(Álvaro Mutis)
 

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