El pasado jueves, 25 de septiembre, se inauguró la I exposición Nanaísta de la historia. La muestra puede visitarse en la galería Modus Operandi de Madrid hasta el próximo 5 de diciembre. Pero, ¿qué es el Nanaísmo?
Inspirado
por las vanguardias de principios del siglo XX, el Nanaísmo surge
como protesta ante la degradación cultural, y sobre todo ética, de
nuestra actual sociedad. No sólo vivimos una crisis económica, sino
también de valores. Padecemos un nihilismo agudo. Nuestro mundo se
empobrece en mitad de un gran estrépito. Hemos dejado de leer,
tememos al silencio y establecemos conductas gregarias. Consternados
ante esta situación, los nanaístas, tanto creadores como
partidarios, somos unos rebeldes de la negación. Para
Camus, el hombre rebelde era aquel que sabía decir “no”. La
rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de
alguna manera y en alguna parte, razón. Esto es: “la rebelión
tiene su origen en la conciencia, en el saber”. De esta íntima
seguridad de que el Estado del Bienestar ha creado un gran rebaño de
estómagos agradecidos donde reina la anomia, el relativismo moral y
la apatía, los nanaístas, un grupo de rebeldes desde la conciencia
del saber, defendemos el siguiente manifiesto:
1-. Reivindicamos el surrealismo español.
Aunque sorprenda, el surrealismo ibérico hunde sus raíces en el
Siglo de Oro español, con la novela picaresca, Cervantes (a través
de la dialéctica sancho-quijotesca) y la mordacidad de Lope de Vega,
Góngora y Quevedo. Sin embargo, hubo que esperar hasta el siglo XX
para conocer la segunda cima del género. Decía Antonio de Lara,
Tono, miembro del Otro 27 junto a Miguel Mihura, Edgar Neville,
Enrique Jardiel Poncela, K-Hito, José López Rubio, Enrique
Herreros, etc.: “Fue nuestra generación una verdadera generación
precursora, pues todavía se están riendo de nosotros”. Y
apostilló Pedro Laín Entralgo: “Hay una Generación del 27, la de
los poetas, y otra Generación del 27, la de los renovadores -los
creadores más bien-, del humor contemporáneo”. Los nanaístas
aspiramos a tomar el relevo de ese otro 27 y usar su humor, elegante,
surrealista y magnífico, para diseccionar la realidad. Si los
canales empleados por los intelectuales del otro 27 fueron,
fundamentalmente, las revistas gráficas y el teatro, nosotros
añadimos el cine, la música, la danza y las artes plásticas.
Cualquier cauce es válido para que, dentro de un siglo, continúen
riéndose de nosotros. Los frutos de la generación de La Codorniz se
llamaron Luis García Berlanga y Rafael Azcona, a quienes veneramos
en un altar. Los consideramos la gran collera del mejor cine castizo
español: absurdo, hilarante, crítico, sutil y terriblemente
sensible. En sus películas, reímos tanto como lloramos. Ése es el
cine que deseamos realizar, el de las luchas imposibles. A veces
bárbaro, pero siempre tan nuestro.
Filósofos inmortalizados en plastilina por Rafael Jiménez
2-. Creamos a partir de los Clásicos y la
Antigüedad. Como no hemos encontrado la Fuente de la Eterna
Juventud, bebemos de Sócrates, su discípulo Jenofonte, Plinio el
Viejo y Cicerón. Sostenía Rafael Gómez, El Gallo, que lo clásico
era aquello que no se podía mejorar. Comulgamos con este credo
gallista. Los nanaístas no rompemos con el pasado, sino que
profundizamos en él para seguir creando. Como los grandes cineastas,
aprenderemos a hacer cine viendo obsesivamente películas de John
Ford, empezando por Centauros del desierto. Ojo: porque continuamos
aprendiendo.
3-. Nuestro leitmotiv es la búsqueda, más
que la propia conquista (quizás por ello, también simpatizamos con
Ulises). Cada mañana, releemos el Mito de Sísifo. La tarea del
creador ha de ser como la de un Sísifo infatigable que, pese a
advertir de manera implacable la imposibilidad de su empeño, no
renuncia a su cometido. Escribió San Agustín: “Buscaremos como si
fuéramos a encontrar, pero nunca encontraremos sino teniendo que
buscar siempre”.
La playa vista por Joaquín Pacheco
4-. Defendemos los “efectos naturales”
por encima de los “especiales”. Decía Ramón Gómez de la Serna
que, en lo que más avanza la civilización, es en la perfección de
los envases. Por eso, los nanaístas seguimos apostando por el fondo
más que por la forma. Por la esencia. Por los efectos naturales en
el cine y en la mesa. Como Hegel, reivindicamos la forma en función
del fondo, mal que le pese al idealismo platónico.
5-. La Tauromaquia es un rito sagrado: la
única esperanza de ser libres y la última oportunidad de seguir
existiendo. Sobre el albero de la plaza, cada tarde, un puñado de
hombres defienden, a duras penas, una serie de valores que nuestra
insaciable sociedad destruye: el esfuerzo, la superación personal,
la dignidad, el valor, el respeto al rito y la hombría, en
definitiva, la torería. ¿Existe una estampa más épica, ética y
estética que un hombre enfrentándose a un toro bravo?
Esculturas taurinas de Pablo Lozano
6-. Una afición por cada sentido y, para
nuestro sentido favorito, dos aficiones. Por ello, tenemos el firme
propósito de recuperar la idea de “espacio vivo de experimentación
de los sentidos” que defendió el escultor Alberto Sánchez. El
décimo mandamiento de la Escuela de Vallecas predicaba con
sabiduría: “La gula primeramente y el sueño, la lujuria y el
arrebato...”. No hay que olvidar que, para Azorín, sólo un plato
de natillas era superior a la música de Rossini.
7-. Disfrutamos de la grandeur, o de lo que
queda de ella. Es decir, admiramos la exquisitez y refinamiento de la
cultura francesa. Nos deslumbra su capacidad de acogida, creando
franceses universales a partir de talentos nacidos en otras tierras
(sirvan como muestra reciente Picasso y Jacques Brel). Somos
absolutamente francófilos, a pesar de Napoleón y algún otro
pequeño detalle que pasamos por alto. Nos extasiamos con la
filosofía y la literatura galas (de Proust a Camus, pasando por
Dumas y Cioran), el arte pictórico (impresionistas y fauvistas) y la
chanson. Nuestro sibaritismo, heredado indudablemente de los
franceses, nos obliga a cerrar las comidas con un pedacito de
chocolate negro.
"Desayuno continental" con croissant, por Pablo Lozano
8-. Las principales fuentes de riqueza en
España son el idioma, el legado artístico, la gastronomía
autóctona y el clima benigno. Paradójicamente, no rentabilizamos al
máximo ninguna de ellas. En Hispanoamérica, entre los 375 millones
de personas que actualmente hablan español, han nacido varios
hombres brillantes que pensaron en nuestra lengua. Otra tradición
innegociable para un buen nanaísta es la siesta, el yoga ibérico,
en palabras de Cela.
Escultura de José María Casanova
9-. Preservamos la música popular, la que
nace y muere en el corazón de los pueblos. Los romances, la copla,
el tango, la ranchera, el fado... La música popular refleja lo que
el alma no tiene, por eso la canción de los pueblos tristes es
alegre, y la canción de los pueblos alegres es triste. Fernando
Pessoa escribió que el fado encarnaba el cansancio del alma fuerte.
Todos los románticos han amado la música popular, porque nos aporta
un pasado imaginario, a veces heroico. También Borges: “Oyendo un
tango viejo, sabemos que hubo hombres valientes”. Durante un
tiempo, cuando la copla le cantaba al amor, a la guerra, al hambre,
al campo, a la picaresca y a los toros, al latir de nuestros días,
también se llamó “canción española”. Porque “al fundir el
corazón en el alma popular / lo que se pierde de nombre / se gana de
eternidad” (Manuel Machado).
10-. Los nanaístas somos, consciente o
inconscientemente, del Atleti de Madrid, el único equipo que ha
tenido seguidores incluso antes de existir, como fue el caso de Marco
Aurelio, Mariano José de Larra, Nietzsche, Schopenhauer o
Dostoyevski. Ser del Atleti, implica una forma particular de afrontar
la vida, de tener asumida la derrota -que a menudo encierra más
dignidad que la victoria-, porque el esfuerzo y el trabajo no se
negocian. Estamos convencidos de que el “Cholismo Ilustrado” será
estudiado algún día en las universidades más prestigiosas.
El sector de los luchadores: bandera del Atleti de Elena Guerrero
y cuadro en plastilina de Rafael Jiménez
y cuadro en plastilina de Rafael Jiménez
Al igual que Georges Steiner, los
nanaístas somos “optimistas de la catástrofe”. En las
trincheras, durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados leían a
Homero, Dickens y Shakespeare. Las grandes crisis siempre han
beneficiado a la cultura porque la humanidad ha procurado hundirse
con elegancia. De ahí que seamos un grupo abierto, en busca de otros
seres que comulguen con nuestro credo y que estén dispuestos a
encontrar la belleza escondida entre las ruinas.
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