Una pequeña muestra de la prodigiosa memoria taurina de Aquilino Duque, que narra en su libro "El toreo y las luces".
A Chicuelo llegué a verlo, recién
acabada nuestra guerra, mano a mano con Cagancho en la plaza deZufre, esa plaza con fondo de serranía como el teatro de Epidauro.
Fue el 17 de septiembre de 1940 y yo pedí la llave montando en un
caballo alazán que mi padre había comprado en Escacena. Volví a
verlos a los dos al año siguiente, el 11 del mismo mes, también de
corto, y cada uno mató dos novillos de López Plata. Tomo estos
datos de un diario que empecé a llevar a mediados de aquel año de
1941, décimo de mi edad. Los asientos de aquel diario no pueden ser
más escuetos. El correspondiente al 31 de agosto reza así: “Es
domingo y voy a Misa. Tiran cohetes porque van a venir toreros de
fama”.Como puede verse, de lejos me viene este “amor (y que
disimule Antonio Machado) a los alamares / y a las sedas y a los oros
/ a la sangre de los toros / y al humo de los altares”.
Doy estos pormenores porque hasta hace muy poco tiempo tenía la completa seguridad de haber visto, unos ocho o diez años más tarde y en La Maestranza sevillana y a poco de la alternativa de Manolo González, una corrida en la que alternaba con Chicuelo y Pepe Luis Vázquez. Tengo muy presente un quite de González en el que éste ejecutó unas originales chicuelinas en las que quebraba al toro con el capote, en un rápido vaivén de última hora, antes de ceñírselo al cuerpo. Yo pensé que el joven matador, pletórico de facultades, quería de ese modo hacer ver al veterano maestro cómo había mejorado el lance inventado por él. Pues bien, esa corrida por lo visto no existió jamás. El único superviviente no la recuerda y en mis diarios no encuentro la menor referencia. Lo más aproximado es una del 2 de mayo del 49 en la que actuaron Conchita Cintrón, Pepe Luis, Pepín Martín Vázquez y Manolo González. ¿Sería ésa? ¿Cómo es posible que la memoria pueda jugar estas pasadas, estas buenas pasadas? Porque si lo que pasó no tiene ya otra realidad que lo que se soñó, ¿cómo puedo renunciar a esa entrañable imagen de ver vestidos de luces y en La Maestranza a las tres personificaciones que tuvo en aquellos años el toreo sevillano? ¿Y qué afición a una manera determinada de concebir e interpretar el toreo me ha podido inducir a convertirme de ese modo en empresario de una fantasmagoría? Lo menos que esa afición se merecía era que esos tres toreros me pagaran con esa corrida imaginaria.
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