En estos tiempos en los que los toreros son colegas y se mandan besos y abrazos por sus cuentas en Twitter, conviene recordar la rivalidad que existía entre los diestros mexicanos Lorenzo Garza y "El Soldado", una historia que pueden encontrar en el libro "Los machos de los toreros", escrito por José Pagés Rebollar. Aquí no busquen toreros que anuncien Loewe.
Lorenzo Garza es un capítulo aparte. Nunca fuimos amigos y todo se debió a un pique entre los dos a consecuencia de un engaño. La cosa estuvo así: un día le pregunté en España: "Oye Lorenzo, ¿qué tal son los toros de la ganadería Fulana?" y él me contestó: "¡Muy buena, hombre! ¡Muy buena, Luisito!". Pocos días después me fue de lo peor lidiando toros de ese lugar y yo resentí de inmediato la mala fe de Lorenzo porque total ¿qué le hubiera costado decirme que era mala, que eran toros de "mal son"?
Lorenzo Garza es un capítulo aparte. Nunca fuimos amigos y todo se debió a un pique entre los dos a consecuencia de un engaño. La cosa estuvo así: un día le pregunté en España: "Oye Lorenzo, ¿qué tal son los toros de la ganadería Fulana?" y él me contestó: "¡Muy buena, hombre! ¡Muy buena, Luisito!". Pocos días después me fue de lo peor lidiando toros de ese lugar y yo resentí de inmediato la mala fe de Lorenzo porque total ¿qué le hubiera costado decirme que era mala, que eran toros de "mal son"?
A partir de allí empezó la guerra sin
cuartel. El asunto no quedó así, porque pocos días después, al
coincidir en Madrid durante una corrida, las cosas se fueron
calentando y para no hacértela larga, un domingo, cuando los dos
toreábamos en Portugal, mi apoderado me avisó que el miércoles
alternaríamos en Madrid. Al saberlo, yo dije para mis adentros: "¡A
toda madre!". Para todo esto, nos fuimos jugando poker en el
tren y yo, "picado", le gané 33 mil pesetas no sin antes
decirle de despedida: "¡Qué joda vas a llevar el miércoles!",
cosa que él no tomó en cuenta porque su apoderado era Eduardo
Pagés, y Lorenzo pensó que como aquél era apoderado de varias
plazas ya había arreglado que no me pusieran en el cartel.
Para dejarnos de cosas, aparecí en el
cartel y cuando llegó la corrida el toro cogió a Cecilio Barral y quiso Dios que Lorenzo y yo
nos quedáramos "mano a mano". ¡Ya era nuestra suerte! La faena estuvo "a toda
madre". A mi primer toro lo trabajé para cortarle orejas y
rabo. ¿Te imaginas? Pero lo mejor de todo estuvo cuando entré a
matar con el pañuelo, en vez de muleta, y no lo hice para lucirme
sino para acabar dé una vez por todas con todos los cabrones que
estaban allí. La plaza estaba eufórica, Lorenzo también y
emocionado avanzó para darme un abrazo, pero yo, "picado", lo empujé
y allá fue a dar de culo, sobre la arena. El aficionado español,
como tú sabes, es de los más conocedores y exigentes y por eso la
reacción no se hizo esperar y la gente me gritaba "Chulo, hijo
de la gran puta" y yo, desconcertado, me preguntaba: ¿por qué
me dicen "chulo"? Después, supe que era como decir hijo de
puta y me fui al centro del ruedo para mandarlos donde tú sabes.
Pero Lorenzo, no te creas, también
tenía lo suyo y entró a matar sin nada. Garza y yo nunca llegamos a
las manos.
¿Por qué me decían "El
Soldado"? A mí me pusieron "El Soldado" porque de
chico vivía junto a un cuartel al que entraba casi diario pues me
gustaba muchísimo montar a caballo y para eso había que
uniformarse. Por otra parte, cuando me anuncié para torear la
primera novillada de mi vida llevaba puesto un pantalón de soldado y
la gente se fijó en eso. De allí me vino el nombre de Luis Castro
"El Soldado" y con él tomé la alternativa el 5 de marzo
de 1933 con Joaquín Rodríguez "Cagancho" como padrino,
David Liceaga como testigo y toros de Cuaxamaluca en el encierro.
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