jueves, 31 de julio de 2014

Reaparecemos en septiembre


La taberna de Contraquerencia echa la persiana hasta septiembre. Gracias a los parroquianos por sus visitas diarias a este establecimiento absolutamente rancio y anacrónico. Prometemos volver a servir vino -y lo que se tercie- a la vuelta de las vacaciones.
 

miércoles, 30 de julio de 2014

El palacio de verano


En 1908, el Ayuntamiento de Santander empieza a construir un "palacio de verano" para los Reyes, los apuestos Alfonso XIII y su esposa, la escocesa Victoria Eugenia de Battenberg, madrina de bautizo del actual Felipe VI. Todos los santanderinos participan económicamente en el proyecto -que cuesta un millón de pesetas- mediante una suscripción popular. Los arquitectos elegidos son los cántabros Javier González Riancho y Gonzalo Bringas Vega, que culminan un elegantísimo edificio que mezcla estilos inglés y francés, con la incorporación de detalles de la arquitectura montañesa. El Palacio Real de la Magdalena se levanta en la península del mismo nombre, en la entrada de la bahía de Santander y frente a la isla de Mouro.

 
El 4 de agosto de 1913, Sus Majestades llegan a Cantabria para tomar posesión de su nueva residencia palaciega. Durante 18 años consecutivos, hasta 1930, los Reyes veranean en Santander. Sin duda, La Magdalena es de su gusto. Además, en sus alrededores, Alfonso XIII encuentra un lugar ideal para practicar sus deportes favoritos: las regatas de vela, el polo, el tenis y la caza... además de asistir a las corridas de toros en el coso de Cuatro Caminos. La prensa de la época describe a diario el "veraneo regio", detallando la vida de la Familia Real frente a las playas de El Sardinero -famosa internacionalmente por sus saludables "baños de ola"- y en la caseta "La Caracola".

 
Gracias a la presencia de los reyes, El Sardinero -antigua zona de pescadores- y las calles colindantes sufren una enorme transformación con la construcción de villas, casonas, alamedas y amplios paseos para los nuevos veraneantes burgueses. El Hotel Real, el Gran Casino y el Hipódromo de Bellavista se convierten en el corazón de la cultura santanderina durante la Belle Époque.

 
La reina confiesa que el Palacio de la Magdalena, decorado sencillamente a la inglesa, sin damascos ni terciopelos, es su residencia favorita -"su casuca"- y, probablemente, el único lugar en España donde se siente feliz. La escocesa no simpatiza con el carácter y las costumbres ibéricas, empezando por las corridas de toros, que preside obligada.

 
Una curiosidad taurina para terminar. El arquitecto que diseñó Cuatro Caminos, Alfredo de la Escalera, hizo pintar los hierros de las 93 ganaderías existentes en 1890, año de la inauguración. Pero, como la plaza tenía 94 arcos, mandó dibujar un hierro inventado en la zona del tendido 6: un cámbaro. A aquella ganadería improvisada con forma de cangrejo le puso el nombre de su pueblo, Argoño.
 

lunes, 28 de julio de 2014

Novio a la vista: el mejor partido del veraneo


En 1954, hace ahora 60 años, Luis García Berlanga rodó Novio a la vista, una historia donde también colaboraron Juan Antonio Bardem y Edgar Neville. La comedia nos traslada al San Sebastián de 1918, cuando las vacaciones de verano, a menudo, se convertían en un pretexto para encontrar en la playa de moda a posibles novios, de buena familia, para las mocitas casaderas. Así, la madre de Loli envía a su hija (Jossette Arno) a La Concha, con la esperanza que se arrime a un prometedor ingeniero, Federico Villanueva, que pide aceitunas con el vermut. Sin embargo, la quinceañera está enamorada de Enriquito (Jorge Vico), un chaval un poco revoltoso que ha suspendido geografía y que tiene que pasar el verano preparando los exámenes de septiembre.
 

Durante el veraneo, Loli, Enriquito y "la pandilla de cafres" le declaran la guerra "a los mayores", que intentan privarles de esa libertad que sólo gozan los niños. "Mamá y la tía se han empeñado en vestirme de persona mayor", protesta Loli cuando le plantan un vestido blanco y unos zapatos de tacón capaces de impresionar a Federico Villanueva.
 
- ¿Es de los Villanueva Villanueva?
- ¡De los Villanueva de Logroño! ¡Y toma aceitunas!
- ¿Está soltero?
- Solterísimo. El mejor partido del veraneo -cotillean la madre y tías de Loli-.
- Es muy listo...
- Ingeniero de la hidroeléctrica. ¡Siempre está hablando de pantanos...!
 

Al volver a ver estas joyas del costumbrismo, se toma conciencia de lo mucho que ha cambiado el país en los últimos 60 años. Sencillamente, somos otros. En la película que hoy recordamos, la mordaz mirada berlanguiana nos muestra cómo reaccionaban las señoras de la alta sociedad española cuando observaban a una extranjera pasear por la playa de La Concha con las rodillas al descubierto. A menudo, la realidad superaba al surrealismo.
 
- ¿Rusa?
- ¿No decían que era catalana y amante de un torero?
- ¡Que va! Rusa y divorciada.
- ¡Ohhhhhhhhh!
- ¡Estas señoras extranjeras son tremendas!

viernes, 25 de julio de 2014

La Prosa del Transiberiano


La Prosa del Transiberiano
(La Prose du Transsibérien) es un libro, dedicado a los músicos, en forma de acordeón. En realidad, se trata de un extenso y vehemente poema escrito por el suizo Blaise Cendrars en 1913. A los quince años, dio rienda suelta a su temprana vocación de viajero, escapando de un internado alemán con algo de dinero, una cubertería de plata, tres cajetillas de cigarrillos y la Divina Comedia de Dante. Tres años después, recorrió Rusia en el mítico Transiberiano, desde cuyas ventanillas contempló el inicio de la revolución de 1905. Fascinado por aquel gigantesco país, en 1907 se instaló temporalmente en San Petersburgo para trabajar como joyero. Después, visitó Persia, Mongolia y llegó hasta China. Aventurero incorregible, se alistó en el ejército francés para participar en la Gran Guerra, donde perdió un brazo, accidente que no le impidió seguir escribiendo y viajando.

 
En aquel tiempo yo era un adolescente
Apenas tenía dieciséis años y ya no recordaba mi infancia 
Estaba a 16.000 leguas del lugar de mi nacimiento
Me hallaba en Moscú,
en la ciudad de los mil campanarios y las siete estaciones
Y no me bastaban las siete estaciones y las mil tres torres
Porque mi adolescencia era tan ardiente y loca
Que mi corazón, alternativamente,
ardía como el templo de Éfeso o como la Plaza Roja de Moscú
cuando se pone el sol.
Y mis ojos iluminaban antiguos senderos.
Y yo era tan mal poeta
que no sabía llegar hasta el fondo de las cosas.
El Kremlin era como una inmensa torta tártara
crujiente de oro.
Con las grandes almendras de las catedrales
inmensamente blancas
y el oro empalagoso de las campanas...

 
Para ilustrar los incontables versos de La Prosa del Transiberiano, escrito en estilo libre y encuadernado en cuatro pliegos a modo de acordeón, Cendrars eligió las acuarelas de la reina del Art Decó, Sonia Delaunay. De este "libro de artista", quizá el primero de la historia, hoy sólo se conservan 30 ejemplares, uno de ellos, por supuesto, en el Museo Hermitage.

 
En ce temps-là j'étais en mon adolescence
J'avais à peine seize ans et je ne me souvenais
déjà plus de ma naissance
J'étais à Moscou, où je voulais me nourrir de flammes
Et je n'avais pas assez des tours et des gares
que constellaient mes yeux
En Sibérie tonnait le canon, c'était la guerre
la faim le froid la peste le choléra
Et les eaux limoneuses de l'Amour
charriaient des millions de charognes
Dans toutes les gares je voyais partir les derniers trains
Personne ne pouvait plus partir car on ne délivrait plus de billets
et les soldats qui s'en allaient auraient bien voulu rester...

 
Ya celebramos el día de Santiago. Se aproxima agosto, y con él, el tiempo de viajar...

miércoles, 23 de julio de 2014

Vacaciones Santillana


¿Qué habría sido de nuestros veranos sin los entrañables cuadernillos Vacaciones Santillana? Disciplinaban la vida entre chapuzón y chapuzón cuando, a primera hora de la mañana o durante la siesta, nos obligaban a rellenar "un par de hojitas", con el fin de no olvidar lo aprendido durante aquel curso. Esos cuadernillos constituían, al mismo tiempo, una bendición y una cruz.
 
 
Los niños sevillanos reciben una educación especial para repasar y reforzar sus conocimientos cofrades. El verano sin procesiones se hace demasiado largo, por ello existe un programa educativo específico de ejercicios capillitas. Antes de bajar a la playa de Mazagón o la Antilla, en esta web, los más pequeños de la casa tienen varios dibujos de pasos de Semana Santa para imprimir y colorear. 
 
 
Para los más mocitos, en la lista de lecturas recomendadas para el verano 2014, sobresale la obra bilingüe Una vez un niño quiso ser nazarenito (A child that wanted to become a nazarenito), un edificante cuento ilustrado.
 
 
La ortografía quizá flaquee, pero la próxima Semana Santa, en materia cofrade, todos nuestros niños y niñas, penitentes y penitentas, van a sacar matrícula de honor.

lunes, 21 de julio de 2014

La hora china en Mercamadrid


A las cinco de la mañana, un hervidero de vendedores, productores, transportistas y compradores se agolpa a la entrada de Mercamadrid. Con 25.000 visitas diarias, este polígono que abastece a 12 millones de consumidores, se convierte en una frenética ciudad durante unas pocas horas. La inmensa superficie al sureste de Madrid -que compite en actividad con Rungis, el gran mercado mayorista de París-, se divide en tres grandes "barrios": el de Pescados, el de Carnes y el de Frutas y Hortalizas.

 
Son las ocho de la mañana y en el Mercado de Pescados ya están baldeando el suelo. Sólo quedan unos pedazos de pez espada y medio atún abierto sobre un mostrador. En el Mercado de Frutas y Hortalizas, en cambio, comienza "la hora china". ¿Qué es eso? "Los chinos vienen a comprar más tarde. Llegan todos de golpe, sobre las ocho, para abastecer sus fruterías. Pero no son tontos. A veces, se llevan lo mejor. Son como los fruteros de antes: ellos mismos eligen el producto, están pendientes... Pero yo no debería contar esto", confiesa un productor a la entrada de su puesto.

 
En el distrito hortofrutícola, Félix Palacios es el rey. Encarna la tercera generación de una familia dedicada a la venta de productos agrícolas. "La fruta, como los toros, está perdiendo sabor. Yo apuesto por variedades muy sabrosas, como las ciruelas claudias de Aguatorcida que crecen en Toledo. Ésas sí que tienen sabor". ¿Un encaste minoritario de ciruelas? "Tenías que ver cómo se ponía Mercamadrid antes, en época de toros. Era el tema de conversación de todas las mañanas. Ya no...". Mientras dice esto, dos chinos se abalanzan sobre una caja de picotas. "¿Conoces el tomate rosa Cucharón? Una joya. Viene de Huesca... Ideal para ensaladas. ¡Y esas patatas son de tu tierra!". ¡Ah, la papa! ¿Qué sería de la humanidad sin ella? Tubérculo que, por su dulzura, Neruda llamó "almendra de la tierra".

 
Honrada eres como una mano
que trabaja en la tierra,
familiar eres como una gallina,
compacta como un queso que la tierra elabora
en sus ubres nutricias,
enemiga del hambre,
en todas las naciones
se enterró su bandera vencedora
y pronto allí,
en el frío o en la costa quemada,
apareció tu flor anónima
enunciando la suave y espesa natalidad de tus raíces.
 
Universal delicia, no esperabas mi canto,
porque eres sorda, ciega y enterrada.
Apenas si hablas en el infierno del aceite
o cantas en las freiduras de los puertos,
cerca de las guitarras, silenciosa,
harina de la noche subterránea,
tesoro interminable de los pueblos.
 
(Pablo Neruda)

sábado, 19 de julio de 2014

Con vistas al mar

En 1891, con sólo 9 años, un prodigioso Edward Hopper dibujó Little boy looking at the sea. El solitario crío de pantalones cortos que, de espaldas a nosotros, contempla el mar con los pies dentro del agua bien pudiera ser un autorretrato del artista. Este apunte demuestra que, desde la infancia, Hopper se sintió profundamente atraído por el mar.
 
 
A partir de entonces, el mar, los veleros y los faros fueron temas recurrentes en sus obras, transmitiendo una inusual serenidad. Son cuadros silenciosos, inmóviles, apresados en el tiempo.
 
 
Habitaciones junto al mar, de 1951, representa un interior sin gente, con los muros adornados con retazos de la luz solar. Escribe Mark Strand: "Una alegre extrañeza invade sus espacios. El paisaje al que se abre la puerta, a la derecha del cuadro, aunque agreste, no resulta intimidatorio. El mar parece allegarse hasta el mismo umbral de la puerta, como si no hubiese tierra u orilla de por medio, como si, de hecho, hubiese sido robado a Magritte. Se trata de un paisaje natural crudo y extremo. En la parte izquierda del cuadro hay un estrecho y atestado panorama de lo opuesto a la naturaleza: un cuarto amueblado con lo que parece un sillón o una silla, un buró y una pintura; los selectos enseres de la vida doméstica. El cuadro nos urge a movernos de derecha a izquierda, como si el panorama que quisiera mostrarnos no fuese el mar, sino el de la habitación semioculta del fondo. Incluso el mar parece dirigir su mirada hacia allí, y la luz parece estar señalando, indicándonos en qué dirección debemos mirar".
 
 
Contemplando este cuadro, se entiende aquella frase de Hopper: "Quizá yo no sea muy humano. Mi deseo era pintar la luz del sol en una pared". No existe un azul más perfecto que el de los mares de Hopper.
 
No sabe el mar que es domingo.
Se rebelan, inmortales,
las olas a cuerpo limpio.
Cada vez que muere alguna
la misma ocupa su sitio.
No sabe el mar que es un náufrago.
Sin reloj y sin amigos,
el mar flota sobre el mar,
ni cómplice ni testigo,
ensimismado en su azul
y ajeno, como Dios mismo.
Mientras va y viene en la orilla
no sabe el mar que lo miro.

(Manuel Alcántara)

jueves, 17 de julio de 2014

La primera corrida de la temporada es como comerse un enorme queso de alegría


Por fin, cuando estuvieron todos colocados se veía que tenían la ambición de asistir a una fiesta muy grande, de comerse un enorme queso de alegría [...] La música de los templetes tocaba un pasodoble más acordado con las caderas de las señoritas del paseo que con el aire duro de los toros.
 
 
[...] La tarde iba entrando en su razón de tarde de caza. Se mezclaba lo cortés, lo descortés y lo valiente [...] La caza y la guerra se aliaban en el espectáculo en viva síntesis. Se tenía la visión de que el toro era el rival del hombre, el más hombre. Se comprendía que por esa rivalidad es por lo que se le sofoca, se le burla, se le hace resbalar y se le mata. La mujer admira al toro como al que raptó a Europa y lo mira con pasión como al cisne se le mira con voluptuosidad; pero cuando le ve vencido por el hombre, admira más al hombre con esa aproximación de las mujeres a los vencedores.
 
 
[...] El cielo era mucho más ancho de lo que daba su medida de círculo. Era cielo de ciudad y de aldea. Era cielo de todas las romerías y fiestas al aire libre en que se estuvo. Se miraba hacia arriba y se echaba un trago de la bota azul en la tregua. Pasaban nubes pequeñas como pañuelos del cielo, como pañuelos con que el presidente eternal indicaba un cambio de suerte, adioses a los trenes lejanos que se habían escapado a las manos insistentes. [...] Los mantones blancos envejecían la tarde; pero los negros de fleco largo dejaban caer su melena sobre todos y parecía que se sentían sus crenchas en la nuca del público.
 
 
[...] El maravilloso aburrimiento penetraba en todos contra su voluntad de no aburrirse; pero les saturaba y era el caldo de un gran depósito introducido en un pequeño corazón. Nunca el caudal del aburrimiento es tan grande, tan portentoso y tan anfiteátrico como en los toros [...] Las ideas se mezclan, los toros se parecen unos a otros, las banderillas arden al por mayor. Pero hay que saber aceptar ese aburrimiento comprendiendo que la vida es más sórdida y aburrida fuera.
 
 
[...] ¡Que nadie vuelva la cabeza al salir de la corrida! Podría quedarse convertido en estatua de sal al acabarse de desengañar de lo efímero que es todo y cómo se queda convertida en cementerio la plaza. El desfile tenía cansancio y desengaño.
 
 
Se salía a una plazoleta llena de vendedores de cacahuetes, que los vendían para completar la indigestión de la corrida. Las tabernas y los bares tenían descorridas sus cortinas blancas y sobre el cinc mojado resbalaban las copas. Tenían algo de cantina de estación cuando ha llegado el tren interminable de los sedientos [...] Se presenciaba un ocaso humano, todos con el sinsabor de los jugadores que han perdido en el juego.
 
 
[...] Se había sacrificado la tarde, desangrándola. Ahora quedaba la plaza en su correspondiente cráter, en el volcán apagado de los días sin corrida.
 
Ramón Gómez de la Serna, "El torero Caracho" (1926)