domingo, 24 de enero de 2016

José y Juan en Talavera


Quien tiene la moneda, puede cambiarla. Es un dicho en el toreo. Y esa moneda, privilegio de los elegidos, a diferencia del dinero, jamás se pierde, aunque pasen los años o vengan mal dadas. Por distintos motivos, Paco Ojeda, Víctor Méndes, Juan Mora y José Miguel Arroyo "Joselito" nacieron con la moneda del toreo en el bolsillo. Y, como no podía ser de otra manera, la cambiaron este domingo durante el tentadero benéfico celebrado en Talavera de la Reina, particularmente dos de ellos, Juan y José. Pues, si bien no se apellidan Belmonte ni Ortega, los actuales, Mora y Arroyo, también han revolucionado, a su manera, los cimientos de la Tauromaquia de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Toreros como ellos alimentan con verlos, aunque sólo sea por un gesto o por la forma de hacer el paseíllo.


La afición, ávida de toros y conocedora de este secreto, abarrotó por ello los tendidos de La Caprichosa, coso donde El Gallo, perdió la vida hace algo más de 95 años. La mañana, además, lucía primeraveral y el sol de enero calentaba como el abrileño. La organización, quizás, jamás auguró semejante éxito popular y, por ello, no cuidó en demasía la calidad del ganado a lidiar, pues las vacas -algunas feas para desecho de tientas- no estuvieron a la altura de tan ilustre cartel. De cualquier manera, como ya se ha dicho, quien tiene la moneda, la cambia siempre, y Juan Mora dilapidó sin mesura naturalidad y torería. Los vuelos de su muleta se deslizaban sobre el alberto entre el clamor, resultando, sin discusión, el triunfador de la mañana.


Ellos, Ojeda, Méndes, Mora y "Joselito", son un espejo para las nuevas generaciones de toreros, chavales perseguidos hoy por una sociedad hipócrita y unos políticos innobles que pretenden prohibir que un hombre se juegue su propia vida delante de un toro o que un aficionado se emocione desde un tendido. "Escuelas Taurinas: derecho a soñar, derecho a decidir", con esa pancarta comenzó todo.


Fotos de Julián López

miércoles, 20 de enero de 2016

Los días normales

"Yo creo que lo que hay que hacer es amar a la vida, no a la felicidad [...] Además, no creo que existan los niños felices [...] Estoy empezando a pensar que hay un sector de educadores postmodernos que se han convertido en el aliado más fiel de la barbarie, que lo que hacen es ocultar la realidad y sustituirla por una ideología buenista, acaramelada, y de un mundo de «teletubbies». Personalmente, me resultan más atractivas la valentía y el coraje de afirmar la vida. Tenga usted un hijo feliz y tendrá un adulto esclavo, o de sus deseos irrealizados o de sus frustraciones" (Gregorio Luri).


Acabamos de superar el Lunes Triste (Blue Monday), nombre asignado al tercer lunes de enero por ser, según la pseudociencia, el día más deprimente del año. La deuda acumulada durante la Navidad, el tiempo invernal, la falta de nuevas vacaciones hasta verano o Semana Santa y el fracaso de los propósitos de Año Nuevo explican la melancolía que se encierra tras el Blue Monday. Esta hipótesis -idiota, sin duda- sólo puede nacer en una sociedad enferma donde, desde la cuna, nos educan para ser eternamente felices: "Hazte un favor y se feliz", "Moldea la mente para ser más feliz", "Las 50 claves de la felicidad", "Cosas a las que debes renunciar para ser feliz"... La lista de eslóganes es interminable. Hasta tal extremo que, algunas personas, piensan que la vida es Disneyland y se deprimen cuando el cielo no está cuajado de estrellas, los animalitos no hablan o las amapolas se mustian. Y así, a la espera de una infancia eterna o de una felicidad ficticia, estas personas dejan escapar las jornadas entre suspiros, encerradas en una rutina banal, porque la realidad no se corresponde con los cuentos de hadas. Viven encadenando... días normales.

Llegan
y se van sin hacer ruido
-como buenos
clientes-,
luego el tiempo
los confunde en la memoria,
y ya ni sabes
si aquel lunes era jueves
o al revés.

Que no te engañen,
no son tan poca cosa
como parecen:

suelen poder
con el amor.

(Karmelo C. Iribarren)


Camus fue un hombre que buscaba la felicidad ("no hay amor a la vida sin desesperación de vivir"), un panteísta mediterráneo que adoraba el sol y el mar, y que consiguió escapar de los días normales. Él lo explicó así: "En las profundidades del invierno, finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible". Cuando uno es capaz de encontrar ese "verano invencible" (es decir, cuando uno es capaz de amar la vida a pesar de que ésta, a menudo, es dura e injusta), los lunes tristes pasan de largo.

viernes, 15 de enero de 2016

De todo, quedaron tres cosas

Dos poemas del portugués Fernando Pessoa: "De todo, quedaron tres cosas" y "Año Nuevo". Fue él quien escribió que el río parece que se está yendo siempre... pero no se va. Algo así como los sueños y los recuerdos.


De todo, quedaron tres cosas… 

La certeza de que estaba siempre comenzando,
la certeza de que había que seguir
y la certeza de que sería interrumpido 
antes de terminar.

Hacer de la interrupción un camino nuevo,
hacer de la caida, un paso de danza,
del miedo, una escalera,
del sueño, un puente, de la búsqueda... un encuentro.

*****
Año Nuevo...

¡Ficción de que comienza alguna cosa!
Nada comienza: todo continúa.
En la fluida e incierta esencia misteriosa
de pasar, fluye sombría el agua desnuda.

Recodos del río sólo movimientos esconden.
Fluye el mismo río allí donde se ve.
Comenzar sólo comienza en el pensamiento.


miércoles, 13 de enero de 2016

Faldas que rompen matrimonios

"Existen más libros sobre Marilyn Monroe que sobre la II Guerra Mundial. Hay cierta semejanza entre las dos: era el infierno, pero valía la pena" (Billy Wilder).


Una de las escenas eróticas más famosas del cine se rodó en la esquina de Lexington Avenue con East 52nd Street. Justo cuando pasaba el metro, el aire que salía de la rejilla de ventilación levantaba la falda plisada de Marilyn Monroe, dejando ver sus turgentes muslos y la ropa interior blanca. A pesar de que las pruebas del rodaje se realizaron de madrugada, las piernas de la rubia congregaron a tal multitud de hombres y fotógrafos en estado febril que los murmullos entorpecían la filmación. Los silbidos hacían que la estrella olvidara su texto constantemente. No en vano, la escena tuvo que finalizarse en los estudios de la Fox para evitar el colapso de Manhattan.


Corría el año 1954 y Marilyn estaba casada con el jugador de béisbol Joe Dimaggio, quien se puso amarillo de celos frente a la rejilla del metro y acabó marchándose al hotel sin sacar las manos de los bolsillos. Lo explicó a la perfección el propio director, Billy Wilder: "Yo también me habría enfado viendo, desde la barrera, la falda de mi mujer levantándose hasta la cabeza. Y claro, eso toma tras toma. Los neoyorquinos gritaban cosas desde las vallas... y algunos lo hacían a menudo. Eso no le gustó mucho". 


El tono de la secuencia también sorprendió a la actriz: ella pensaba que se trataba de una interpretación cómica, pero Wilder tuvo la genialidad de montar una auténtica función erótica en la vía pública. Y el revuelo terminó divirtiendo a Marilyn casi tanto como al público presente. "Oooh, do you feel the breeze from the subway?".


Nada sucede por casualidad. En 1901, cuando el cinematógrafo aún balbuceaba, un cortometraje que mostraba a una mujer cuya falda salía volando a causa de la ventilación del subterráneo inspiró a Wilder. Pero aquella señora de comienzos de siglo no disfrutaba de la corriente como hacía Marilyn, que conseguía sembrar el caos allá adonde iba... Para gustar, primero hay que gustarse y la rubia platino era consciente de ello. 


El vestido blanco de la icónica actriz -diseñado por William Travilla- se ha convertido hoy en objeto de culto. Sin embargo, Dimaggio llegó a declarar que lo odiaba. Por supuesto, el matrimonio desembocó en divorcio, justo un mes después del rodaje en Lexington Avenue. Hay faldas, piernas y mujeres que nacen para ser compartidas con el resto de la Humanidad, pero eso, desafortunadamente, algunos maridos no lo comprenden.


lunes, 11 de enero de 2016

Un solo momento de gloria


La noche era hermosa; a través de la niebla se filtraba la luz misteriosa de la luna. "Sí, mañana, mañana", pensaba; "tal vez mañana habrá concluido todo para mí; no existirán ya estos recuerdos, ni tendrán para mí sentido alguno". "¿Qué harás luego?". Se responde el príncipe Andrei: "no lo sé, no lo sé. Ni quiero ni puedo saberlo. Pero sí lo deseo, sí ambiciono la gloria, sí quiero que los hombres me conozcan y amen. ¿Soy culpable de no querer otra cosa, de no vivir más que para esto? ¡Sí, sólo para esto! A nadie se lo confesaré jamás, pero, Dios mío, ¿qué le voy a hacer si no amo más que la gloria y el amor de los hombres? La muerte, las heridas [...]; pero por terrible y contrario a la naturaleza que parezca, yo lo entregaría todo sin vacilar por un solo momento de gloria, de triunfo sobre la gente, por ganarme el amor de unos hombres a los que no conozco ni conoceré jamás, por el amor de esos hombres", se decía.

Guerra y paz (1869), de Lev Tolstoi



Este fragmento de la  magna novela Guerra y Paz, que describe los pensamientos del príncipe Andrei  Bolkonski antes de participar en la batalla de Austerlitz, ¿no podrían pertenecer a cualquier torero la víspera de hacer el paseíllo en Madrid, Pamplona, Sevilla o Bilbao? 

miércoles, 6 de enero de 2016

Creer en los Reyes Magos

“Amar los toros es, cada tarde, a eso de las cinco, creer en los Reyes Magos e ir a su encuentro”. Lo escribió Jean Cau, periodista, secretario de Jean Paul Sartre y profundo entusiasta de la Tauromaquia; aunque en su cita original, hacía referencia a Papá Noel y no a Sus Majestades de Oriente: "Aimer les toros, c'est chaque après-midi vers les cinc heures croire au Père Noël et aller à ses rendez-vous". Cada cual cree en lo que quiere. O en lo que puede. Pero es cierto que creer las horas previas a una corrida de toros, resulta mucho más sencillo. Incluso obligatorio. Porque en la plaza, de vez en cuando, la realidad supera con mucho nuestra fe. No hablo, ni mucho menos, de una ilusión infantil, sino de una convicción más profunda: la certeza de que algo único puede suceder, súbitamente... como una faena de la que seguiremos hablando dentro de muchos años. 




lunes, 4 de enero de 2016

Carmena, de oca en oca, y nueva parida porque le toca

"Una noche, el ejército galo intentó invadir Roma, pero las ocas sagradas del templo de Juno se pusieron a graznar, los romanos se despertaron y rechazaron el ataque".


Manuela Carmena, y sus incontables paridas, están como el juego de la oca... y tiro porque me toca. Tras 18 navidades desfilando en la cabalgata de Reyes, el nuevo consistorio podemita ha vetado a las populares ocas del pastor palentino Miguelín. La alcaldesa considera que sacar a los gansos al son de la flauta de su dueño es un acto de maltrato animal ya que los bichos "sufren estrés". Sin embargo, en varios medios de comunicación, Miguelín ha declarado que sus ocas viven en la gloria, sueltas por el campo, "lo único que hago es pasar mucho tiempo con ellas acostumbrándolas a andar a mi lado". 


Sea como fuere, las ocas, ánades sagradas por excelencia, guardianas del templo de Juno y defensoras de Roma, quedan expulsadas de la villa de Madrid que, bajo el bastón podemita, se convertirá en "la ciudad clave en protección animal de toda España" (sic). Palabra de Carmena, que en Navidad, a buen seguro, tampoco ha probado ni una tajadita de foie. Ya podría la alcaldesa caer en la casilla de la cárcel o de la posada y perder unos pocos de turnos.


Si para doña Manuela el pastor de ocas es un maltratador de animales, ¿qué no pensará de Florito, con su hato de cabestros amaestrados?