lunes, 30 de junio de 2014

Princesas de la media almendra y un oporto

"Tu sombra sin tacones vi, sin verte,
sobre vidrios del alba y en el pecho
caliente aún mi medalla sin camisa".


Él, tan noble, tan entero, se había acostumbrado a mirar la vida de perfil. Son cosas de los hombres. Cosas de la vida misma. Cosas.
 

Mirar la vida de perfil, como hacían los ojos claros, irónicos, buenos, de Rafael de Penagos es cuestión de tiempo, de prisa, de acostarse tarde y levantarse tarde, del vino, del tronío, del desvío, del taco y del tabaco. Como os decía: cosas de hombres.

 
En aquel Madrid del veintitantos, que su nombre en triunfo evoca, Europa entera estaba de perfil. Y a través de su persiana verde -como loro Alfonsino y precipitación cariñosa de geranios-, una persiana para evitar la "inlunación", ya que el sol ni siquiera se había descubierto, Penagos, como un griego de Madrid, por vocación de hombre y por vocación de su apellido montañés que suena a griego, miraba, donde casi no había eso, unas mujeres elegantísimas, como galgos rusos que parecían haber dejado su mantoncillo, castizales en un guardarropa de transición, para ejercer de falsas y deliciosas princesas de la media almendra -media almendra y un oporto- en la barra de un bar con música sincopada y negro con librea en la puerta.

 
[...] Y las mujeres, que no eran así, nuestras mujeres, empiezan a parecerse a las mujeres de Penagos; pierden cadera, se les alargan los dedos para coger bien un "murati" o un "kedive", leen Blanco y Negro o La Esfera, juegan su amor a la ruleta o en los "caballitos" de San Sebastián, oyen los tangos de Spaventa y se pintan las uñas de rojo como si vinieran de buscar algo en las entrañas del "Soldado Desconocido".
 
Era así.

César González-Ruano (1954)
 

Me acompaña la noche de tus ojos,
ojos claros de noche y no de cielo.
Das soledad en compañía, acento
de gravedad sonora y en silencio.
Clásico de un amor limpio de idioma,
con tus ojos mirando, el mundo sueño.

Todo lo diste sin saber que dabas
más que tu pierna, tu desdén, tu aliento,
el mordisco, el desmayo y la premura
de los amores sin amor al Tiempo.
Pero eras el espacio de mi límite
capaz de hacerme en una noche eterno
.

viernes, 27 de junio de 2014

Las anchas tardes


¡Qué anchas eran las tardes! Se perdía uno en ellas. Estaba el cielo alto sobre el patio, o el jardín, la tarde, como el mar en los mapas, llenándolo todo de azul, y nosotros como barquillos en el mar. No sabíamos dónde ir, ni en qué quedarnos, ni para qué. Subíamos a los corredores o bajábamos al jardín y nos quedábamos junto a la fuente, metíamos la mano en su agua, oíamos los gorriones, quizá cruzaba un palomo, o caía una campanada. Por la calle, nadie. Porque los que pasaban a diario acababan por no ser nadie, ser un poco más de aquel silencio, tan grave, de la tarde.
 
Y uno andaba vacío, de acá para allá, sin tener dónde asirse, vanamente; de acá para allá, esperando con vaguedad la llegada de algo sobre la tarde, tan ancha, tan serena e impenetrable.
 

[...] Se estaba bien, tumbado, sin hacer nada, sobre las baldosas si era verano porque estaban frescas, sobre una estera, si no, mirando al techo, mirando las sombras de la calle por la pared, o el juego del sol tras las persianas. Diciéndose:
- Debe ser el mulo del hortelano.
O:
- El agua de la fuente.
- Las jacas de don Pedro.
- El coche de los muertos.
- Nada, ahora nada.
 
Pero la nada no era tan sencilla. Transcurría. Hasta que de nuevo la sombra o la voz de una muchacha cantando, o el ruido de otra que lavaba, o la campanilla. ¿Quién sería? Podía ser todo. El huésped maravilloso, la esperada señora, el regalo mayor. Y mientras, nosotros, tumbados como si nada. La vida era así. Una sombra de fuera, reflejada en la pared, el paréntesis entre dos ruidos, una suspensión maravillosa, la posibilidad de que llamaran y se entrara por las puertas quién sabe quién. O nada. Simplemente estar tumbado y que no pasara nada. Un aleteo, un asomarse a un barandal precioso, a un paisaje temblador. El puro reflejo de todo en algo que estaba dentro de nosotros y que debía parecerse a un agua tranquila, a una tarde sin límite.
 
José Antonio Muñoz Rojas
Las musarañas (1957)

miércoles, 25 de junio de 2014

La ciudad que olvida, pero no perdona


París está de cumpleaños: celebra las 125 primaveras de su vecina más esbelta, la Torre Eiffel. La dama de hierro se inauguró oficialmente el 31 de marzo de 1889, para la Exposición Universal. Aunque en su día no entusiasmó a los parisinos -la consideraban un monstruo de metal-, hoy acoge a siete millones de visitantes cada año. Sin embargo, pocos saben que la Torre Eiffel estuvo al pique de un repique de volar por los aires.
 
 
Si París sigue siendo la Ville Lumière se debe, en gran parte, al militar alemán Dietrich von Choltitz. Nombrado por el propio Hitler comandante de las tropas germanas en París en agosto de 1944, tenía la orden precisa de no entregar la ciudad a los Aliados sin arrasarla previamente, minando los 45 puentes que cruzan el Sena y sus principales monumentos: la Torre Eiffel, el Elíseo, el Arco del Triunfo, el edificio de la Ópera, las estaciones... Sin embargo, en el último momento, rodeado por las tropas estadounidenses en su avance por el Frente Occidental, Choltitz desobedeció la instrucción directa de Hitler de dinamitar toda la ciudad y convertirla en un campo de ruinas.
 
 
¿Por qué razón Choltitz corrió un riesgo así? No se sabe con seguridad. Al parecer, en su decisión influyó poderosamente la opinión de Raoul Nordling, un diplomático sueco nacido en París (durante la Segunda Guerra Mundial, Suecia fue neutral). Como curiosidad, en la película ¿Arde París? de René Clément (1966), Orson Welles interpretó el papel del cónsul Nordling quien, tras la guerra, fue nombrado "citoyen d´honneur de Paris" y hoy cuenta con una pequeña plaza al sur de la iglesia de Sainte-Marguerite. En cambio, ninguna calle parisina lleva el nombre de Dietrich von Choltitz. Bajo la larga sombra de la Torre Eiffel, la ciudad olvida, pero no perdona.
 
Choltitz (arriba) y Nordling (abajo)
 

martes, 24 de junio de 2014

La noche más corta

Entre San Luis Gonzaga y San Juan, se encadenan las noches más cortas del año. El sol se retira rozando las diez.
 
 
Cuando despunta el estío, me gusta recordar a Hopper. Este cuadro suyo, pintado en 1947, lleva por título Summer Evening, traducido como Anochecer de verano. En él, una joven pareja conversa en un porche. Sus miradas no se cruzan, pero el chico se lleva la mano izquierda al pecho, intentado explicar algo. Ella, pensativa y ausente, viste a la moda de los 50. La puerta verde se encuentra cerrada, mientras que las cortinas de la ventana ondulan, dejando pasar el aire. ¿Están en el campo o en la ciudad? Imposible saberlo, pues la luz que desprende la casa contrasta poderosamente con la oscuridad exterior. El cuadro sugiere que, independientemente de cuál sea el problema que tiene la pareja, no llegará a una feliz resolución. Quizá eso explica la impenetrable negrura que abraza al porche.
 
Se incendia el árbol de la noche
y sus astillas son estrellas,
son pupilas, son pájaros.

(Octavio Paz)
 

Sostenía el canadiense Mark Strand que en los cuadros de Hopper asistimos a las escenas más familiares con la sensación de que para nosotros son esencialmente remotas, incluso desconocidas. La chica de Summer Evening mira al vacío: parece estar en cualquier parte menos en donde efectivamente se encuentra, perdida en un misterio que la pintura no puede revelarnos y que sólo intentamos adivinar. "Es como si fuésemos testigos de un acontecimiento que somos incapaces de nombrar", explicaba Strand. Sentimos la presencia de lo que permanece oculto, de lo que sin duda existe, como las sombras de una noche de verano, pero sin llegar a mostrarse. "Hopper ejerce su poder sobre nosotros con extraordinario tacto: dándole forma a la privacidad, otorgándole un espacio donde pueda ser atestiguada sin ser violada".
 
 
[...] Una noche de verano
cuando el cielo es más azul
y más dulzón el canto del barco italiano.
 
Con su luz mortecina, un farol
con las sombras gambetea,
y en un zaguán está un galán
hablando con su amor.
 
[...] Y cruza el cielo un aullido
de algún perro vagabundo,
y un reo meditabundo va silbando esta canción:
una calle, un farol, ella y él.

lunes, 23 de junio de 2014

El tiempo de las cerezas... y las picotas

Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.
Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos.
(Pablo Neruda)


Pasó la primavera de Neruda, cayó la flor blanca y las cerezas, del Jerte o del Bierzo, ya esperan en los puestos entoldados de los mercados o en el cuenco fresco de una cocina a la sombra. Uno descubre que ha comenzado el verano cuando, una noche, sale a la terraza con una docena de cerezas en la mano. ¡Pero es tan corto el tiempo de las cerezas...!
 
 
J'aimerai toujours le temps des cerises
C'est de ce temps-là que je garde au cœur
Une plaie ouverte!
Et Dame Fortune, en m'étant offerte
Ne pourra jamais fermer ma douleur...
J'aimerai toujours le temps des cerises
Et le souvenir que je garde au cœur!
 
 
Le temps de cerises es una canción antiquísima, compuesta en Francia en 1866, con letra de Jean-Baptiste Clément y música de Antoine Renard. Otra canción dedicada a este fruto rojo, más reciente y alegre, es la que lleva por título Life is just a bowl of cherries (La vida es un cuenco de cerezas), interpretada por Jack Hylton y su orquesta en 1931.
 
 
 
Realmente, las picotas -que se recogen en el Jerte- son más dulces y de carne más firme que las cerezas. Para distinguirlas, uno tiene que fijarse en el rabito: si no lo tiene, son picotas extremeñas. La maduración de éstas últimas es también un poco más tardía, por lo que su temporada dura hasta mediados de agosto. El tiempo de las picotas termina, aproximadamente, con la Semana Grande de Bilbao.
 
 
Vino Teresa y callaron todos. Y como no quisieron probar un guiso de pernil que aquélla trajo, se sirvieron compotas y rubios melindres bañados en miel y un canastillo de cerezas, grandes relucientes, que descansaban sobre hojas de su mismo árbol. Toda la mesa pareció regocijarse; en cada fruto encendía la lámpara un rubí húmedo [...]
-Hijo, no merecen estas cerezas tu entusiasmo. Son las más tempranas y las más ruines. Más adelante las tendrás riquísimas.
-¡Qué cerezal, tía Lutgarda, el de Posuna! ¡El del cementerio ya resulta negro de tan apretado!
-Come sin recelo, que estas cerezas no son de este paraje, y están recién cogidas.
-A mí me es igual que sean de allí.
 
(Las cerezas del cementerio, Gabriel Miró)

viernes, 20 de junio de 2014

Un château en Espagne

"Qui ne fait châteaux en Espagne?" (Jean de La Fontaine)


En España, ya tenemos nuevo rey. Con palacio y todo

Los franceses tienen una expresión curiosa: "faire des châteaux en Espagne" ("hacer castillos en España"), para describir algo irrealizable. Como nuestros castillitos en el aire.
 
Con los viajeros románticos del XIX, la España que se conocía en Francia era la Andalucía profunda, adornada con cierta imaginación oriental. Quizás de esta imagen literaria tomó más fuerza en el habla popular la expresión "faire des châteaux en Espagne", puesto que en las medinas árabes no se edificaban castillos como los de la época medieval.

Sin embargo, en España tenemos magníficos castillos. El de Butrón, en Vizcaya, parece de fantasía. Y el gótico de Olite es uno de los más bellos de Europa. Sin olvidar el alcázar de Segovia, el castillo de Coca o el de los templarios en Ponferrada.

 
 
"Cuando K llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia" (Kafka, "El Castillo").
 
 

miércoles, 18 de junio de 2014

La Ley Cenicienta y la coronación de Felipe VI

Con el fin de acabar con la "crueldad emocional contra los niños", los hijos de la Gran Bretaña han inventado la "Ley Cenicienta", es decir, a partir de ahora, los padres que no den amor a sus criaturas acabarán en chirona.
 
 
El nombre "Cinderella Law" me parece sencillamente maravilloso. Nosotros, los españoles, también tenemos una Cenicienta ibérica: me refiero a la inminente reina, Letizia Ortiz, quien por arte de magia, ha pasado de periodista a princesa rockera amante de los zapatos.
 
 
Zapatos aparte, en esto de la coronación de Felipe VI se ha armado mucho revuelo porque don Juan Carlos ha decidido salirse de najas y no asistir a la ceremonia del jueves. Aunque pocos "tertulianos" han caído en la cuenta, los copleros ya vaticinaron los hechos: el niño Felipe, próximo rey de España, no tiene padre. O lo tiene, pero en paradero desconocido.
 
 
Copla 1-. Y sin embargo te quiero (Quintero, León y Quiroga)
 
Llorando junto a la cuna
me dan las claras del día;
mi niño no tiene padre
¡qué pena de suerte mía!
-Anda, rey de España, vamos a dormir.
Y, sin darme cuenta, en vez de la nana
yo le canto así [...]



Copla 2-. Con los bracitos en cruz (Molés, Alfonso y Naranjo)

Déjame que ponga un beso en tu frente
quiéreme aunque murmure la gente,
yo te he llevao en mis entrañas
te di sangre de mis venas
dime tú a mí, rey de España
si es no grande mi condena.
Con los bracitos en cruz,
iré a buscar a tu padre,
lo juro por mi salud
pa que siempre sepas tú
lo buena que es una madre.


¡Estos copleros! ¿Se pueden escribir nanas con mayor sentimiento y cariño? ¿Qué opinan sobre estas coplas los impulsores de la "Ley Cenicienta"? En su abandono, ¿padece Felipe "déficit de afectividad paternal"? A diferencia de los zapatos de Letizia, la subasta del cariño ni se compra ni se vende..., pero ésa es otra copla.

 

martes, 17 de junio de 2014

La leyenda de "La Coronada"


En Ciudad Rodrigo, las naves de la catedral de Santa María estaban ornamentadas con sepulcros de destacados personajes de la villa. Entre ellos se encontraba el de Marina Alfonso, La Coronada, cuya leyenda resulta digna de mención.
 
Marina Alfonso, noble dama mirobrigense, era un prodigio de hermosura y un dechado de castidad. Se belleza despertó la pasión de un rey empeñado en derrocar su virtud. La honrada dama rechazó las ofertas y amenazas del soberano, pero ante su persistencia se vio obligada a tomar una dura decisión. Antes de que el rey viera satisfechas sus pretensiones, la joven arrojó sobre su cuerpo una olla de aceite hirviendo que le desfiguró el rostro y le causó la muerte. Marina Alfonso fue enterrada en la catedral, en un suntuoso sepulcro, sobre el cual, el propio monarca mandó colocar una corona real, en recuerdo de tan memorable acción. Por ello, es conocida por el sobrenombre de La Coronada.
 

Como recuerdo de aquel sepulcro, hoy perdido, existe una lápida en la nave de la epístola con la siguiente inscripción: "Aquí yace la noble Marina Alfonso que comúnmente llaman La Coronada. Falleció era de 1Z53". Se supone que la "Z" que figura en la fecha tiene la finalidad de ocultar la identidad del rey. Se dice el pecado, pero no el pecador.
 

Este jueves también celebraremos una coronación...
¿traerá bajo el brazo su propia leyenda?

lunes, 16 de junio de 2014

Incluso cuando el cielo no es totalmente azul

 
El colmenarete Ulpiano Checa (1860-1916) fue uno de los cartelistas más importantes de finales del siglo XIX. Miembro de la Sociedad de Pintores Litográficos de París, participó en varias de sus exposiciones. Tal era su prestigio que, en 1897, recibió el encargo del Sindicato de Iniciativas de Turismo y de Aguas Termales de Bagnères de Bigorre para diseñar sus carteles publicitarios.
 
Carteles diseñados por Ulpiano Checa

La consigna era clara: cielo siempre azul, personajes felices, paisajes maravillosos, lujosos hoteles, apetecibles termas e impecables casinos. Checa, junto a Jules Cheret y Alphonse Mucha, fueron los pioneros del cartel publicitario, produciendo obras de enorme calidad y belleza.
 
 
Aún recuerdo con verdadero deleite los paseos por Amélie-les-Bains, una pequeña localidad de apenas 4.000 habitantes en el departamento de los Pirineos Orientales, a orillas del Tech. El nombre le fue otorgado en honor a la reina María Amalia, esposa de Luis Felipe, que solía pasar allí largas temporadas. Es de alabar el gusto de la soberana, pues en todos los rincones de Amélie se escucha el discurrir del agua, gélida y transparente. Los romanos ya construyeron allí unas termas, de las que subsisten una sala abovedada y una pequeña piscina.
 
 
En la plaza de Amélie hay una fuente y, justo enfrente, una gran panadería donde les améliens compran grandes barras rústicas, de corteza fuerte. Los sábados por la mañana, los vecinos se acercan al mercado al aire libre en busca de fruta y queso. Les gusta especialmente la variedad tomme des Pyrénées, un queso de montaña, elaborado con leche de vaca.
 
 
Visitar Amélie implica reencontrar la belleza de los placeres sencillos. Uno se reconcilia con la civilización. Escuchar la rabia del Tech cuando cruza el Vallespir concede varios años de vida, como una fuente de la eterna juventud, incluso cuando el cielo no es totalmente azul.
 

sábado, 14 de junio de 2014

El arte del descanso


"La heroica ciudad dormía la siesta". Con esta magnífica frase arrancaba La Regenta de Leopoldo Alas "Clarín". Pues bien, ahora unos mequetrefes británicos que escriben para el American Journal of Epidemiology han publicado que dormir la siesta aumenta el riesgo de muerte prematura... ¡por problemas respiratorios! ¿Se puede saber cómo se echan la siesta estas criaturas?
 
 

Son las tres de la tarde, julio, Castilla.
El sol no alumbra, que arde, ciega, no brilla.
La luz es una llama que abrasa el cielo,
ni una brisa una rama mueve en el suelo.
Desde el hombre a la mosca todo se enerva,
la culebra se enrosca bajo la yerba,
la perdiz por la siembra suelta no corre,
y el cigüeño a la hembra deja en la torre.
Ni el topo, de galbana, se asoma a su hoyo
ni el mosco pez se afana contra el arroyo
ni hoza la comadreja por la montaña
ni labra miel la abeja ni hila la araña.
La agua el aire no arruga, la mies no ondea,
ni las flores la oruga torpe babea,
todo al fuego se agosta del seco estío,
duerme hasta la langosta sobre el plantío.
(José Zorrilla)
 
 
Hay varios tipos de siesta. Después de almorzar, Azorín se echaba la siesta de las cigarras porque, gracias a ella, "se dormía a sus roncos sones". Como decía mi abuelo, "bien comido y bien bebido, aguanta un cuerpo largo tiempo tendido". Otros prefieren la siesta del burro, que es breve y se ejecuta casi de pie. O la borreguera, que se duerme antes de comer. Mientras que Cela recomendaba hacer la siesta "con pijama, Padrenuestro y orinal". Hombres brillantes como Einstein, Thomas Edison o Churchill fueron unos entusiastas de esta tradición, pues refresca la mente y aumenta la creatividad. Qué tomen nota los articulistas saboríos del American Journal of Epidemiology. ¿O es que ahora también nos van a recortar la bendita siesta? Descansar es un arte. Malajes.
 

"Hay que dormir en algún momento entre el almuerzo y la cena, y hay que hacerlo a pierna suelta: quitándose la ropa y tumbándose en la cama. Es lo que yo siempre hago. Es de ingenuos pensar que porque uno duerme durante el día trabaja menos. Después de la siesta, se rinde mucho más. Es como disfrutar de dos días en uno, o al menos de un día y medio" (Winston Churchill).