lunes, 6 de junio de 2016

Desde el corazón de las tinieblas

Este San Isidro queda resumido en dos imágenes llegadas, directamente, desde el corazón de las tinieblas: del retrato de un hombre que abraza, con la mano ensangrentada, a quien le ha salvado la vida, a la lucha desesperada de otro que pone todo su empeño y voluntad en sobrevivir, haciendo surgir la belleza y el orden de la fiereza y el caos. David Mora, después de cortar las dos orejas de "Malagueño" de Alcurrucén, con don Máximo García Padrós. Y Alberto Aguilar ante un toro decimonónico de Saltillo. "En el fondo de toda belleza habita algo inhumano". Lo escribió Camus y ambas fotos -una de Sánchez Olmedo y otra de Cruz- lo demuestran.


"Penetramos más y más espesamente en el corazón de las tinieblas. Allí había verdadera calma […] Si aquello significaba guerra, paz u oración es algo que no podría decir […] Nos podíamos ver a nosotros mismos como los primeros hombres tomando posesión de una herencia maldita" (Joseph Conrad).


Y es que, probablemente, la tauromaquia sea la última manifestación visible de una herencia maldita: el recordatorio de que mañana podemos amanecer rodeados de belleza o en el mismo corazón de las tinieblas. Esa inhumanidad consustancial a la Fiesta, alejada del triunfalismo, es la razón y justificación de su existencia, mucho más que mil faenas hermosísimas de Manzanares.


miércoles, 1 de junio de 2016

Sean cuales sean sus motivos

Borges escribió que el infierno y el paraíso le parecían desproporcionados: "los actos de los hombres no merecen tanto". A veces, sin embargo, por quiebros del destino, los hombres caminan hacia el infierno y en su mano está salir de él.


Ha transcurrido un día desde que terminara la corrida de Saltillo en Las Ventas y, en 24 horas, aún no he sido capaz de responder a una pregunta, una cuestión fundamental, la raíz de todo: ¿cómo, en la sociedad actual, quedan hombres dispuestos a jugarse la vida, a ir de cabeza al infierno, por una cuestión de honor? ¿Qué sentimiento movió a Sánchez Vara, Alberto Aguilar y José Carlos Venegas a seguir en el ruedo, a continuar hasta el final, hasta el último aliento, conscientes de que la ruleta de esa partida tenía todas las papeletas de caer en la casilla más negra de todas? ¿Quién apuesta hoy así, en un mundo donde prevalece la trampa y la ley del máximo rendimiento por el mínimo esfuerzo?  


Y qué decir de las cuadrillas, que también aceptaron ese juego siniestro de los Saltillos no por conquistar su propia gloria, sino, en el mejor de los casos, la de su matador. ¿Qué sentimiento les impulsa a llegar a tanto? ¿Es una cuestión de honra, de ambición, de avidez de triunfo, de necesidad material, de desafiar al miedo y al destino? En una sociedad acomodada y pudiente, en esta sociedad anestesiada de la Europa del siglo XXI, ¿cómo unos hombres jóvenes y sanos pueden seguir poniendo su vida sobre la ruleta del albero a la espera de saber si les espera el todo o la nada, de saber lo que les dará o quitará un toro bravo? Y cuando el azar les obliga a poner todo sobre el tapete, incluida la vida, ¿qué les hace seguir jugando y no abandonar la mesa para siempre?  


Son héroes y ejemplo para aquellos que intuimos la magnitud de su voluntad, pero ¿cuál es la fuente de su heroicidad? Después de ver a Sánchez Vara, a Aguilar, a Venegas y a sus respectivas cuadrillas en Las Ventas, de verles abandonar la plaza, milagrosamente, por su propio pie, sólo cuando hubo caído el sexto toro, cuando hubieron lidiado los seis a carta cabal, la cuestión de sus motivos me martillea la cabeza y estómago. Los actos de los hombres no merecen un infierno así. Ni tratándose de toreros. Gloria para ellos, sean cuales sean sus motivos.

Fotos: Juan Pelegrín