Borges escribió que el infierno y el paraíso le parecían desproporcionados: "los actos de los hombres no merecen tanto". A veces, sin embargo, por quiebros del destino, los hombres caminan hacia el infierno y en su mano está salir de él.
Ha transcurrido un día desde que terminara la corrida de Saltillo en Las Ventas y, en 24 horas, aún no he sido capaz de responder a una pregunta, una cuestión fundamental, la raíz de todo: ¿cómo, en la sociedad actual, quedan hombres dispuestos a jugarse la vida, a ir de cabeza al infierno, por una cuestión de honor? ¿Qué sentimiento movió a Sánchez Vara, Alberto Aguilar y José Carlos Venegas a seguir en el ruedo, a continuar hasta el final, hasta el último aliento, conscientes de que la ruleta de esa partida tenía todas las papeletas de caer en la casilla más negra de todas? ¿Quién apuesta hoy así, en un mundo donde prevalece la trampa y la ley del máximo rendimiento por el mínimo esfuerzo?
Y qué decir de las cuadrillas, que también aceptaron ese juego siniestro de los Saltillos no por conquistar su propia gloria, sino, en el mejor de los casos, la de su matador. ¿Qué sentimiento les impulsa a llegar a tanto? ¿Es una cuestión de honra, de ambición, de avidez de triunfo, de necesidad material, de desafiar al miedo y al destino? En una sociedad acomodada y pudiente, en esta sociedad anestesiada de la Europa del siglo XXI, ¿cómo unos hombres jóvenes y sanos pueden seguir poniendo su vida sobre la ruleta del albero a la espera de saber si les espera el todo o la nada, de saber lo que les dará o quitará un toro bravo? Y cuando el azar les obliga a poner todo sobre el tapete, incluida la vida, ¿qué les hace seguir jugando y no abandonar la mesa para siempre?
Son héroes y ejemplo para aquellos que intuimos la magnitud de su voluntad, pero ¿cuál es la fuente de su heroicidad? Después de ver a Sánchez Vara, a Aguilar, a Venegas y a sus respectivas cuadrillas en Las Ventas, de verles abandonar la plaza, milagrosamente, por su propio pie, sólo cuando hubo caído el sexto toro, cuando hubieron lidiado los seis a carta cabal, la cuestión de sus motivos me martillea la cabeza y estómago. Los actos de los hombres no merecen un infierno así. Ni tratándose de toreros. Gloria para ellos, sean cuales sean sus motivos.
Fotos: Juan Pelegrín
Cusha que te diga Gloria Grande, que eres suna reina a to las horas que te levantes:
ResponderEliminarLas preguntas filosóficas que te hases sen tu comentario forman parte , presisademente, de la naturalesa y del misterio del toreo, cuya grandesa proviene de un hecho filosófica y curturalmente único e insólito: la creasión de bellesa, arte y felisidad pública mediante el despliegue técnico de un trapo, por el cual se consigue que un animal irrasional no sólo no te mate, sino que te inscriban en los libros de historia . ¿ Qué lleva a un hombre a jugarse la vida delante de un toro ? Su valor, la creensia de que puede venserlo siempre y la gloria personal que supone que una mujer te diga : venacá pa cá, con to la leshe que mamates, que te viá comé las asauras. Qué gloria más grande.
Beso Gloria (Grande).
El otro dia te ví
ResponderEliminarbajá por la calle enmedio
y yo no te conosí,
compañerita de mi alma
y yo no te conosí.
Y aunque tu me veas que traigo
el estravío por vara,
no me lo niegues primita
no me lo niegues mi alma,
buena gitana no llores más,
cuenta las rosas de tu rosal.