jueves, 27 de febrero de 2014

Un lugar de paso entre dos aguas


Nadie ha descrito mejor la ciudad donde nací -"un tanto disparatada y caótica, bonita y, sobre todo, furiosamente alegre"- que César González-Ruano. Algeciras es, ciertamente, un lugar de paso, menos para aquellos que aprendimos a andar en sus calles. Quizás por eso siempre tengo ganas de volver. Allí, entre dos aguas, con siete años, comenzó a tocar Francisco Sánchez Gómez, Paco de Lucía, cuya guitarra se contagió pronto de esa luminosidad transitoria, breve como una marea. Nos dejó en México, pero mirando al mar. Descanse en paz.
 

Se ha calado muchas veces la piel del alma aquella luz tremenda, graciosa y a la vez terrible, de Algeciras. Siempre causa un efecto previo de disposición saber que se va a pisar la tierra poblada por Augusto con gentes de plurales climas peninsulares y gentes del África vecina que huele ya en la plaza Alta, en la plaza Baja y en la plaza de San Isidro, entre una supuesta palmeranía de siesta.
 
Yo me empapaba de aquella luz de Algeciras, la alegre, perezosa y llena de gracia, la que en realidad nadie ve porque Algeciras es, principalmente, un lugar de paso.
 

Las terrazas de sus descuidados y alegres cafés estaban siempre llenas de gente que esperaba irse. Sobre los veladores el sol, y junto a los veladores alguna maleta de mano.
 
Todo quedaba curioso, vivo, provisional y como erótico. La rodilla rubia de la inglesa sobre los bucles acerados del limpiabotas berberisco. Los organillos acercaban Sevillas y Madriles distantes y aún Parises de "val-musette".
 

¿Qué mucho más podía ser África, al menos el África próxima que aquel delirio policromo y caliente de Algeciras, con gitanas errantes, con niños comidos de roña antigua, con las legiones de vendedores de avellanas, de almendras, de mojama, de quisquillas?
 
Lo que se observa inmediatamente al llegar a Algeciras es que uno está permanentemente observado. Observado por aquellos inverosímiles mirones que se quedan mirando, mirando, y que ni siquiera piden nada y que de hablar no dirán lo que quieren, y que de querer no dirán lo que dicen.
 
¡Pequeños y grandes mirones de Algeciras, cómo os hospedáis, tozudos y alegres en la memoria lejana! ¡Inquietantes mirones, adolescentes o viejos, que si se les llama huyen atolondrados como pájaros, vergonzosos como vírgenes, volviendo la cabeza continuamente y mostrando una sonrisa entre imbécil y tremendamente inteligente!
 

Pero quizá para la primera vez que se va a Algeciras sobren horas de un solo día. Algeciras es acaso demasiado difícil de entender y por eso mismo todo en ella parece demasiado fácil. Recuerdo de esta primera vez que no sabía qué hacer con mi día de Algeciras. Subí dos veces a Correos, a las tres plazas, a mirar de nuevo Santa María de la Palma, a entrar en los mismos cafés... Y la ciudad, un tanto disparatada y caótica, es bonita y, sobre todo, furiosamente alegre. Estalla la vida sobre la cal y el canijo árbol urbano. Nos deslumbra y nos hace guiñar los ojos.
 
Hay, en fin, una Algeciras que con esos ojos entornados apenas se entrevé, una Algeciras seria, acaso voluntariamente triste, burguesa y cerrada.
 
CÉSAR GONZÁLEZ-RUANO
Nuevo descubrimiento del Mediterráneo (1960)
 

miércoles, 26 de febrero de 2014

Ministerio de Asuntos Femeninos

La debilidad que los ministros de Asuntos Exteriores de Franco sentían por las faldas rayaba lo patológico. Empecemos por Juan Luis Beigbeder (Cartagena, 1888 - Madrid, 1957).
 
El "dúo" de Exteriores: Beigbeder y Serrano Súñer
 
Tras participar en la Guerra del Rif y granjearse las amistad de las autoridades marroquíes durante la contienda civil, fue nombrado Alto Comisario de España en Marruecos en 1937 (¡un puestazo!). No contento con eso, cuando el bando nacional tomó el mando, se convirtió en el primer ministro de Asuntos Exteriores de la dictadura franquista, cargo que ocupó apenas catorce meses, hasta octubre de 1940. Sin embargo, en poco tiempo, Beigbeder sorteó un toro muy difícil de lidiar, puesto que recibió, casi a porta gayola, el arranque de la Segunda Guerra Mundial. Y no tuvo mejor ocurrencia que llevar en su "cuadrilla" a una inglesa con vocación de espía, Mrs. Rosalinda Powell Fox, algo que levantó todo tipo de suspicacias entre los hombres afines a Franco, muy germanófilos. El propio Generalísimo no confiaba en Beigbeder a causa de su debilidad por las mujeres, y en especial "por las señoras exóticas".
 
Beigbeder jurando su cargo ante Franco
 
Efectivamente, Rosalinda Fox (1910-2006) era singular. Rubia, de tez blanca, guapa, distinguida y con temperamento, había nacido en el seno de una familia acomodada en la India durante la esplendorosa época del Imperio Británico. Cuando cumplió dieciséis años, la casaron con un rico comerciante asentado en Calcuta. De aquella unión nació Johnny, su único hijo. Tras diagnosticarle una tuberculosis bovina, regresó a Europa -primero a Inglaterra y después a Suiza, Portugal y España- con una nada despreciable pensión de 30 libras mensuales, mientras que su marido prefirió seguir con sus negocios y devaneos en la India sin mujer ni crío que lo incordiasen. Fue en Tánger donde Rosalinda conoció a Beigbeder en 1938.
 
Portada del libro que publicó Rosalinda
y retrato de su querido Juan Luis
 
Además de Alto Comisario de España en Marruecos, él era un hombre culto, feucho pero atractivo, con grandes gafas, apasionado por el mundo árabe, 22 años mayor que ella y casado. Todos estos inconvenientes no impidieron que se hicieran amantes de por vida. Cuando Beigbeder se convirtió en ministro, Rosalinda, que hablaba perfectamente español, lo acompañó hasta Madrid, pero su piso estaba constantemente vigilado por los amigos de la Gestapo. En 1940, él fue sustituido por el cuñado de Franco, Serrano Súñer, y confinado bajo arresto domiciliario en Ronda. Ella, preocupada por su propia vida, huyó a Lisboa, donde montó un garito de altos vuelos llamado "El Galgo", probablemente una tapadera para colaborar con los servicios de inteligencia americanos.
 
Ni la tuberculosis bovina ni la guerra pudieron con Rosalinda
 
A comienzos de la década de los 50, con el panorama internacional más sereno, Beigbeder y Rosalinda volvieron a encontrarse en Guadarranque, en plena bahía de Algeciras. Ambos compraron una casita encalada con vistas a África y al Peñón de Gibraltar, mas Beigbeder, enfermo, disfrutó poco de la nueva vivienda, decorada al estilo marroquí, puesto que falleció unas semanas después de la mudanza. Sin embargo, ella ya no se movió de su Quinta Rosalinda, hasta morir en 2006 con 96 años. Los vecinos más viejos de San Roque recuerdan que le gustaba leer, escribir, jugar al bridge, visitar mercadillos de antigüedades e invitar a los niños de la zona a merendar.
 
Quinta Rosalinda, en Guadarranque
 
Sobre las "debilidades" del otro responsable de Asuntos Exteriores de Franco, Ramón Serrano Súñer, ya hablamos en este blog largo y tendido. Su idilio con la marquesa de Llanzol fue el mayor culebrón de la postguerra española. Aquel ministerio parecía un putiferio. Menos mal que después llegó Francisco Gómez-Jornada Sousa, hombre recortadito y tranquilo, a poner un poco de mesura.

martes, 25 de febrero de 2014

Prohibida la entrada a actores y toreros


El mundo de la farándula siempre ha tenido fama de ser poco decente. En especial, el gremio de los actores. El franquismo luchó duramente contra los desmanes de Hollywood, sobre todo con la obsesión de ciertas estrellas (Marilyn Monroe, Ava Gardner, Rita Hayworth, Anita Ekberg, las chicas Bond, etc.) de enseñar escote. Los locales más distinguidos de Madrid, como el ya centenario hotel Ritz, también se contagiaron de esta ola de castidad y, por ejemplo, no permitían que toreros o actores internacionales se alojaran en sus habitaciones por miedo a que protagonizaran algún escándalo.
 

En una ocasión, James Steward entró en la recepción del Ritz, ubicado en el número 5 de la plaza de la Lealtad, para pedir una habitación. A pesar de que representaba la clase de hombre que toda suegra deseaba tener como yerno, el recepcionista, que lo reconoció al instante, contestó que tenían terminantemente prohibido alojar a actores. Impasible, repasando el nudo de su corbata, Steward sentenció: "No solicito una habitación como James Steward actor, sino como James Steward General del Ejército de los Estados Unidos". Por supuesto, tuvo que enseñar sus credenciales, que demostraban su participación durante la Segunda Guerra Mundial, hasta que, finalmente, el recepcionista del Ritz le entregó una llave.
 

domingo, 23 de febrero de 2014

El Viti vuelve a Las Ventas: "No nací para torero: nací con afición por los toros"

Tras abrir la Puerta Grande en catorce ocasiones, el 24 de mayo de 1979, Santiago Martín "El Viti" decidió despedirse de Las Ventas con una corrida de Torrestrella. Paquirri y Palomo Linares completaban el cartel. El Viti no podía decir adiós a Madrid de cualquier manera, por eso, antes de aquel San Isidro, quiso ver en el campo los toros que Álvaro Domecq tenía reseñados. Al llegar a los Alburejos, distinguió dos lotes de muy distinto trapío: los ejemplares más serios estaban destinados para ser lidiados en Arles; los más pequeños, en Madrid. Inmediatamente, exigió al ganadero que llamase a los empresarios para intercambiar el destino de ambas corridas. "Si la más grande no va a Las Ventas, no toreo". Cuando hoy le preguntan por qué tomó aquella decisión, responde sin dudar: "¡Esas cosas siempre las han hecho los antiguos! Dicen que Madrid da y quita. A mí Madrid no me ha quitado nada. A quien tiene algo que dar, Madrid nunca le quita".
 
 
"No hay corridas de toreros, sino de toros. Si sale el toro con emoción, siempre habrá toreros dispuestos a ponerse delante. Pocas veces se ha ponderado al toro, el único ser al que le debemos todo". El Viti sigue hablando despaciosamente, como toreaba. Para su regreso a Las Ventas, en esta mañana de febrero invitado por la Peña de José y Juan, ha elegido chaqueta azul marino, camisa celeste y corbata de color amaranto. Tiene buen aspecto y la piel del rostro curtida de pasar horas bajo el sol de Salamanca. Apenas mueve la mano derecha. Sólo gesticula con la izquierda. Su mano. "No todo el mundo acierta con la profesión que elige. Yo sí porque decidí ponerme delante del toro. Sin embargo, no he acabado de saber torear. Lo digo sin modestia. Ésta es una profesión inacabable gracias al toro".
 
 
Entre el público, le escuchan, atentos, varios alumnos de la Escuela Taurina de Madrid. "Yo fui más amigo de personas que podían ser mis padres o abuelos que con gente de mi propia edad. Solía arrimarme a los viejos a ver si se me pegaba algo. He sido poco preguntador y sí un gran copista. Creo que he copiado a todo el mundo, incluso a becerristas, pero haciéndolo a mi manera. El toreo es una continuidad. Creo que todos hemos aprendido de todos. Ningún toro ni ninguna faena son iguales".
 
 
"Al conversar con mis compañeros, ¡qué pocas veces los toreros ven un buen toro! Al contrario, siempre ven las pegas. Casi nadie dice que podría haber estado mejor...", habla un hombre que, en 1965, exigió torear Miuras en Las Ventas. Quizás, por eso, y por otras proezas, ha puesto hasta la bandera la sala Antonio Bienvenida con aficionados de todas las edades. "En los toros, yo he sido público y aún sigo siendo público". Lo corroboro: la pasada feria de Salamanca lo vi en La Glorieta, donde Antonio Ferrera le brindó un espectacular tercio de banderillas durante la corrida del Puerto de San Lorenzo.
 
 
"No nací para torero: nací con afición por los toros. Antes, nos hacíamos toreros. Todavía no he acabado de llegar donde quería. Insisto: esto es un aprendizaje continuo".
 

sábado, 22 de febrero de 2014

Por aquí pasó la vida

"Como un lobo de hiedra sube el viento
entre ruinas de noche mal dormida
y me llama otra vez como aquel día
tremendo en que la Muerte joven, nueva...

venía envuelta en él.
Corazón mío,
duerme tranquilo por si no despiertas".
(César González-Ruano)
 

Éste es el Madrid de Amalia Avia Peña (1930-2011), a quien Cela llamó "la pintora de las ausencias", la amarga cronista del "por aquí pasó la vida". En sus cuadros plasmó las calles, comercios y fachadas de una ciudad triste por la postguerra. Ella no reflejó al hombre, sino la huella, la terrible huella de lo humano.
 
 
"¿Quién, quiénes, cómo, cuándo, pisaron estas mismas piedras antes que nosotros? ¿Quién huyó por aquí? ¿Quién, por aquí, buscó no sabemos qué encuentro? ¿Qué nieves por estas piedras resbalaron sus blancas, derretidas manos crueles, bondadosas, de ángel o de abstracto criminal de la noche pura, de la infame noche? ¿Qué soles las dieron temperatura humana, luz, color, categoría de oro, circunstancia en promesa? ¿Qué carro cruzó, pesado y lento, arrancando a estas piedras gemidos, desgarrando su piel pulida por mil lunas, quebrando su entraña, marcando fronteras a su unidad antigua? ¿Qué brioso corcel? ¿Qué suave rueda? ¿Qué errante perro de sable heráldico en campo de dudosa luz del día? ¿Qué gato de perdido culto?

Por viejas calles, en dormidas ciudades, nos hemos, piedras, preguntado cosas así a las que sólo contestó el silencio.Y pisamos con respeto, con voluptuosidad, con tanto amor o prisa miedosa vuestro inerte cuerpo, vuestro mudo cuerpo desdeñoso, vuestra confederación de tapa de los sesos de la augusta tierra" (CGR).

 
"Es difícil imaginar las calles desde aquí
verlas con los oídos como ríos poblados,
difícil de pensar que mientras sueño dentro
fuera no duerme nadie todavía....
¿Desde dónde me pones hasta mi horrible noche
el telegrama urgente de tu aliento lejano?
¿Dónde estás ahora mismo, qué voz dura de hombre
te habla mal de tu hombre y me hiere en tu oído?
¿Cómo llevas las uñas desde que no te veo?
¿Malvas, azules, rojas? ¿Descuidadas y tristes
te han crecido en la sombra cerrada de mi ausencia?
¿Rezas en los altares a los santos franceses?
¿Hablas entre los bares con negros policías
para decirles que yo puedo ser útil o ser bueno?
Cuando llega la noche, ¿dejas la puerta abierta
de la casa en que falto o te encierras con llave?
¿Abandonas tu cuerpo desnudo y solitario
entre retratos míos? ¿Oyes misa y te encuentras
a la salida del aire mío, el aire
que viene de mi boca sucia a golpes?
Dime hasta donde llega tu cuerpo estando sola
en la cama del tiempo:
¿te tropiezas más con la Luna cuando andas
o le das la alegría de tu melena al Sol?
¿Habrás crecido ya tres meses justos
de tu anterior tamaño verdadero?
Tu voz es como un hijo nuevo y claro
que me llega al oído cuando duermo.
El color de tus ojos se me olvida
y de repente lo veo en un soldado
puesto sobre sus ojos que me miran
inesperadamente con amor antiguo.
No comprendo qué ocurre, qué le pasa;
este soldado ayer turbio y violento
se turba y no comprende
que el color de sus ojos le convierten
en amor para mí, y enamorado
me da una sopa extraordinaria y tiembla"
(César González-Ruano)
 

jueves, 20 de febrero de 2014

Pecados de la carne... de lidia


El otro día, el director de comunicación de una gran compañía me contó que, durante la última cena de empresa, habían servido rabo de toro, una elección mal recibida, pues la mitad de los asistentes no había tocado su plato porque estaban en contra de la tauromaquia. Poco después, hablando con el cocinero de un conocido restaurante vasco, me confesó que había dejado de preparar el steak tartar de toro de lidia porque, todas las semanas, algún cliente preguntaba si podía elaborarlo con solomillo de vaca mansa, ya que era antitaurino. Tampoco lo tienen fácil los responsables de la ganadería leonesa de Valdellán, que intentan abrirse hueco en el mercado con su cecina de vaca brava. "Parajódicamente", este delicioso producto tiene más predicamento entre los extranjeros que entre los españoles.
 

La historia del steak tartar es apasionante. En el siglo XVII, los cosacos de Zaporozhia cortaban la carne en filetes de dos dedos de grosor, los salaban y, a continuación, los colocaban bajo sus sillas de montar. Tras dos horas cabalgando, la carne estaba totalmente desangrada y macerada, lista para comer. Esta práctica tenía otra ventaja para los jinetes mongoles y era que el filete les aliviaba el roce con las monturas. No en vano, en la palpitante novela de Julio Verne "Miguel Strogoff, el correo del zar", escrita en 1875, ya se hacía referencia a esta "receta" que ha dado la vuelta al mundo.
 

"Cuando Miguel Strogoff notaba que su caballo estaba rendido de fatiga, a punto de abatirse, se paraba en uno de esos miserables caseríos y allí, olvidándose de sus propias fatigas, frotaba él mismo las picaduras del pobre animal con grasa caliente, según la costumbres siberiana; después, le daba una buena ración de forraje, y sólo cuando lo había curado y alimentado, se preocupaba un poco de sí mismo, reponiendo sus fuerzas comiendo un poco de pan y carne acompañado con algunos vasos de kwais. Una hora más tarde, dos a lo sumo, reemprendía a toda velocidad la interminable ruta hacia Irkutst".
 

Miguel Strogoff no habría rechazado la carne de toro de lidia. El hambre es un gran remedio contra la gilipollez humana.
 

miércoles, 19 de febrero de 2014

El Teatro Real de los Gitanos

"Una rubia panadera con el calor de mi horno se está poniendo morena"
(bulería por soleá)
 

La otra tarde, aprovechando que el cielo daba una breve tregua, salí a dar un paseo por Madrid. Por casualidad, en la calle Barbieri número 10, tropecé con una placa en forma de rombo que decía lo siguiente: "En este lugar, de 1963 a 1993, el cantaor Manuel Ortega Juárez, Manolo Caracol, fundó el tablao Los Canasteros, Teatro Real de los Gitanos, donde se daban cita artistas, intelectuales y toreros".

Interior de Los Canasteros
 
Para poder abrir este Teatro Real de los Gitanos, situado en lo que ahora es Chueca, Caracol pidió permiso al mismísimo Franco, que le dio luz verde sin mayor complicación. A partir del 1 de marzo del 63, el cantaor nacido en la Alameda de Hércules reunió en su tablao a lo más granado del flamenco: Carmen Casarrubios, Curra Jiménez, La Polaca, su hija La Caracola, María Vargas, Trini España, La Perla de Cádiz, Gaspar de Utrera, Melchor de Marchena, Orillo, Paco Cepero, Terremoto... Las fiestas que se organizaban en Los Canasteros eran de lío padre y muy señor mío. Incluso Camarón llegó a pisar aquel tablao, a comienzos de los años 70. Cuentan que una noche, ya de madrugada, cuando quedaban muy pocos clientes en el local, Caracol y Camarón se sentaron en el filo del escenario, con los pies colgando, y empezaron a cantar fandangos a pelo seco.

Un joven Camarón al lado de Caracol
 
En el Teatro Real de los Gitanos no sólo se cantaba: también se jamaba, sobre todo platos andaluces, como la fritura de pescado, y paellas por encargo. Y, si hacía falta, se celebraban hasta comuniones. Caracol, más listo que el hambre, siempre tuvo un olfato especial para el negocio y un oído único para el cante. Por algo Félix Grande dijo que era "una criatura tan genial como Picasso".

 
"Y este hombre de la áspera garganta,
genialmente amarrado a la tenacidad y sus siglos,
escucha con bravura un instante la guitarra fantástica,
la guitarra feroz que chorrea pesadumbre y presidio,
que segrega lujuria de vivir, y él la escucha
y abre luego la boca para arrancase de ella
pozos de amores horrorosos, madres muertas, infamias,
sexos, cadáveres, borbotones de comprensión y desafío,
y nos entrega en un cante un fardo de atonal destino
y una pena sin fin transitada por harapos y puños
y escarmientos y ojos, muchos ojos abiertos, ojos, ojos,
hasta infectarlo todo del fuerte olor del corazón que mira.
(Félix Grande)

 
 

martes, 18 de febrero de 2014

La tarde en que Belmonte le brindó un toro a mademoiselle Charlotte

Plaza de toros de Toulouse
 
En el mes de enero de este año [1913] Belmonte y Posada fueron contratados para torear en la plaza de Toulouse. La tarde en que salieron de Sevilla, hacia la población francesa, un gentío enorme acudió a la estación a despedirlos:
 
- ¡Ánimo!
- ¡A ver cómo queais! -decíanles.
 
Un viejo extorero, amigo de Juanito, llevándole aparte, le dijo misteriosamente:
 
- No zeá primache, Juan. En Madrí, en Zevilla, en Birbao mizmo, güeno; en laz plaza de tronío, paze que te la juegues; pero toos los días y en toas partes, ez coza de penzarlo. Créeme a mí, Juan, ande no ze va a zacar gloria, hay que juirles.
 
Pensando en este consejo, un poco práctico, un poco filosófico, que era en definitiva el resumen de la experiencia de un viejo torero, Juan Belmonte salió al ruedo la tarde de su debut en Toulouse. Mas, ¡ay!, que ante el primer toro que le tocó en suerte, lo olvidó. Bravuconcillo el bicho, arremetió, y jugando con él, el trianero, se arrimó, se ciñó; hizo tanta cosa y tan bien hecha, que el público aplaudía, gritaba, rugía casi... Y...
 
Una mujer bonita, que presenciaba la fiesta desde una barrera, aplaudía tan entusiasmada, que Belmonte, galante, le brindó la muerte de su segundo toro.
 

Cuando la corrida concluyó, y los bravos lidiadores hallábanse en la fonda descansando, dos o tres muchachos de Toulouse fueron a visitarles y, en francés, que hubo que traducirles, les invitaron a un baile de máscaras que se celebraría aquella noche.
 
Francisco Posada y Juan Belmonte aceptaron, es claro, y a la hora convenida se dirigieron a la fiesta. Su entrada fue triunfal. Desde todas partes les miraban. Todos rivalizaban en amabilidad para con ellos y se disputaban el gusto de orientales. Alguien propuso que la banda entonase en su honor la Marcha Real, y así se hizo. Luego les llevaron al palco presidencial que llenaban varias muchachas muy bonitas. Una a una, fuéronlas presentando a los toreros.
 
- Mademoiselle Susanne.
 
- Mademoiselle Margot.
 
Belmonte y Posada se inclinaban, muy ceremoniosos, y contestaban invariablemente:
 
- Mucho gusto.
 
Al fin uno de los organizadores de la fiesta, presentando a Belmonte una chiquilla muy bonita, rubia, delgada, gentilísima, muy elegante, díjole:
 
- C´est mademoiselle Charlotte, a qui vous offert la mort de´un toreau ce soir et qui desire vous feliciter.
 
Juanillo le estrechó la mano, y se inclinó con soltura mundana. Mas ella, llamándole "bravo toreador" en un chapurrado comprensible, invitóle a bailar.
 
- Si vous...
 
Bailaron, y aunque ni él hablaba francés ni ella español, parece ser que se entendieron. Y el caso fue que al concluir el baile y despedirse, ella, ofreciéndole la cara, invitóle a que la besara:
 
- Embrasse-moi, donc.
 
Al llegar al hotel para acostarse, algún compañero de Juanito, díjole:
 
- Gachó, tú que no haz dezperdiciao er tiempo.
 
Juan Belmonte negó:
 
- No digáis tonterías.
 
Y como alguno insistiera todavía, llegó a decirles enfadado:
 
- Os he dicho que me molesta eso. Callaros si queréis...
 
Nadie volvió a recordar más el suceso en alta voz; pero después se supo que a los pocos días una francesita rubia y muy gentil, que estaba en Sevilla instalada en el hotel Simón, había enviado con un criado de la casa un billetito perfumado al torero más bravo y más artista que ha tenido, para su honor, Triana...

FRANCISCO GÓMEZ HIDALGO
 

lunes, 17 de febrero de 2014

Libertad bajo el vestido


Décadas antes de que el maestro Salvador Guerrero compusiera El cordón de mi corpiño y de que Antoñita Moreno ofreciera unas tijeras para cortar el lazo que ataba su sostén, el francés Paul Poiret le declaró la guerra al corsé. Lo consideraba una moda ridícula que sólo servía para resaltar el busto y el trasero de las señoras. Por ello, en 1906 diseñó un vestido de líneas sencillas, entallado en el pecho y con caída recta y sutil hasta los pies. Este traje permitía a la mujer de la Belle Époque moverse con mayor libertad, ya que eliminaba la vieja costumbre de embutir el torso dentro de un maquiavélico corsé. Poiret fue, además, el impulsor de las medias color carne -en vez de negras-, los pantalones bombachos y el caftán de inspiración musulmana.
 
 
 
Apenas un año necesitó el granadino Mariano Fortuny y Madrazo (pintor, fotógrafo, escenógrafo, modisto...) para tomar el relevo de Poiret en España. Inspirado en la Antigua Grecia, en 1907, diseñó un vestido de cóctel que pasó a la historia: el Delphos, característico por sus finísimos pliegues de seda que resaltaban la belleza natural del cuerpo. Otra de sus peculiaridades era el color, ya que el plisado variaba según el reflejo de la luz sobre telas naranjas, rojo carmín, violetas, verdes esmeraldas, añiles... Tonos todos de enorme viveza. Estos tintes naturales fueron elaborados mediante una fórmula secreta -procedente posiblemente de la región del Véneto-, que jamás se descubrió.
 

Ayer domingo, la diseñadora Agatha Ruiz de la Prada mostró sus últimas creaciones en la Madrid Fashion Week. Quedé tan horrorizada por sus extravagancias que, a los pocos minutos, tuve que buscar la fotografía de un Delphos de Fortuny para que no me diera un infarto cromático causado por el mal gusto.

sábado, 15 de febrero de 2014

Copleras y señoritos


Mañana, 16 de febrero, se cumple un año del fallecimiento de Marifé de Triana. Desgraciadamente, los pocos medios de comunicación que recuerdan este triste aniversario lo hacen bajo las notas de Torre de Arena, quizás su copla más emblemática junto a La Encrucijada y La Loba. A pesar de la cautivadora puesta en escena de Marifé, mira que es fea Torre de Arena, compuesta en 1956 por Lladré, Gordillo y Sarmiento. No hay por donde cogerla. Curiosamente, fascina a los homosexuales y aún sigue escuchándose en los bares gays de Chueca.
 
Torre de arena
que mi cariño supo labrar.
Torre de arena
donde mi vida quise encerrar.
Noche sin luna,
río sin agua, flor sin olor...
Todo es mentira, todo es quimera,
todo es delirio de mi dolor.


Sobre copleras y homosexuales, existen varias anécdotas simpáticas. En 1931, el poeta Rafael de León, que por aquel entonces tenía 23 años, cumplía el servicio militar. Una tarde del mes de junio, pidió permiso para acercarse hasta el Teatro de la Exposición de Sevilla, diseñado en 1925 por Vicente Traver, de estilo italiano y con 1.025 localidades. Actuaba en él la gran Concha Piquer y Rafael anhelaba conocerla en persona. Antes de empezar el concierto, vestido de militar, pues acababa de llegar, llamó a la puerta de su camerino. Toc-toc-toc.
 
- ¿Usted es Conchita Piquer?
- ¿Y usted es maricón? -respondió de inmediato la coplera.
- Uy, ¿en qué lo ha notado usted?
- En como lleva la gorra.
 

Más adelante, en una entrevista, doña Concha relataba este encuentro con su guasa habitual: "Y allí mismo nos hicimos amigos, y luego hemos pasado la vida juntos, como dos hermanas. Y, claro, yo a veces le contaba cosas de mi vida, cosas que me pasaban, ya digo como a una hermana, y él sacaba de eso tema para sus canciones".
 
 
Brillantina a lo Travolta
pantalón ancho y sin volta
con botitas mocasín,
el señorito.
Nadie sabe ni se explica
si es muy macho o es marica
para amar es indistinto
el señorito.

jueves, 13 de febrero de 2014

El tango de lo de la edad


Con la proximidad de San Valentín, leo por ahí que cada vez resulta más frecuente que mujeres en la cuarentena salgan con hombres veinteañeros. En algunos lugares, han bautizado este fenómeno como "cougars" ("pumas", para describir a estas señoras) o una relación "mayo-diciembre". Los "especialistas en la materia" aseguran que los hombres suelen sentirse atraídos por mujeres maduras ya que éstas no sufren los irracionales arrebatos emocionales propios de las jovencitas. Nada nuevo bajo el sol. Ya en 1957, Rafael de León le compuso a Concha Piquer el pasodoble "Amante de abril y mayo" para su último espectáculo, "Puente de Coplas
 
 
Andaba por los cuarenta,
La rosa de Peñaflor,
Señora de escudo y renta,
Hermosa y sin un amor.

Y de pronto un día cambió de peinao, cambió de peinao,
Y la vio to el pueblo salir al zaguán,
A decirle adioses a un niño tostao, a un niño tostao,
Que partió galope sobre su alazán.

Amante de abril y mayo,
Moreno de mi pasión,
Te llevo como a caballo
Sentao en mi corazón.

Me están doliendo los centros
De tanto quererte a ti
Me corre venas adentro.
Tu amor de mayo y abril.

Desde los pies a la boca,
Que aprendan todos de mí, ¡ay, de mí!
A querer como las locas.

Hablaron más de la cuenta
Las niñas de Peñaflor:
-Que si ella tiene cuarenta
y que él solo veintidós-.

Pero contra el viento de la comidilla, de la comidilla,
Y a pesar del tango de lo de la edad,
La vieron casada salir de mantilla, salir de mantilla,
Con aquel mocito de la catedral.


Sin embargo, Rafael de León, que se adaptaba a toda clase de circunstancias, también escribió el precioso poema "No me quieras tanto", en el que daba la vuelta a la tortilla: en sus versos, una veinteañera se enamora de un hombre que le dobla la edad. En esta letra se aprecian perfectamente los arrebatos emocionales propios de las jovencitas que mencionábamos al principio. Estas coplas, por cierto, escritas durante la dictadura franquista, sonaban sin cesar en las radios de cretona y nadie se escandalizaba ni se tiraba de los pelos. A veces, conviene recordarlo.
 
 
Yo tenía veinte años
y él me doblaba la edá.
En mis sienes había noche
y en las suyas madrugá.
Antes que yo lo pensara mi gusto estaba cunplío;
na me faltaba con él.
Me quería con locura, con tos sus cinco sentíos,
yo me dejaba queré.
Amor me pedía
como un pordiosero,
y yo le clavaba, sin ver que sufría,
cuchillos de acero.

¡No me quieras tanto
ni llores por mí!
No vale la pena que por mi cariño
te pongas así.
Yo no sé quererte
lo mismo que tú,
ni pasar la vida pendiente y esclava
de esa esclavitú.
¡No te pongas triste, sécate ese llanto!
Hay que estar alegre, mírame y aprende:
¡No me quieras tanto...!

Con los años y la vía
ha cambiado mi queré
y ahora busco de su labios
lo que entonces desprecié.
Cegaíta de cariño yo le ruego que me ampare,
que me tenga cariá.
Se lo pido de rodillas por la gloria de su mare
y no me sirve de na.
Como una mendiga
estoy a su puerta
y con mis palabras mi pena castiga
dejándome muerta.
 

De to lo del mundo sería capaz,
con tal que el cariño que tú me tuviste
volviera a empezar.
Por lo que más quieras sécame este llanto
maldigo la hora en que yo te dije:
"¡No me quieras tanto!"

miércoles, 12 de febrero de 2014

Eulogio Varela, el padre del Modernismo madrileño

"El arte y nada más que el arte. ¡Es el que hace posible la vida, gran seductor de la vida, el gran estimulante de la vida!" (Nietzsche)
 

El museo ABC de Dibujo e Ilustración, en la calle Amaniel, ha tenido el buen gusto de organizar una exposición con la obra gráfica de Eulogio Varela, uno de nuestros mejores dibujantes y diseñadores, injustamente olvidado. Varela es el Alphonse Mucha español, pero, mientras que en Francia aún se realizan hasta bolsos con los dibujos del checo Mucha, en España casi nadie conoce a Varela, a pesar de ser uno de los nombres clave de nuestro Modernismo y un gran referente del diseño gráfico.
 

Eulogio Varela Sartorio (1868-1955), nacido en El Puerto de Santa María y posteriormente acogido en Madrid, comenzó colaborando como ilustrador en la revista Blanco y Negro en el funesto año de 1898, aunque terminó ocupando el puesto de jefe de confección (algo similar al actual director artístico). Hasta 1936, realizó unos 1.400 trabajos.
 
 
Junto a la naturaleza, la mujer, urbana y cosmopolita, representa uno de los temas principales de su obra. La mujer se erige como protagonista absoluta a través del juego con las formas curvas, en arabesco y sensuales de su anatomía, forzada al máximo con largas cabelleras onduladas al aire y gasas vaporosas que provocan una sensación de erotismo y ensueño.
 

La exposición del museo ABC, que puede visitarse hasta el mes de junio, reúne unas trescientas obras -encerradas en vitrinas y archivadores- de este padre del Modernismo madrileño: portadas, dibujos, caligrafías, diseño de joyas y mobiliario, vidrieras... En todos sus trabajos, se aprecian numerosas influencias, como el Art Nouveau, los prerrafaelitas británicos, la Secesión vienesa, el grafismo alemán, las estampas japonesas, Ramón Casas o Juan Gris. Imprescindible.