lunes, 26 de junio de 2017

Pedazos de memoria


Lo que nos queda de un hombre es la memoria. 

¿Cuándo fue la primera vez que vi a Fandiño? A diferencia de David Mora, a Iván no lo recuerdo de novillero. La primera vez que acudí a una plaza y estaba anunciado fue su confirmación de alternativa en Madrid, en el San Isidro de 2009. Iba de lila y oro, como Antoñete. Tengo el cartel de esa feria colgado en mi dormitorio, al lado de la ventana: Ferrera, Morenito y Fandiño con toros de José Luis Pereda. En mi memoria, Fandiño se doctoró en Las Ventas con un cinqueño basto y silleto en una faena de una fragilidad que no encajaba con el aspecto poderoso y adusto del desconocido confirmante. Con el sexto, monumental, bruto y deslucido, Iván se llevó una descomunal voltereta y después se tiró a matar arrebatado y valiente. Creo que lo ovacionaron en ambos. Lo que sí recuerdo con claridad fue el susto del batacazo.


Le perdí la pista hasta el 2 de mayo de 2011, la goyesca de la Comunidad de Madrid. Una corrida de Carriquiri con Fundi y Robleño. Cortó entonces su primera oreja en Las Ventas (era sobrio hasta para vestir "de pijama": se hizo uno blanco con el bordado en azabache). Ése fue el año de su "descubrimiento" en Madrid y volvió varias tardes. En otoño, mano a mano, por primera vez, con David Mora, rival y amigo. Fandiño, que toreó puro y cargando mucho la suerte, terminó hecho un Cristo y vestido con unos vaqueros. Absoluta entrega de ambos compañeros que, a la postre, habían sido los toreros revelación de la temporada. También como Antoñete, pronto Iván cogió la costumbre de aguardar en aquel rincón sombrío del túnel de cuadrillas de Las Ventas, con la mirada fija en el portón de salida, dispuesto a jugarse la vida a una sola carta: "la suerte o la muerte" de Gerardo Diego.


En junio de 2012, me cogí un autobús Madrid-Bilbao para ver su encerrona con distintas ganaderías con motivo del 50 aniversario de la plaza. El de Orduña no tenía necesidad de estoquear seis toros en Vista Alegre: a fin de cuentas, no lo necesitaba en aquella temporada en la que sumaba el mayor número de contratos de su carrera. Al final, la apuesta personal fue un desastre: tarde desangelada, lluvia y apenas un cuarto de plaza. A pesar de la hombrada, sus paisanos no le arroparon y los toros elegidos tampoco ayudaron en el triunfo. Ahí intuí que la imperturbabilidad de Fandiño tenía grietas y que la fragilidad de su confirmación en Madrid fue algo más que un presentimiento. Nada más hacer el paseíllo y ver las sillas de Vista Alegre vacías, las paredes de su propia casa se le vinieron encima. Con Iván uno aprendía que las gestas no siempre terminaban bien, pero había que rematarlas.


En 2013, volvió a Las Ventas a dentellada limpia con una corrida de Parladé; como aquellos viejos soldados de nuestros tercios de Flandes, con la espada ropera y la vizcaína siempre a mano. Le recuerdo hecho un jabato y sin ponerse bonito: toreó de verdad, desbocado a veces, como un temporal desecho, vehemente y muy ligado. Pegó una de sus estocadas a matar o morir (siempre volcándose entre los pitones, el colofón imprescindible de una lucha noble) y se llevó un cornalón en el muslo.


En 2014, llegó, por fin, la tan meritoria Puerta Grande tras cortar una oreja de cada uno de sus toros de Parladé. Después de esa tarde, llegué a la conclusión que, al lado de Fandiño, el grafeno parecía gomaespuma y que, como dice el refrán, "el buen valor asusta a la mala suerte". Fue cuando se tiró a matar sin muleta allá por el tendido 5, sacando el brazo desde el centro del pecho, sin ventajas, lanzándose entre los pitones con gallardía y clavando arriba. Emoción a espuertas -que no perfección- de un torero luchador y curtido. A esas alturas, que Fandiño no era Curro Romero se sabía, ni falta que hacía.


En marzo de 2015, nueva encerrona fracasada: la de Las Ventas con seis ganaderías legendarias. Apostó y perdió, pero nadie le reconoció el valor de tirar la moneda al aire. Hay hombres que le compran un billete a Caronte sin saber si habrá boleto de vuelta. Y Fandiño lo hacía a menudo. Las gestas del héroe no siempre tienen un final feliz. Eso también lo aprendimos con Fandiño: a superar desilusiones inevitables y a mirar a los ojos a nuestros propios demonios. Semanas después de aquello, indómito y tenaz, Iván regresó a San Isidro yendo a porta gayola. Esa redención en la misma puerta de toriles tampoco la olvido.


En los últimos años, Fandiño, en Madrid, se convirtió en un proscrito. Pero incluso eso casaba con su carácter. Yo siempre acudía a la plaza esperando que volviera a triunfar en cualquier momento. La fe en los toreros de uno resulta inquebrantable... La última vez que lo vi fue, de nuevo, en Las Ventas, el pasado 29 de mayo. En esa tarde ventosa, clavó las zapatillas en los medios e hilvanó varios pases cambiados; después, dos buenas series de naturales, atando el pitón a la tela, unas bernardinas y una ovación -quién imaginaba de despedida- que aún me parece escuchar tendido abajo.


Y después de tantas estocadas cabales, acabó muriendo de una cornada durante un quite a un toro que no era el suyo, muy lejos de Las Ventas, la que fue su plaza; porque "la vida es sombra, y el toreo sueño"... y la muerte no llega igual para todos. El verdadero conocimiento de los toreros, de las personas, es póstumo; y la memoria de Fandiño conduce a la ejemplaridad de una vida sin concesiones. Yo lo recuerdo así.

viernes, 23 de junio de 2017

Aprender a ser mortal

Leí recientemente una reflexión de Javier Gomá que es perfectamente extrapolable al mundo del toro. Decía que asumir nuestra mortalidad es la condición indispensable para que seamos heroicos en nuestra vida cotidiana, y ponía como ejemplo el mito de Aquiles. Gomá se preguntaba los motivos por los que Aquiles (hijo de un hombre y una diosa) eligió entregar su propia vida luchando en la guerra de Troya en vez de conservar su naturaleza inmortal dentro del gineceo. Aquiles madura, se hace hombre, cuando asume su mortalidad, se enfrenta al exterior y acude a la batalla. Un niño aún no tiene conciencia de su muerte, por lo que no puede comportarse de manera heroica.


Todos los toreros llevan un Aquiles dentro. Cada tarde de corrida, todos acuden al ruedo asumiendo las consecuencias y peligros que puede desencadenar la lucha contra un toro bravo. Ellos nos enseñan a "ser mortales". Estremece ahora leer aquellas palabras de Iván Fandiño días antes de lidiar seis toros en Las Ventas, cuando declaró: "Tengo una cita con la historia, y si he de morir, moriré libre".


La tarde de la tragedia, en el callejón de la plaza francesa de Aire Sur L'Adour había un niño, un niño a quien Fandiño regaló la última oreja que cortó en su vida. El torero se acercó hasta la barrera, abrazó al muchacho por la espalda y, cariñoso, le entregó el trofeo aún caliente. Terminada la feliz vuelta al ruedo, apenas unos minutos más tarde, durante un quite, un toro mató a Iván de una cornada en el costado, igual que Aquiles cayó en Troya por una herida de flecha. Sacrificando una vida larga y tranquila -es decir, abandonando la protección del gineceo-, ambos héroes alcanzaron la gloria.


Unos pocos días más tarde, ese mismo niño, testigo mudo de la fatalidad, regresó al ruedo de Aire, donde una foto en blanco y negro recordaba la efigie del torero ya muerto. El crío observó, serio pero sereno, la imagen del héroe mientras posaba sobre el cristal su palma derecha, la misma mano que recogió el último laurel de una batalla anunciada perdida de antemano por el oráculo. El niño anónimo de pantalones cortos, sin saberlo, en ese instante, estaba abandonando prematuramente la protección del gineceo para mirar, por primera vez, a la muerte cara a cara. Quizá, el día de mañana, él también será un héroe.


"Lo que nos hace individuales es precisamente la mortalidad. El precio de morir es un precio digno de pagarse si el premio es ser individuales. Lo más alto que alguien puede ser es ser individual, ser ejemplo y tener un nombre. Aquiles se convirtió en Aquiles en el momento en que aceptó morir. Dio como barato la inmortalidad, la eternidad, algo que en mi planteamiento es siempre algo magmático, amorfo, sin identidad, sin personalidad, sin individualidad, característico del estadio adolescente. El gineceo representa esta adolescencia, el estadio estético, y Troya representa el estadio ético, el maduro. Allí encontré la clave de la verdad del destino del hombre" (Javier Gomá).


No volverá a nacer otro "Fandiño", ni siquiera uno con un parecido más o menos superficial. Fandiño llegó a la muerte agotando su "cupo de individualidad": perseguía la gloria del toreo -la cumbre- con el fracaso asumido desde las primeras pendientes. La individualidad absoluta, total y completa de Fandiño no habría permitido otra muerte más que ésta, a orillas del Adour (que en vasco significa "suerte" o "tendencia"), por un toro que no era el suyo y que no podía dejar pasar. Fandiño agotaba cada tarde el toro de la muerte, el toro de su propia muerte, hasta la última gota. Eso le hacía único, y de ahí, el vacío y el abismo ante ferias y carteles que no volverán a llevar su nombre. Acaba de irse y ya se le extraña.

lunes, 19 de junio de 2017

El sol que apenas nos dejó llorarte


Fuiste a morir en uno de los días más largos del año, cuando el sol inmisericorde de mediados de junio no daba tregua ni a los ojos ni a la piel ni a la esperanza. La tristeza y el calor se nos pegaron al cuerpo como una losa. Estando lejos, supimos, Iván, que un toro te había matado a orillas del Adour; ese río que nace en los Pirineos franceses y va a desembocar en el golfo de Vizcaya, casi el mismo recorrido que siguió tu sangre libre, Iván, la que derramaste sobre la arena caliente de Las Landas, a 30 kilómetros de Mont de Marsan, y que, con demora, acabó en el dique de tu tierra, en Orduña, mezclada ya con lágrimas.

Un sol sacrílego y voraz que nunca se escondía tras el horizonte apenas nos dejó llorarte. Apenas una tregua de oscuridad; la de una madrugada fugaz, coronada por una luna que ya iba menguando. Horas antes, en esa maldita enfermería, tú mismo dijiste que las fuerzas se te escapaban por el costado a causa de una cornada negra que te rompió por dentro. Eras consciente de todo. Pusiste tus manos sobre el fajín y el vientre para evitar que la vida se te escapara tan deprisa, para evitar que fuera tan corta como las letras de tu propio nombre, Iván. Pero el destino no pudo salvarte y ahora nosotros, aquí todavía y tan lejos, no terminamos de creerlo.

Te mató un toro que ni siquiera te correspondía; en un país que no era el tuyo. ¿Pero cuál era tu verdadera patria, Iván? ¿Acaso la tuviste? Siempre solo, solo contra el mundo, con una voluntad férrea, por la vereda de un camino que te marcaste a golpe de fragua hasta sus últimas consecuencias. Te recuerdo en el ruedo estoico, marcial y vibrante; sin embargo, no te concedieron la clemencia que merecen los valientes. Fuiste un hombre sin tierra, pero sí con bandera, la tuya, la del individuo que no se doblega ante reyes ni dioses. ¿Cómo un sol envidioso y henchido por San Juan iba a dejarnos llorar a un hombre como tú, tan insurrecto y tan soberano de sus principios y acciones?   


Moriste, Iván, con el mismo vestido de la Puerta Grande de Madrid. Con el mismo vestido que un pueblo te arrancaba a borbotones como a un semidiós, como a un Sísifo que, al menos una vez, alcanzó la cima con su enorme piedra a cuestas. Con tu muerte, tan inevitable, tan trágica, tan inútil, tú también te has convertido en un héroe absurdo.

Cuando el sol de la mañana siguiente a tu muerte despuntó sobre las dunas, el mar y el mundo, todos nos secamos las lágrimas; pero aún se nos humedecen los ojos al pensar en tus padres, en tu hija, en tus amigos, en tu cuadrilla, en los que siguen vivos y se vuelven a vestir de luces; en los que pasaron la noche contemplando sus vestidos de torear asomando por un extremo de la bolsa del sastre; en los que también pensaron en sus hijos y en lo que podía pasar, o no, porque en esta profesión, la suerte y la muerte se suceden con la rapidez de una marea; y en los que se levantaron de la cama, y volvieron a salir hacia un nuevo desembarque, un nuevo sorteo, un nuevo paseíllo, un nuevo minuto de silencio.

Descansa en paz, Iván.