miércoles, 30 de octubre de 2013

Erase una vez, un hombre decapitado paseando por San Ginés...

Los madrileños, chulos como nadie, poseen su propia leyenda de Sleepy Hollow, aquel jinete sin cabeza creado por Washington Irving en 1820.
 
 
El terrorífico relato madrileño se remonta al reinado de Pedro I. Durante una noche del año 1353, unos ladrones entraron en la iglesia de San Ginés (Arenal, 13) para robar las joyas, candelabros y cálices que allí se guardaban. Los saqueadores, sin embargo, no repararon en un anciano que rezaba cerca del altar. Al ver al hombre, resolvieron asesinarle de una forma espeluznante: cortándole la cabeza y colocando su testa a los pies de la Virgen. Transcurrido un tiempo, varios madrileños juraron haber visto la sombra de un decapitado paseando bajo la arcada de San Ginés. Se trataba, por supuesto, del espíritu del anciano que había regresado del más allá para revelar el nombre de los criminales.
 
 
A pesar de la aterradora leyenda que se forjó entre sus muros, en este templo -uno de los más antiguos de la capital- fue bautizado Francisco de Quevedo (1580) y contrajo matrimonio Lope de Vega con Isabel de Urbina (1588). Aún hoy, muchos paseantes aseguran sentirse observados cuando caminan por la calle Arenal.
 
 

martes, 29 de octubre de 2013

Calenturas otoñales, casi todas son mortales

"Era inevitable: el olor de las almendras amargas
le recordaba siempre el destino de los amores contrariados"

(Gabriel García Márquez)
 

 Oye: bajo las ruinas de mis pasiones,
En el fondo de esta alma que ya no alegras,
Entre polvo de sueños y de ilusiones
Yacen entumecidas mis flores negras.
[…] Guarda, pues, este triste, débil manojo
Que te ofrezco de aquellas flores sombrías;
Guárdalo; nada temas: es un despojo
Del jardín de mis hondas melancolías.

El amor es quizás el sentimiento más bello y noble que el hombre puede sentir. Suele presentarse de muy diversas maneras, todo depende de la edad, del sexo, de las condiciones previas a su inicio, y así hasta el infinito.
 
[...] Pasa la pubertad y lo mismo sucede con la juventud que se va como dice la canción: "De prisa como el viento". Se entra en la edad adulta, entonces todo el fuego, todo el ímpetu desbocado, toda la locura desatada desaparece o se modera. El hombre se asienta y su conducta se hace más normal, se es más calmado, más reflexivo, se piensa y se razona mejor, se vuelve más sensato. Es entonces cuando se busca el complemento, cuando se inicia de manera definitiva el encontrar la media naranja, cuando se sienta cabeza, cuando se piensa fundar un hogar. Atrás han quedado los devaneos juveniles, los recuerdos son guardados en el arcón, y hasta olvidados. Y qué bueno que todo sea así pues: "Quien no la corre de joven, la corre de viejo".
 
Continúa el tiempo su marcha inexorable, la mayor parte de los individuos se tranquilizan, jamás se vuelven a alborotar, se transforman en pastueños, en hogareños, terminan sus días como la Mousmé de la canción: "apacible y dulcemente".
 
Pero en cambio otros dan la siguiente lidia:
 
Algunos que se pensaban que ya estaban más allá del bien y del mal se vuelven, como decía un amigo mío, a bullir, agarran su segundo aire y tratando de emular a José Alfredo Jiménez intentan "sacar juventud de su pasado"; craso error, pues lo único que va a aprender la que "viva con ellos" es a curar reumas y a no dormir, pero por la tosedera del viejo, ya que de "eso de moler, ni un grano". Además el vejete se expone a que su frente se vea coronada, y no precisamente de laureles, o bien a lo que dicen los dichos populares que son, como decía mi abuelita: "evangelios chiquitos". Ya que algunos dicen esto:
 
Casamiento a edad madura,
cornamenta o sepultura.
 
O también éste otro:
 
Calenturas otoñales,
casi todas son mortales.
 
[...] A todo lo dicho antes es a lo que se conoce como Amor Otoñal; se presenta en individuos que hace ya tiempo dejaron atrás sus mejores años, su primavera. A veces este tardío despertar alcanza estratos muy elevados, e inclusive se llegan a incubar pasiones tormentosas e intensas que pueden terminar en tragedia.
 
(HUMBERTO RUBALCAVA VALDIVIA)
 

[...] Muchos años han pasado
y sus guapezas y sus berretines
los fue dejando por los cafetines
como un castigo de Dios.

Solo y triste, casi enfermo,
con sus derrotas mordiéndole el alma,
volvió el malevo buscando su fama
que otro ya conquistó.

Ya no sos el mismo,
Ventarrón, de aquellos tiempos.
Sos cartón para el amigo
y para el maula un pobre cristo.

Y al sentir un tango
compadrón y retobado,
recordás aquel pasado,
las glorias guapas de Ventarrón.

lunes, 28 de octubre de 2013

Cajas de música


«-No sé si usted se ha fijado en mi caja de música -dijo-. Tiene sobre la tapa cinco muñecos músicos, articulados, en fila, con trajes de 1830 al 1850, o quizá más tarde. El de en medio, con frac azul, de botones dorados, chaleco blanco, barba y melenas, dirige la orquesta; a sus dos lados, uno toca el violín, y el otro el violonchelo; en los extremos, un negro toca la flauta, y el otro el tambor. Alrededor de ellos corren y giran dos bailarinas.

La caja no tiene marca de fábrica ni fecha. Delante, bajo un cristal, hay un tarjetón en el que se leen, con letras manuscritas, las piezas de música que tiene. Éstas son: El carnaval de Venecia, de Paganini; Ecco ridente il cielo, de El barbero de Sevilla, de Rossini.

Carlota y yo estábamos ya aburridos de oír todo esto. El viejo señor Lorenzo no se cansaba, y miraba con ojos ansiosos a sus muñecos para ver si realizaban sus movimientos con toda perfección o fallaban en algo».
 
(Pío Baroja)
 

Desde 1890, existe una tienda en Madrid donde sólo venden cajas de música, relojes de cuco, joyeros, bolas de agua y pianos. En una discreta esquina de la Plaza de las Salesas tienen su establecimiento, sacado como de un cuento. Dentro, en un ambiente mullido y cálido gracias a una gran alfombra de terciopelo rojo, se escuchan las notas de El Cascanueces de Tchaikowsky. Lamento la calidad de las fotos, pero las realicé con el móvil mientras paseaba ante las impolutas vitrinas.
 
 
A la salida, una excelente opción es merendar en Mamá Framboise, doblando la esquina. Una taza de chocolate caliente y una ración de bizcocho de la abuela ponen el broche perfecto a la tarde entre cajas de música de otra época.

 
"[...] ¿De qué templo,
De qué leve jardín en la montaña,
De qué vigilias ante un mar que ignoro,
De qué pudor de la melancolía,
De qué perdida y rescatada tarde,
Llegan a mí, su porvenir remoto?
No lo sabré. No importa. En esa música
Yo soy. Yo quiero ser. Yo me desangro".
 
(Jorge Luis Borges)

domingo, 27 de octubre de 2013

Un hombre de campo que necesitaba la ciudad


Al concepto que del amor tenía Fernando habría que ponerle serreta y una cijada como a un potro: “¡A mí me gustan las mujeres que se quitan las medias a patadas!”. Esas palabras producían en su casa el mismo efecto que si dentro de las tapias de una cartuja cayera un blasfemo. […] Eran los días de su juventud desbordada en que con frecuencia se le oía: “Me gustan las mujeres que crujan”.

[…] Podía soportar horas y horas una silla de palo, pero no la de una conversación. Se iba. Fernando vivió marchándose siempre allí donde su habla no podía desarrollarse en su peculiar estilo e insobornable libertad.


Menos mal que su misión en este mundo no fue ganar dinero y, por tanto, no quedó incumplida con este desbarajuste que le llevó al cabo a la ruina. Se equivocó pensando que para trazar un surco hondo en la tierra tenía que hacerlo con una reja distinta a las demás, supliendo con inteligencia el tesón y el sacrificio ordenado de los otros.

[…] Pero Fernando seguía cabalgando, sintiéndose dueño de lo suyo. Para él, el dinero, mientras menos rodado viniese al bolsillo, mientras más trabajado y a contrapelo, más valor tenía. Sus toros acabarían por imponerse. Cuando comencé a darme cuenta de todo aquello nació en mí una admiración por Fernando ganadero que no hizo sino aumentar con su ruina.

Sólo él frente a los toreros, sometidos al gusto de los públicos, que exigían el toreo preociosista, dejándose rozar las taleguillas, moviéndose en el terreno del toro y mejor no moviéndose.

Sólo él frente a las Empresas, que, sujetas a los toreros, no compraban toros broncos y difíciles.


[…] El hombre del campo, por serlo, necesita de una ciudad que por un tiempo le borre la visión del campo, pero que le hable de él a través de sus transformaciones. Necesita una ciudad donde el montañés le eche vino sobre la caoba macerada del mostrador, mil veces curada con manzanilla.

Fernando necesitaba una ciudad con colmados despidiendo olores fuertes que a él no molestaban, pues todos sus sentidos estaban muy despiertos, pero muy endurecidos […] Necesitaba en verano el horno sin bóveda de las calles sevillanas por las que seguir a una desconocida, guapa o fea, cortejada por el misterio.


[…] En el campo, ante el paisaje estático, la inteligencia del hombre de imaginación, a fuerza de girar sobre sí misma, sin asidero y sin algarabía sensoria, se fatiga y se echa como los bueyes.

Villalón, como buen campesino, se aburría en el campo, aunque se avergonzaba de permanecer en la ciudad. Se sentía tan obligado al campo, que necesitaba disculparse en la ciudad. En el saludo callejero al amigo o al simple conocido siempre intercalaba: “Vine del campo ayer, vuelvo mañana”.
 
MANUEL HALCÓN
"Recuerdos de Fernando Villalón"

viernes, 25 de octubre de 2013

La vida es un toro, Manolo

En 1967, Antonio Retana, en su maravilloso libro Historia de la canción española, escribió: "Manolo Escobar, por su voz y su arte, es la figura más cotizada en el folklore varietinesco por la gracia de Dios. Y ya es millonario, naturalmente. La nueva ola de cancioneros folklóricos debiera ir a aprender de este gran artista la perfección en la mímica, la seriedad en el vestuario y la habilidad para hacer compatibles las canciones de ayer y las de hoy".
 
 
A finales de la década de los 50, en España, los espectáculos de variedades aún contaban con fieles seguidores, aunque pronto iba a comenzar la era de la canción moderna, con influencia primero de la música francesa e italiana y después de la anglosajona. Recuerdo una entrevista en la que, una reportera muy dicharachera, le preguntó a Manolo Escobar si él hacía música pop. Tras unos segundos de duda, con la simpatía que siempre le caracterizó, dijo que lo suyo tiraba más a música pop... popular. ¡Qué viva España y el castellano de toda la vida!
 
 
Publicó Manuel Román en su obra La copla y los toros: "En la postrera etapa de la canción española surgieron nuevos nombres. De ellos, el más significativo fue Manolo Escobar. Un cancionero con estilo propio, aunque en el fondo siguiera la línea que Pepe Blanco impusiera veinte años atrás. Varonil, defendiendo costumbres autóctonas, con estilo folclórico aunque menos ligado a la música andaluza, pese a su ascendencia. Había nacido en El Ejido, Almería, en 1932, llamado Manuel García Escobar. Su padre tenía una fonda, el negocio se vino abajo y Manolo, con algunos de sus hermanos, emigró a Barcelona. Allí desempeñó modestos oficios hasta que en 1958 encontró en los concursos radiofónicos su trampolín para cantar. Tres años después empezaba su gran lanzamiento, con discos en el mercado y compañía propia, en la que iban tres de sus hermanos. Se hacían llamar Manolo Escobar y sus guitarras. El Porompompero fue su primer gran éxito. Lo había estrenado El Príncipe Gitano, en cuya compañía iba Manolo".
 
 
En la discografía de Manolo Escobar encontramos varias referencias a los toros, como fue el caso de una sevillana que levantó ampollas entre las feministas: "No me gusta que a los toros te pongas la minifalda, la gente mira pa´rriba porque quieren ver tu cara... y quieren ver tus rodillas". También cantó la rumba La vida es un toro: "La vida es un toro y hay que torearlo, si dejas que te embista puede hacerte daño. Con mucha valentía tienes que lidiarlo, cortarle las orejas y también el rabo". Y grabó, por supuesto, el pasodoble dedicado a una de las figuras de finales de los 60: Sebastián Palomo Linares.
 
 
El toro de la vida, que esta vez se presentó bronco y reservón, se llevó a Manolo Escobar el 24 de octubre de 2013. Descanse en paz entre acordes de pasodobles.
 
La vida tienes que tomarla
igual que un juego.
Si a veces se presenta amarga,
le pones menta y caramelo.
No seas nunca pesimista,
busca en las cosas el lado bueno,
que muchas veces los problemas
se nos presentan porque queremos.

 

jueves, 24 de octubre de 2013

Mediodía en la venta de Lora del Río

Un canario amarillo que pía dentro de su jaula. Un reloj de Cruzcampo que marca el mediodía. Una red en cada ventana para evitar que entren las moscas. Varios servilleteros vacíos en la mesa donde, a comienzos del invierno, se venden sacos de naranjas “cosecha propia” a 2 euros. Un cartel de “prohibido cantar en este establecimiento” y otro con un rosario de montaditos: lomo, carne mechá, jamón con salmorejo o gambas alioli. Para las tostadas, a elegir entre pan blanquito, redondillo o mollete. Hay aceite de oliva, manteca colorá, sobrasada y zurrapa. Hay zumo de naranja natural. Es época de caracoles.

- ¡Manolo! Ponme otra copita que la anterior ya se ha caío.


A primera hora, media docena de mayorales que trabajan en las fincas aledañas a Lora del Río se agolpaban en la barra, como si se tratara del callejón de una pequeña plaza el día de una corrida concurso de ganaderías. Viven en las casas de Miura, Moreno Silva, La Quinta, Javier Molina. Este año, el tiempo está raro y, al final del invierno, apenas florecieron las varitas de San José.
- Me han contao que está a la venta la finca de Cabra Alta.
- A ver quién compra eso. Yo, sin verla, ya no la quiero. Si ahí se pueden criar cabras, mal terreno. No brota ná.
A esta hora, en la que el sol ya se encuentra casi perpendicular y empieza a hostigar a los toldos verdes y blancos,  los hombres de campo dejan paso a los camioneros que hacen un alto para repostar en la vecina gasolinera del Álamo. La radio recoge la señal de Córdoba, a pesar de que Lora pertenece a la provincia de Sevilla. A 19 kilómetros se encuentra Peñaflor y a 78, Córdoba.


Canta la copla que en Lora -pueblo natal de Gracia Montes- vivía un barquero que soñaba con ser un matador de mucho tronío.

"El verde Guadalquivir,
Pasa por Lora, pasa por Lora,
Lora del Río,
Y dicen que vive allí,
Un barquerito,
Un barquerito muy presumío,
Que quiere ser mataor,
Dice a las niñas de la Ribera,
Y no le importa el amor,
Ni que le canten de esta manera:

Barquerito de Lora, cariño mío,
Se me pasan las horas cruzando el río,
Que te quiero y te quiero, para marío,
Y en tu sueño torero, no ves que muero,
Barquero mío".


El guapo barquerito un buen día se marchó y dejó a las loreñas llorando por su ausencia. Quizá fuera él, ya convertido en matador, aquel torero a quien le cantaba Marifé de Triana...

"Manolo de Lora del Río,
figura y temple de gran torero,
Manolo de Lora del Río,
tus alamares me dieron celos.
[...] Manolo de Lora del Río,
en tu capote tabaco y oro,
escrito te puse, amor mío,
te quiero con tós mis sentíos
y apártate ya de los toros..."

martes, 22 de octubre de 2013

Coja usted un puchero y beba sangre de toro


Serían las cinco de la mañana cuando llegué al Matadero, y ya la cola rebasaba la fuente que hay cerca de la Puerta de Toledo, ocupando parte del patio de entrada, muy próxima la cabecera a la gran nave donde se descuartizan las reses bravas y se apartan los mondongos.
 
Diseminados por todas partes veíase a los casqueros, hombrones del Norte casi todos, con las manos metidas en el peto de los mandiles mugrientos y teniendo a los pies una enorme cesta de cinc para transportar las asaduras, los despojos, las pezuñas, las criadillas, todos esos menudillos que huelen tan mal, expuestos por los tablajeros y que son la base de la comida de mucha gente y la fortuna de los gatos.
 
Algunos carreros se entretenían en limpiar un enorme cajón con ruedas formidables, lleno de sangre y piltrafas, vehículo de los que, al anochecer, transportan las carroñas hechas cuartos tan descaradamente como con peligro para los transeúntes. Y tan cierto es ello, que no hay en el mundo nada semejante a esta repugnante manera de transportar la carne, indigna de una capital europea, al aire libre la parte posterior del carro, hacinados los sangrientos despojos y balanceándose en los movimientos difíciles del monstruoso y pesado armatoste, arrastrado a través de las calles angostas por reatas de mulas a las que su desaprensión y bestialidad han hecho merecidamente célebres.
 

Saludé al matarife, a quien iba recomendado nada menos que por el concejal visitador del establecimiento, y por el caso que me hizo pude sospechar el que me hubiera hecho a no haberme recomendado tan grande personaje. Sin embargo, días más tarde se me hizo notar por el concejal de marras, asiduo lector de Nietzsche por cierto, que tales matarifes, por razón de su oficio, son poco comunicativos y de alma endurecida, a cuyas cualidades hay que forzosamente hacer honor, pues sin ellos la alimentación de las urbes sería un problema peliagudo.
 
Y tan era así y tan poseído estaba de su importancia el verdugo de los animales, que cuantos pasaban por nuestro lado le saludaban con deferencia, le daban palmaditas en los hombros y le hacían toda clase de sociales monerías.
 
Visité las dependencias, dignas de eterna recordación por lo nada higiénicas y lo insuficientes, y me hacía cruces al considerar que España tenga por capital un pueblo a quien no le arredra poseer en una de las calles más concurridas y populares un edificio semejante.
 

Pero lo que a mí aquella mañana me interesaba no era el edificio, ni su emplazamiento, ni la parte que en la mortalidad diaria pudiera caberle [...] El objetivo de mi visita era aquella cola, tan larga ya a las cinco de la mañana [...] He estado en el hospital, en la guerra y en la cárcel y no vi jamás cosa que igualara la tragedia horrible de aquella escena silenciosa. Apoyados en las paredes, reclinados en los salientes de las piedras, agarrados a los hierros de la verja, rígidos como estatuas, en cuclillas, sentados a lo turco, echados en el suelo, en esa forma que el lenguaje gráfico del pueblo define así, "echadazos", hombres, niños, mujeres, aguardaban tranquilos, inmovilizados en la postura primera que tomaron. Unos llevaban cazuelas; otros, pucheros; copas grandes de vidrio; jarras, algunos. Muchas mujeres vigilaban con cuidado panzudos cántaros de tierra de Vallecas. Un niño jugaba en las baldosas de la acera con un viejo perol abollado.
 
[...] Allí estaban, en la pared, encorvados, las manos en los bolsillos, el puchero en un sobaco, caído el sombrero hasta los ojos como si les diera el sol y aprovecharan el tiempo durmiendo [...] Pedí permiso a su madre, y tomé en brazos a un chiquillo. Era guapo de veras, pero tenía en las bellas líneas de su cara un no sé qué, el mismo "no sé qué" de todos los que con tanta resignación esperaban: falta de sangre. Sentían todos escapárseles la vida e ignoraban qué tenían. Todos pronunciaban la palabra anemia, y no sabían más.

 
[...] ¿De quién se ha de beber sangre en España sino del toro?... ¡Sangre del toro!... [...] La panacea, el remedio universal, es la sangre de este bicho indomable. La imaginación del pueblo le ha deificado, y harta de verle irritado, furioso, en actitudes de luchador sublime, cree en él como cree en Dios. Se rociaría el cuerpo con su baba rabiosa, con la espuma de sus morros, cuando en un lance difícil se cubre de ella el belfo tembloroso. Ese hombre es un toro, dice el pueblo para significar la bravura de un varón [...] El rey de los animales es el toro para el pueblo español [...] Su sangre es la nuestra, la soñada sangre de nuestro heroísmo. El pueblo la siente caer a chorros en su delirio de grandeza, y con la copa llena de sangre espumosa como un vino bueno comete locuras a la manera gloriosa y estúpida del toro.
 
Las vecinas lo saben bien. Su consejo es idéntico al del curandero. La enferma oye energéticamente el dicho:
- Coja usted un puchero y beba sangre de toro. Se cierran los ojos, y ojos que no ven, corazón que no siente.
 
Si en vez de la sangre del toro fuera otra sangre, el consejo no se aceptaría. Pero el alma está llena de la visión de la fiera, y sólo pensar que esa fiereza puede precipitarse en nuestras venas...

EUGENIO NOEL

lunes, 21 de octubre de 2013

Ponga un gato en su vida

"No creo que haya un animal más literario que el gato. Su prestigio literario avalado por los 57 gatos que tenía Hemingway en su casa de La Habana, por las canciones de Lorca y los poemas de Borges es muy superior a su prestigio social" (Antonio Burgos)
 

Cuando alguien pregunta cuál es mi animal favorito y respondo que el gato, mi interlocutor suele pensar que le tomo el pelo. Morfológicamente, un gato me parece más elegante y bello que un toro. Admiro su forma de caminar y cómo los omóplatos se marcan al compás de sus pisadas. Me gustan sus ojos grandes y curiosos, "el fuego de sus pupilas pálidas, claros fanales, vívidos ópalos, que me contemplan fijamente", como escribió Baudelaire. También su flexibilidad, su apariencia frágil y sus saltos: "la elástica línea de su contorno firme y sutil es como la línea de la proa de una nave", firmó Neruda. Detesto los gatos gordos que no se mueven del sofá. Su carácter arisco, indiferente e independiente también provoca que me caigan especialmente bien ("Oh, fiera independiente de la casa...").
 
 
Entre los escritores, los gatos han tenido brillantes partidarios, como Alejandro Dumas, Charles Dickens, Mark Twain, Allan Poe, Víctor Hugo, Raymond Chandler, o Ernest Hemingway, a quien pertenece el siguiente fragmento:
 
Abría y leía cartas y bebía de un vaso de whisky con agua que cada vez dejaba a un lado. La mano del hombre encontraba el vaso siempre que lo deseaba.

El gato ronroneaba, pero él no lo oía porque su ronroneo era silencioso. Con los dedos de una mano acariciaba la garganta del gato mientras sujetaba una carta en la otra.

–Tienes un micrófono en la garganta, Boise –dijo al gato–. ¿Me quieres?

El gato comenzó a amasar suavemente con sus pequeñas garras el grueso jersey del hombre por la parte del pecho. Sintió el peso tibio y amoroso del animal y percibió el ronroneo bajo sus dedos.

–Es una zorra, Boise –dijo al gato. Y abrió otra carta. El gato puso la cabeza bajo la barbilla del hombre y se frotó contra ella.

–Te matarán a arañazos, Boise –dijo acariciando al animal con el cepillo de la barbilla sin afeitar–. Es mejor que no te gusten las mujeres. Es una vergüenza que no bebas, muchacho. Haces casi todo lo demás.

El gato fue llamado así al principio por el crucero Boise pero hacía ya mucho tiempo que el hombre le llamaba Boy para abreviar.

Leyó la segunda carta sin hacer comentarios, estiró la mano y bebió un trago de whisky con agua.

–Te digo que así no llegamos a ninguna parte, Boy. ¿Sabes lo que podríamos hacer? Tú lees las cartas y yo me tumbo sobre tu pecho a ronronear. ¿Te gustaría?

El gato levantó la cabeza y se frotó de nuevo con la barbilla del hombre, que siguió el juego acariciándole las orejas y la parte superior de la cabeza, empujando con su crecida barba, así como el lomo, mientras abría la tercera carta.


Decía Oswaldo Soriano que un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo. Pero, además de en la literatura, estos gráciles animales también han asomado sus bigotes en la música y en el cine. ¿Acaso alguien ha olvidado la escena crucial de "El Tercer Hombre", cuando el espectador descubre por primera vez el rostro de Harry Lime, tras seguirle la pista a un simpatiquísimo gato?

 
No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.
 
(Jorge Luis Borges)
 

Un lindo gatito en los escalones de la vieja plaza de tientas
 

domingo, 20 de octubre de 2013

Un pañuelo con cuatro picadores... ¿o eran cuatro sinvergüenzas?


En el toreo, que es una tragedia clásica, la nota romántica la pone la mujer. Recordemos la copla:
 
La novia de Reverte,
borda un pañuelo
con cuatro picadores:
Reverte en medio.
 
La novia de Reverte era una dulce muchachita de Alcalá, ese pueblo sevillano, claro y limpio como un diamante.
Lo amó cuando era muchacho, lo adoró luego, cuando ya en sus ojos de hombre brillaban las luces de la ambición.
Lo esperó siempre...
Vida agitada la de Reverte.
Paseó bajo todos los cielos de España su poderío y su majeza.
Gastó y gastó dinero a raudales.
Amó y fue amado mil veces, mientras la novia de Reverte, olvidada en su pueblecillo de Alcalá, bordaba su pañuelo, con cuatro picadores, Reverte en medio...
Son famosos los amores de Reverte, aunque fue triste el final de su historia de amor. Triste como ninguna.
Reverte murió solo, abandonado e inválido, en un hospital, lejos del pueblo que le vio nacer, mientras la muchachita bordaba y bordaba el pañuelo de la espera, ese pañuelo que hizo inmortal la imaginación popular.
 
(Fragmento del libro "La voz de otros días", de Pedro Garfías)

  
Antonio Reverte era natural de Alcalá. Bien plantado, elegante, de facciones y porte atrayentes, cuentan sus biógrafos que ejerció desde la adolescencia una atracción visible sobre las masas, singularmente entre las mujeres, y se asegura que tuvo amores con varias damas ilustres [...] Hay una [copla] que fue muy repetida a finales del siglo XIX y que poco a poco se fue hundiendo en el olvido. En los corros infantiles se Sevilla se solía cantar:
 
Cuando anuncian los carteles
que Reverte va a matar,
se escandaliza Sevilla
y "to" el pueblo de Alcalá.
 
O aquella sevillana de júbilo erótico que terminaba con un ruego que era a la vez prometedor:
 
No te tires, Reverte...
¡Vente conmigo!...
 

La musa del pueblo no hacía más que recoger, en el envase sencillo de sus coplas de plazuela, un sentimiento [...] La virtuosa esposa que fue del torero alcalaíno guardaba en su serena viudedad en retiro muchos recuerdos del hombre que le dio su amor ante el altar. Incluso creemos recordar haber leído unas declaraciones interesantes de dicha respetada dama, fallecida, con referencia a la famosa, más que archisabida, copla del pañuelo de Reverte, cuya letra se cantó millares y millares de veces bajo el cielo de Sevilla especialmente:
 
La novia de Reverte
tiene un pañuelo
con cuatro picadores;
Reverte, en medio.
 

[...] ¿Qué hay de curioso precisamente con relación a esta copla famosa? ¿Existió en realidad ese pañuelo, regalo a la novia del diestro? ¿Fue acaso prenda de alguna damita de alcurnia enamorada más o menos platónicamente del lidiador? ¿Qué dirían nuestros lectores si les hiciéramos ver, llevados de la mano de un escritor ya muerto, que el origen de la célebre copla no tiene nada de romántico, sino al revés? Siempre es triste romper el juguete ideal que es la ilusión; pero también la verdad, la auténtica realidad de los hombres y de las cosas tiene su belleza. Ay, cuántos atardeceres de nuestra niñez recordamos hoy en una plaza sevillana escuchando a las niñas del corro cantando con voz cristalina:
 
La novia de Reverte
tiene un pañuelo...
 

[...] El señor Jenaro Cavestany dice: "Esta canción no es original. Se cantaba en Sevilla por los años veinte del pasado siglo...". Resulta, pues, que la simpática canción, erótica y taurina a un tiempo, se cantaba cuando Reverte tardaría aún en nacer nada menos que cincuenta años. Y el origen de la copla era totalmente distinto: su protagonista, en verdad, no era un torero garboso, sino un truhán. La copla del primer cuarto de siglo no hablaba de un Reverte todavía por nacer, sino de un Morales, del que vamos a dar breves noticias. Este Morales era un liberalote de marca mayor, un politiquillo con voluntad de veleta, pues tan pronto como se inclinaron los vientos por el absolutismo de Fernando VII, el muy frescales cambió al instante de librea y se convirtió en el más encarnizado perseguidor de sus antiguos correligionarios. Por todo lo cual el pueblo sevillano, agudo y bromista, creó y cantó una copla que decía textualmente:
 
La mujer de Morales
tiene un pañuelo
con cuatro sinvergüenzas,
Morales, dentro.
 

[...] De aquel Morales, saltarín de politiqueos, no perduró nada, ni siquiera la copla que le hicieron para mofa de su falsedad. En cambio, de Reverte no sólo se mantiene la memoria de su vida, sino el aura de su juventud tronchada por la muerte y la poesía romántica de su sombra de Don Juan.
 
(Artículo de Julio Estefanía publicado en 1959)

sábado, 19 de octubre de 2013

Porque... es una canción hermosa

Porque es una canción hermosa para un sábado de otoño en el que empiezan a caer las primeras lluvias. Porque antes se escribían letras extraordinarias. Y porque, si magnífica es la versión de Aznavour, su compositor, aún me gusta más la interpretación de Gainsbourg. Parce que...


Parce que t'as les yeux bleus
Porque tienes los ojos azules

Que tes cheveux s'amusent à défier le soleil
Y tus cabellos se divierten desafiando al sol
Par leur éclat de feu.
Porque flamean como una llamarada.
Parce que tu as vingt ans
Porque tienes veinte años
Que tu croques la vie comme en un fruit vermeil
Te comes la vida como una fruta madura

Que l'on cueille en riant.
Que se recoge riendo.

Tu te crois tout permis et n'en fait qu'à ta tête
Crees que todo te está permitido y no basta con que tu cabeza

Désolée un instant prête à recommencer
Lo lamente un instante para volver a empezar
Tu joues avec mon coeur comme un enfant gâté
Juegas con mi corazón como un niño malcriado
Qui réclame un joujou pour le réduire en miettes.
Que pide un juguete para hacerlo añicos.

Parce que j'ai trop d'amour
Porque tengo demasiado amor

Tu viens voler mes nuits du fond de mon sommeil
Te permites robar mis noches desde el fondo de mi sueño
Et fais pleurer mes jours.
Y haces llorar mis días.

Mais prends garde, chérie, je ne réponds de rien
Pero te prevengo, querida, no me responsabilizo
Si ma raison s'égare et si je perds patience
Si mi razón se extravía y pierdo la paciencia
Je peux d'un trait rayer nos coeurs d'une existence
Puedo de un trazo rayar nuestros corazones de una sola existencia
Dont tu es le seul but et l'unique lien.
De la que tú eres la única meta y el único vínculo.

Parce que je n'ai que toi
Porque no te tengo más que a ti

Mon coeur est mon seul maître et maître de mon coeur
Mi corazón es mi único maestro y señor de mi corazón
L'amour nous fait la loi.
Es el amor quien nos dicta su ley.


Parce que tu vis en moi
Porque vives en mí

Et que rien ne remplace les instants de bonheur
Y nada reemplaza los instantes de felicidad

Que je prends dans tes bras
Que obtengo en tus brazos
Je ne me soucierai ni de Dieu, ni des hommes.
No me importan Dios ni los hombres.

Je suis prêt à mourir si tu mourrais un jour
Estoy listo para morir si tú mueres un día

Car la mort n'est qu'un jeu comparée à l'amour
Pues la muerte no es más que un juego comparado con el amor
Et la vie n'est plus rien sans l'amour qu'elle nous donne.
Y la vida es apenas nada sin el amor que nos ofrece.

Parce que je suis au seuil
Porque estoy en el umbral

D'un amour éternel je voudrais que mon coeur
De un amor eterno, es por lo que desearía que mi corazón

Ne portât pas le deuil.
No estuviese de luto.

Parce que
Porque...


 

jueves, 17 de octubre de 2013

Libros para migar en el café


"Un cortado y un libro, por favor". Hay un lugar en Madrid, con puertas azules y suelo de tarima que cruje al pasar, donde conviven obras de Tolstoi o Albert Camus con  café recién hecho, como si fueran páginas para migar en la leche. Ese sitio se llama La Fugitiva y se encuentra a pocos metros de la Filmoteca Nacional, en la calle Santa Isabel, 7.

 
Una combinación entre cafetería, librería y biblioteca, sin música ni ruido de fondo, donde puedes sentarte y hojear un libro mientras desayunas. O comprarlo y llevarlo a casa. En sus estanterías, encuentras un poco de todo: ensayo, teatro, poesía, novelas, obras sobre cine o música... También tienen algunas revistas interesantes, como los últimos ejemplares de Jot Down. Un plan agradable y barato para las tardes otoñales.

 
El escaso público es igualmente variopinto: resulta fácil ver a un lector tatuado hasta los tuétanos mientras merienda una porción de tarta de queso en una mesita al lado del ventanal. Un claro ejemplo de fusión.

 
Curiosamente, sirven algunos dulces portugueses, muy finos, como pastéis de nata, tortas de Azeitao o queijadas de leite. Se agradece que la misma sociedad que ha apuñalado al Café Gijón aún respete negocios como La Fugitiva.

 
Siempre fugitiva y siempre
cerca de mí, en negro manto
mal cubierto el desdeñoso
gesto de tu rostro pálido.
No sé adónde vas, ni dónde
tu virgen belleza tálamo
busca en la noche. No sé
qué sueños cierran tus párpados,
ni de quién haya entreabierto
tu lecho inhospitalario.

Detén el paso belleza
esquiva, detén el paso.
Besar quisiera la amarga,
amarga flor de tus labios.
 
(Antonio Machado)

miércoles, 16 de octubre de 2013

Aquella corrida que había de ir por tierra hasta Cádiz...

Selvática oración la de los toros
al Sol, que sus caballos
huellan ya el borde de la tierra yerta;
y ocultando a la noche sus tesoros
-y a sus vasallos huestes de luceros,
mandando retirar-; a la despierta
por sus besos Aurora
en plata viste ahora;
los valles y riberas
en neblinas emboza, y la desierta
marisma riza en brisas mañaneras.
 

"¡Aquella corrida que había de ir por tierra hasta Cádiz! Yo los vi pasar por la vereda real subido en un árbol. En medio, siete toros, negros, sometidos a los cabestros, que, a su vez, aceptaban, resignados, los broncíneos atributos de sus enormes cencerros a cambio de los que el hombre les quitara.

Delante, Fernando, con la garrocha atravesada en la silla, formando una cruz con el caballo. Pasaron justo por debajo de mi rama, que estremeció conmigo. El cortejo de jinetes estaba compuesto por aficionados, a quienes yo sólo conocía por el nombre de sus caballos y por los vaqueros de la casa, cuyas historias y hazañas sabía yo de memoria.



[…] El mal tiempo obligó a aplazar la fecha de aquella corrida. Fernando esperó en Cádiz con sus amigos. Recuerdo su carta, que mis tíos leyeron entre risas, donde hablaba con su gracia inigualada de las peripecias del viaje y de la expectación que despertaba por las estrechas calles de la ciudad marinera aquel grupo de caballistas a pie.

Y, al fin, nunca olvidaré aquella noche, el telegrama azul. Su padre lo desplegó, nervioso, sobre el plato. La ansiedad en los ojos de la madre. Yo me levanté, impaciente, y me puse detrás de mi tío, que buscaba las lentes para ver de cerca, y leí, sin atreverme a despegar los labios: Corrida celebrada hoy. Tres toros fogueados. Uno al corral. Público pide cabeza de ganadero. Dime qué hago. Fernando”.

MANUEL HALCÓN, de su libro "Recuerdos de Fernando Villalón"



Vertiendo su oración por los juncares
heridos -que no hollados-,
por navajas sus plantas cortadoras;
el grito de las garzas previsoras
-que su nidos y sus lares,
amenazados vieron y pisados-;
desconcierto sembró, en la que galopa
asustadiza tropa,
que las tímidas aves descarrían;
y huyen desconcertados
por la pradera despertada y fría.
 
¡Oh valle moteado,
de toros negros y fieros!
¡Oh ribera en carrizos bigotada!
¡Oh trebal agobiado de rocío!
¡Vega asaeteada,
por los dardos que Sol quebró en el río!
 
¡Oh despertar de flores,
que su tallo empinando
hálito al calentado y amoroso,
del nuevo novio hermoso
que el oriente parió en siete colores;
sus corolas alzando
-del peso de la escarcha ya zafadas-,
hojas abren en polen perfumadas!
 
¡Oh rompimiento célico de nubes!
-donde ríen los Querubes
en sus tronos de añil-; muerto el lucero
de la mañana ya, y al agujero
del opuesto hemisferio despeñado;
solo el Sol con la Tierra entre sus brazos
dormida, sus cabellos
en fuego va peinando y en destellos.
 
Y la príncipe luz del nuevo día,
no bien posada fue, no retenida
en la pupila vívida del toro
aún, cuando invertida
su cerviz sobre el lomo azul y oro;
finalista canción el aire hendía,
que Eco descalza a hombros conducía. 
 
Su valor bicornio -gran tesoro
de las restantes bestias codiciado-,
a prueba pone contra el tronco duro,
-hiriéndolo implacable-; y el maduro
fruto oleoso de morada veste,
entre el espino agreste
rociado quedó, y el asta dura
hincada en carne hasta la empuñadura.
 
[...] Moras caras trigueñas
y cetrinas; las cejas abrazadas
sobre los ojos hondos; avezadas
manos firmes. Curtidas, aguileñas
figuras sobre el lomo
de los tordos caballos piafantes
conduciendo a los bueyes galopantes.
 
Sobre la barba el barbuquejo atado
partiendo en dos su faz; el inclinado
sombrero cordobés majestuoso,
los zahones buridos
y por la lezna de su dueño heridos,
bajo el álamo umbroso,
en las cálidas siestas estivales,
con sus manos copiando los breñales.
 
[...] Marchan cantando en coro los cautivos
-de los centauros presa-,
plañideras canciones de camino
-al son del esquilaje (entre la espesa
nube de polvo)-; y en el remolino
de monstruos fugitivos,
sus voces se entrecruzan discordantes
con aires de clarín desconcertantes.
 
(FERNANDO VILLALÓN)



martes, 15 de octubre de 2013

¿Sabe que yo tengo un hijo como usted?


Hoy nos adentramos en el anecdotario coplero para hablar de la madre de Estrellita Castro, Sebastiana Navarrete, conocida popularmente como "La Sebastiana", una malagueña de irreprimible desparpajo casada con un pescador gallego. "La Sebastiana" trajo al mundo a una docena de niños, entre ellos a la guapa Estrella Castro Navarrete, a la que acompañaba en todas sus actuaciones. El primer viaje que Estrellita realizó a América supuso un verdadero tormento para su señora madre, que se negaba a ser vacunada. Finalmente, para ponerle aquella inyección, le contaron que todos los pasajeros del barco se hacían un pequeño e indoloro tatuaje... y así la convencieron. Fue tal la popularidad de "La Sebastiana" que, incluso, llegó a interpretar un pequeño papel en el Teatro Romea de Barcelona, donde actuaba su hija, protegida desde niña por el diestro Ignacio Sánchez Mejías.
 
Estrellita Castro
 
En cierta ocasión, Estrellita fue invitada a una recepción donde acudieron diversos personajes del mundo de la cultura, la diplomacia y la política. Y hasta allí se plantó con su inseparable madre. En un rincón del salón, "La Sebastiana" coincidió con el escritor Jacinto Benavente, al que le espetó con su habitual gracejo:
- ¿Sabe usted, don Jacinto, que yo tengo un hijo como usted?
- ¿Es también escritor? -le preguntó el Premio Nobel.
A lo que "La Sebastiana" respondió de improviso:
- No. ¡Es maricón!
 
Jacinto Benavente
 
Rafael de León no desaprovechó la oportunidad de escribirle una copla a la genial Sebastiana. En ella, la describe en el marco de su ventana, "recién lavada y en matinée", con el crepé, los rizadores, la peineta y el espejito. Una vecina cotilla que, mientras se acicala, va leyéndole la  cartilla a los "tunos madrugadores". Sólo con mirar los pies de los caminantes, reconoce quién pasa o deja de pasar. En esta copla, "La Sebastiana" se pasa la mañana diquelando (en caló: "estar pendiente de algo que interesa") y linquindoy ("permanecer alerta a algún asunto sin que se note demasiado").

 
En el marco de su ventana
recién lavada y en matinée,
aparece la Sebastiana,
antes con antes de amanecer.

Que el crepé, que los rizadores,
que el espejito, que la peineta…
y a los tunos madrugadores
les va leyendo la papeleta.

Ay, que te vi. ¡Deja, que te vi!
Te he visto de entrar. Te he visto salir.
Ay, que yo sé la gachí quién es
por aquellos pies, que es un alguacil.

Sebastiana está diquelando.
Sebastiana está al liquindoy,
y adivina del qué y del cuándo,
del sube y baja, del vengo y voy.