Antes de que Disney la convirtiera en una pastelosa y edulcorada película de dibujos animados en 1959, la leyenda de la Bella Durmiente fue una de las historias más hermosas -y machistas- que corrieron de boca en boca por la Europa medieval. Tras una primera versión en napolitano de 1697, el francés Charles Perrault inmortalizó definitivamente este cuento popular, hasta entonces oral, en su libro Les Contes de ma mère l´Oye, poniéndole por título Belle au bois dormant. Alrededor de 1815, los hermanos Grimm, menos misóginos, volvieron a publicar la historia, esta vez en alemán, Dornröschen.
El arranque era tal que así: "Vor Zeiten war ein König und eine Königin, die sprachen
jeden Tag: Ach, wenn wir doch ein Kind hätten!". Que en castellano queda de la siguiente manera: "Hace muchos años vivían un rey y una reina quienes cada día
decían: ¡Ah, si al menos tuviéramos un hijo! Pero el hijo no
llegaba. Sin embargo, una vez que la reina tomaba un baño, una rana saltó del
agua a la tierra, y le dijo: Tu deseo será realizado y antes de un año,
tendrás una hija. Lo que dijo la rana se hizo realidad, y la reina tuvo una niña tan preciosa que
el rey no podía ocultar su gran dicha, y ordenó una fiesta. Él no solamente
invitó a sus familiares, amigos y conocidos, sino también a un grupo de hadas,
para que ellas fueran amables y generosas con la niña. Eran trece estas hadas
en su reino, pero solamente tenía doce platos de oro para servir en la cena,
así que tuvo que prescindir de una de ellas.
La fiesta se llevó a cabo con el máximo esplendor, y cuando llegó a su fin, las hadas fueron obsequiando a la niña con los mejores y más portentosos regalos que pudieron: una le regaló la Virtud, otra la Belleza, otra la Inteligencia, la siguiente Riquezas, y así todas las demás, con todo lo que alguien pudiera desear en el mundo.
Cuando la decimoprimera de ellas había dado sus obsequios, entró de pronto la decimotercera. Ella quería vengarse por no haber sido invitada, y sin ningún aviso, y sin mirar a nadie, gritó con voz bien fuerte: ¡La hija del rey, cuando cumpla sus quince años, se punzará con un huso de hilar, y caerá muerta inmediatamente!. Y sin más decir, dio media vuelta y abandonó el salón. Todos quedaron atónitos, pero la duodécima, que aún no había anunciado su obsequio, se puso al frente, y aunque no podía evitar la malvada sentencia, sí podía disminuirla, y dijo: ¡Ella no morirá, pero entrará en un profundo sueño por cien años!".
La fiesta se llevó a cabo con el máximo esplendor, y cuando llegó a su fin, las hadas fueron obsequiando a la niña con los mejores y más portentosos regalos que pudieron: una le regaló la Virtud, otra la Belleza, otra la Inteligencia, la siguiente Riquezas, y así todas las demás, con todo lo que alguien pudiera desear en el mundo.
Cuando la decimoprimera de ellas había dado sus obsequios, entró de pronto la decimotercera. Ella quería vengarse por no haber sido invitada, y sin ningún aviso, y sin mirar a nadie, gritó con voz bien fuerte: ¡La hija del rey, cuando cumpla sus quince años, se punzará con un huso de hilar, y caerá muerta inmediatamente!. Y sin más decir, dio media vuelta y abandonó el salón. Todos quedaron atónitos, pero la duodécima, que aún no había anunciado su obsequio, se puso al frente, y aunque no podía evitar la malvada sentencia, sí podía disminuirla, y dijo: ¡Ella no morirá, pero entrará en un profundo sueño por cien años!".
Ya, desde la Edad Media, para evitar maldiciones, la sabiduría popular nos enseñaba a cuidar las relaciones públicas y a tener una nutrida vajilla.
A Margarita también le gustaba enredar en la rueca
En el cuento de Perrault, sin embargo, las hadas no regalan inteligencia a la princesa, por lo que suponemos que el escritor francés tuvo que plantearse dos cuestiones. Primer punto: ¿para qué necesita una princesa ser inteligente? Y segundo punto: ¿la inteligencia es compatible con el género femenino? No en vano, a mitad del cuento, la atolondrada princesa, conociendo la maldición que sobrevolaba sobre ella, como el que asó la manteca, tuvo la bendita idea de acercarse al huso de una rueca. ¿Era o no era subnormal la criatura?
Páginas después, ya despierta tras una descomunal siesta de un siglo, el príncipe se mofa de los ropajes antiguos de la princesa, que había perdido por completo "el hilo" de la moda y aún vestía gorguera.
Nuestra princesa rockera, en cambio, siempre va a la última
Menudo chollo de esposa era la Bella Durmiente: ¡tonta, abrigada hasta el cuello y sin poder coser! Al príncipe de Perrault debieron entrarle ganas de parafrasear a Miguel de Molina y soltar aquello de: ¡mejor soltero pa toa la vida!
Nuestra princesa rockera, en cambio, siempre va a la última
Menudo chollo de esposa era la Bella Durmiente: ¡tonta, abrigada hasta el cuello y sin poder coser! Al príncipe de Perrault debieron entrarle ganas de parafrasear a Miguel de Molina y soltar aquello de: ¡mejor soltero pa toa la vida!
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