miércoles, 16 de octubre de 2013

Aquella corrida que había de ir por tierra hasta Cádiz...

Selvática oración la de los toros
al Sol, que sus caballos
huellan ya el borde de la tierra yerta;
y ocultando a la noche sus tesoros
-y a sus vasallos huestes de luceros,
mandando retirar-; a la despierta
por sus besos Aurora
en plata viste ahora;
los valles y riberas
en neblinas emboza, y la desierta
marisma riza en brisas mañaneras.
 

"¡Aquella corrida que había de ir por tierra hasta Cádiz! Yo los vi pasar por la vereda real subido en un árbol. En medio, siete toros, negros, sometidos a los cabestros, que, a su vez, aceptaban, resignados, los broncíneos atributos de sus enormes cencerros a cambio de los que el hombre les quitara.

Delante, Fernando, con la garrocha atravesada en la silla, formando una cruz con el caballo. Pasaron justo por debajo de mi rama, que estremeció conmigo. El cortejo de jinetes estaba compuesto por aficionados, a quienes yo sólo conocía por el nombre de sus caballos y por los vaqueros de la casa, cuyas historias y hazañas sabía yo de memoria.



[…] El mal tiempo obligó a aplazar la fecha de aquella corrida. Fernando esperó en Cádiz con sus amigos. Recuerdo su carta, que mis tíos leyeron entre risas, donde hablaba con su gracia inigualada de las peripecias del viaje y de la expectación que despertaba por las estrechas calles de la ciudad marinera aquel grupo de caballistas a pie.

Y, al fin, nunca olvidaré aquella noche, el telegrama azul. Su padre lo desplegó, nervioso, sobre el plato. La ansiedad en los ojos de la madre. Yo me levanté, impaciente, y me puse detrás de mi tío, que buscaba las lentes para ver de cerca, y leí, sin atreverme a despegar los labios: Corrida celebrada hoy. Tres toros fogueados. Uno al corral. Público pide cabeza de ganadero. Dime qué hago. Fernando”.

MANUEL HALCÓN, de su libro "Recuerdos de Fernando Villalón"



Vertiendo su oración por los juncares
heridos -que no hollados-,
por navajas sus plantas cortadoras;
el grito de las garzas previsoras
-que su nidos y sus lares,
amenazados vieron y pisados-;
desconcierto sembró, en la que galopa
asustadiza tropa,
que las tímidas aves descarrían;
y huyen desconcertados
por la pradera despertada y fría.
 
¡Oh valle moteado,
de toros negros y fieros!
¡Oh ribera en carrizos bigotada!
¡Oh trebal agobiado de rocío!
¡Vega asaeteada,
por los dardos que Sol quebró en el río!
 
¡Oh despertar de flores,
que su tallo empinando
hálito al calentado y amoroso,
del nuevo novio hermoso
que el oriente parió en siete colores;
sus corolas alzando
-del peso de la escarcha ya zafadas-,
hojas abren en polen perfumadas!
 
¡Oh rompimiento célico de nubes!
-donde ríen los Querubes
en sus tronos de añil-; muerto el lucero
de la mañana ya, y al agujero
del opuesto hemisferio despeñado;
solo el Sol con la Tierra entre sus brazos
dormida, sus cabellos
en fuego va peinando y en destellos.
 
Y la príncipe luz del nuevo día,
no bien posada fue, no retenida
en la pupila vívida del toro
aún, cuando invertida
su cerviz sobre el lomo azul y oro;
finalista canción el aire hendía,
que Eco descalza a hombros conducía. 
 
Su valor bicornio -gran tesoro
de las restantes bestias codiciado-,
a prueba pone contra el tronco duro,
-hiriéndolo implacable-; y el maduro
fruto oleoso de morada veste,
entre el espino agreste
rociado quedó, y el asta dura
hincada en carne hasta la empuñadura.
 
[...] Moras caras trigueñas
y cetrinas; las cejas abrazadas
sobre los ojos hondos; avezadas
manos firmes. Curtidas, aguileñas
figuras sobre el lomo
de los tordos caballos piafantes
conduciendo a los bueyes galopantes.
 
Sobre la barba el barbuquejo atado
partiendo en dos su faz; el inclinado
sombrero cordobés majestuoso,
los zahones buridos
y por la lezna de su dueño heridos,
bajo el álamo umbroso,
en las cálidas siestas estivales,
con sus manos copiando los breñales.
 
[...] Marchan cantando en coro los cautivos
-de los centauros presa-,
plañideras canciones de camino
-al son del esquilaje (entre la espesa
nube de polvo)-; y en el remolino
de monstruos fugitivos,
sus voces se entrecruzan discordantes
con aires de clarín desconcertantes.
 
(FERNANDO VILLALÓN)



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