lunes, 30 de marzo de 2015

Amargura


Un viejo refrán dice que el buen valor asusta a la mala suerte. Y aunque en tardes pasadas Fandiño ha demostrado que tiene las faltriqueras llenas de buen valor, este domingo, el día clave, no fue capaz de espantar su mala estrella. Ninguno de los toros que saltaron al ruedo de Las Ventas (un Partido de Resina, dos Adolfos, un Cebada Gago, un José Escolar y un Palha) era de triunfo: ninguno fue un toro bravo para cortarle las dos orejas. Con una actitud más decidida y tesonera, de matar o morir, Fandiño podría haber arañado una oreja a base de valor seco y sopapos con la espada, pero ni en eso tuvo su tarde. Porque, ¿qué es Fandiño sin su extraordinario valor? Como un Sansón sin pelo de donde extraer su fuerza, el David de Las Ventas se empequeñeció ante sus seis "goliats", algunos de muy feas hechuras, por cierto. Pero éste es el riesgo de quien apuesta. Quien desafía a la fortuna sabe que la moneda puede caer por cualquiera de las dos caras. 


Para el filósofo Gregorio Luri, es mucho más sensato enseñar a los niños a superar las frustraciones inevitables que venderles un mundo eternamente feliz y sin desilusiones. Ciertamente, vivimos en una sociedad donde, los medios de comunicación y los estrategas de marketing, nos hacen creer que las apuestas siempre se ganan y que el triunfo siempre llega. En la vida real, a menudo, las gestas del héroe no tienen un final feliz; sin embargo, seguimos necesitando que David se enfrente a Goliat, que se juegue la vida a carta cabal, que mire a los ojos a sus propios demonios, y después, que salga el sol por Antequera. 

Fotografías de Juan Pelegrín

Unos días antes de su gesta, Fandiño declaró que, en su espada y su muleta, se encontraban su destino y su libertad. A la postre, el cuarto Goliat, un peligroso toro de José Escolar, pegó un puntazo en la mano derecha del torero, una herida por donde se escaparon la fe y la esperanza. No obstante, en eso consiste también la nobleza del héroe: en volver engrandecido al campo arrasado de la batalla y plantar cara de nuevo al azar, sin amargura, porque la moneda, a veces, también cae de cara para los toreros de Orduña.

viernes, 27 de marzo de 2015

Palmas orientales y ramones de olivo

Con el poeta Luis Cernuda, digo: “Es la luz misma, la que abrió mis ojos / toda ligera y tibia como un sueño / sosegada en colores delicados / sobre las formas puras de las cosas”. Cernuda -tan sevillanamente nieto de un comerciante de la Plaza del Pan, donde muchas veces vio a los gallegos que se encorvaban soñolientos y fofos, y sobrino del escultor Antonio Bidón-, definió al niño como dios sin tiempo. Porque en la infancia, ya sabes, los límites temporales son frágiles y un suceso, una tarde de oro en la orilla del río, unas palomas levantadas al oír las pisadas, pueden existir para siempre.


El Domingo de Ramos que mejor conozco es una película que comienza en mi antigua casa donde ya no viven más que los recuerdos. Hay una túnica a la que da el sol y un canario que canta. Después, me veo vestido ya de nazareno, con los primeros miedos por pisarme la blanca vestidura, camino de la Iglesia del Salvador.


Hoy va a ser aclamado con ramones de olivo,
con palmas orientales y ropas en el suelo.
Los gritos de los niños y el hosanna el que viene
se escucharán en Roma, Jerusalén, Sevilla…
Al trote del burrito, se abrirán las ventanas
por ver pasar a un hombre camino de su trono
rodeado de luces de teléfonos móviles.

Por la negra garganta de la puerta ojival,
surgirán los azules y platas de la Hiniesta.
El desprecio de Herodes y el desprecio del mundo
vendrán cuando las tardes ocupen los zaguanes,
y alguien rasgue las ropas dando a beber el trago
de la muerte en la cruz [...]

(Lutgardo García, fragmento del Pregón de la Semana Santa de Sevilla 2015)

miércoles, 25 de marzo de 2015

El vapor que se alejaba hacia el Peñón

[...] Yo tuve que ir a Cádiz en aquellos días y le escribí citándola allá, caso de que pudiera venir [...] Al final ella no apareció, como era más que probable que sucediera. A la semana siguiente, por lo tanto, fui yo a Algeciras, expresamente para verla. Le puse un telegrama: "Meet me lobby Hotel Cristina Saturday noon".


Salí de Sevilla en el coche de línea a las 6 de la mañana; pasé por Jerez a las 8, por Medina a las 10 y por Alcalá a las 11. A las 11.50 llegué a Algeciras. Tomé una habitación en el Hotel Madrid, un hotel rococó de barandillas y escayolas. Desde la ventana se veía la torre colonial de la plaza entre palmeras, sobre una perspectiva picassiana de muros blancos, tejados y azoteas. Bajé la calle y tomé un taxi:


Estaba algo más delgada que cuando la dejé en Cambridge y me sonrió con su leve modo triste de siempre. Yo me atropellaba hablando. Le quería hacer en dos minutos el resumen de todo cuanto había pasado en tres años largos. Le hablé de demasiada gente para no tener que hablarle de mí mismo [...] Almorzamos en el mismo hotel, aún con cierta tensión de personas que se conocieran menos de lo que nosotros nos habíamos conocido, porque, habiendo pedido platos distintos, el camarero se equivocó al servir y nosotros no nos dimos cuenta hasta después de empezar a comer. Así, no atreviéndonos a proponer el cambio, hubimos de comer cada cual lo que no había pedido.


Después de comer salimos a la pérgola de la terraza a tomar café. Entre el jardín y el mar escamoteaban el pueblo. Escogimos una mesita entre sol y sombra y nos sentamos mirando a la bahía, yo a la sombra y ella al sol.


[...] El resto de la tarde lo pasamos por las calles del pueblo, de tienda en tienda. Ella buscaba una mantelería; yo, tela de nylon para un traje de flamenca. Ella encontró el encaje que buscaba, pero no se lo llevó porque el juego tenía sólo seis servilletas y ella necesitaba ocho. Yo encontré el nylon, pero el tendero me dijo que a nadie se le ocurría hacerse un traje de flamenca de dicho material. Yo le dije que no era cosa mía, sino de mis hermanas que me habían hecho el encargo. El tendero creyó oportuno añadir que el nylon no admite el almidonado de los volantes [...] Al pasar frente al consulado inglés, cuya bandera ondeaba sobre barandas de cal y apliques de escayola como haciendo señas cifradas al Peñón, nos abordó un vendedor de anillos y relojes. Comenzó pidiendo el oro y el moro en lo que él juzgaba que era inglés. Yo me hice el inglés y el tonto y conseguí que dejara el anillo en 15 chelines y el reloj en dos libras esterlinas. A última hora no cerramos el trato y el hombre se largó echando maldiciones.


[...] Cuando el vapor comenzó a desatracar sólo quedaba en ella la sonrisa de siempre, cuya suave tristeza se me clavaba, más implacable que nunca, en lo más hondo. El vapor se alejaba hacia el Peñón. Éste era como un perro echado, indiferente a todo, dando la espalda al fracaso de cristales del poniente. Entre el vapor y mis ojos se interponía un laberinto de rayas multicolores y resplandores a contraluz, mástiles, cordajes, arboladuras, tejados, azoteas, vidrios azul y oro, redes de pesca o de tenis que el salitre de la marea endurecía y atirantaba.

(Aquilino Duque escribió este cuento, titulado "La historia de Sally Gray", en enero de 1959, en Venecia, aunque los hechos que relata sucedieron en Algeciras. Finalmente, se casó con Sally).

lunes, 23 de marzo de 2015

El origen de La Ruta del Toro

Por todos es conocido el arte de Hércules para burlar y capturar toros. Quizás por ello, Euristeo le encargó asesinar a Gerión, rey mitológico de Tartessos, y robarle sus famosos astados retintos que pastaban en la desembocadura del Guadalquivir. Hércules, eficaz como de costumbre, cumplió con su cometido; sin embargo, más ducho en asuntos bélicos que cabestreros, perdió por el camino parte de la manada cuando intentaba llevársela como ofrenda a Euristeo. Cuenta la leyenda que, tras avatares diversos, algunos toros del fallecido Gerión quedaron en el Campo de Gibraltar.


A comienzos del siglo VIII, las tropas árabes desembarcaron en la Península Ibérica y fundaron una ciudad que llamarían Isla Verde, embrión de la actual Algeciras. Los musulmanes quedaron sorprendidos por los toros tan fuertes, lustrosos y bien armados que encontraron en aquella zona… descendientes, probablemente, del hato perdido por Hércules. Hasta tal punto que, al poco de tiempo de instalarse, decidieron acabar con los animales más violentos porque no les permitían arar las tierras. 



Dichosamente, algunas cabezas sobrevivieron a la matanza, formando, muchos años después, las ganaderías de Cebada Gago, Torrestrella, Carlos Nuñez, Gavira, Núñez del Cuvillo y otras divisas, fundadoras todas ellas de la mítica Ruta del Toro, entre Jerez de la Frontera y Tarifa. Lo que habría disfrutado Hércules en la Venta El Frenazo, a las puertas de Los Alcornocales, con esa sopa de tomate, capaz de resucitar al mismísimo Gerión.


sábado, 21 de marzo de 2015

Primavera vieja

 
Ahora, al poniente morado de la tarde,
En flor ya los magnolios mojados de rocío,
Pasar aquellas calles, mientras crece
La luna por el aire, será soñar despierto.

El cielo con su queja harán más vasto
Bandos de golondrinas: el agua en una fuente
Librará puramente la honda voz de la tierra;
Luego el cielo y la tierra quedarán silenciosos.

En el rincón de algún compás, a solas
Con la frente en la mano, un fantasma
Que vuelve, ¿llorarías pensando
Cuán bella fue la vida y cuán inútil?
 
(Luis Cernuda)

Manuel García Rodríguez

"Este año no conoces el despertar de la primavera por aquellos campos, cuando bajo el cielo gris, bien temprano a la mañana, oías los silbos impacientes de los pájaros, extrañando en las ramas aún secas la hojarasca espesura húmeda de rocío que ya debía cobijarles. En lugar de praderas sembradas por las corolas del azafrán, tienes el asfalto sucio de estas calles; y no es el aire marceño de tibieza prematura, sino el frío retrasado quien te asalta en tu deambular, helándote a cada esquina...".

Julio Romero de Torres

jueves, 19 de marzo de 2015

La Escuela de Vallecas


[...] Todo aquello era disparatado, pero divertido. Nos hacía poner en juego todas las posibilidades de que disponíamos. Pasamos parte del verano haciendo dibujos y acuarelas guarneciéndonos del sol bajo la choza de un melonar. El propietario, que era padre de uno de los monaguillos del pueblo, nos regalaba sandías y melones que nos sabían a gloria. Comerlas constituía una especie de rito, cuyo final era entregar el corazón rojo y jugoso de la sandía, como el mejor bocado que era, a Benjamín [Palencia]. Al atardecer íbamos al atrio de la iglesia de allí, bajo una nube de vencejos que iban y venían chillando, dibujábamos a los niños que acudían curiosos.

En la época de la trilla era muy agradable estar tumbados entre montones de paja hablando de nuestras lecturas y comentando nuestras impresiones, viendo el movimiento constante de las caballerías y los gañanes que hacían la labor. Utilizábamos los aperos de labranza y los utensilios de las bestias para componer naturalezas muertas. Nos gustaba conocer el nombre de aquellos objetos, algunos de los cuales veíamos por primera vez.


En una de aquellas "eras", la del tío Eusebio, a quien llamábamos el "tío Pájaro", por su cabeza pequeña y adornada con una gran nariz en forma de pico, decidimos hacer un almuerzo con los campesinos. Benjamín nos hablaba entusiasmado de la simplicidad de la gente del campo y de la pureza de la vida. El día convenido, llegada la hora de la comida, quedamos gratamente sorprendidos al observar que utilizaban como cuchara cascos de cebolla, lo que inmediatamente imitamos [...] El vino lo bebían en botella también común, cuyo gollete no se limpiaba nunca en la "ronda" y donde los restos de la comida al final habían desvirtuado el dibujo de la vasija.

A partir de entonces, nuestra admiración hacia aquellas gentes fue desde lejos y nunca más intentamos mezclarnos en sus comidas. Benjamín destacaba "los peligros de olvidarse de la jerarquía".

(Texto de Álvaro Delgado, citado por Manuel Sánchez Camargo
en el libro "Pintura Española Contemporánea")

martes, 17 de marzo de 2015

Naturaleza muda y salvaje

Esto era un alemán, un ruso y un sueco. Puede parecer el comienzo de un chiste, pero la historia de hoy no es humorística sino cinematográfica. El día en que vi por primera vez una película de Victor Sjöstrom (1879-1960), descubrí un mundo nuevo.

Lillian Gish en "El viento" (1928)

Hijo de una actriz, Sjöstrom -a saber cómo se pronuncia este nombre correctamente- era un realizador sueco que revolucionó el cine, tanto o más que Griffith en Estados Unidos. Chaplin llegó a decir de él que era el mejor director del mundo... Hoy pocos le hacen justicia, como sucede con demasiados genios, y en su momento, tampoco le entendieron por ir adelantado a su tiempo. Sin embargo, su mayor amargura profesional fue que le impidieran rodar una película con su paisana, Greta Garbo -anótese que Sjöstrom era guapo y mujeriego-. Aunque ahora sorprenda, durante los años del mudo, Suecia se encontraba entre los países más vanguardistas del Séptimo Arte. Sobre todo, eran unos maestros plasmando la Naturaleza.

La Garbo... Naturaleza salvaje

En 1928, Sjöstrom rodó, en el desiero de Mojave, El viento, para mi gusto, la mejor película muda de la Historia, a pesar de que, para la Metro, resultó un fracaso comercial. Parece impensable que se realizara hace 87 años... El rodaje fue durísimo, con temperaturas que rozaban los cincuenta grados. En la espectacular puesta en escena, Sjöstrom introdujo varios de sus temas favoritos: la redención a través del amor o la Naturaleza como expresión de las locuras y deseos de los personajes. "Tenga cuidado con el viento: suele enloquecer a las personas... en especial a las mujeres".


Por supuesto, Sjöstrom no se sacó la estética de El viento así, de la nada, ni del fondo de la chistera. Antes que él, casi contemporáneos, hubo otros dos maestros en plasmar la naturaleza salvaje en el cine. Uno fue un ruso -siempre hay un ruso loco por ahí-, llamado Pudovkin, quien llevó a la pantalla la novela La madre de Gorki (1926). John Ford aprendió mucho de él


El segundo fue Murnau, director de cine alemán, quien hizo la segunda mejor película muda de la Historia: Amanecer (1927).


Cuando se impuso el sonoro, Sjöstrom dejó de dirigir películas. Solía decir que fue "de los afortunados que murieron en el año 1928, con sólo 45 años, después de todas las decepciones sufridas en Hollywood". No obstante, volvió al cine temporalmente, esta vez como actor, interpretando al viejo catedrático de Fresas salvajes de Ingmar Bergman (1957). "La película me hizo sentir joven, revivir mi época como director y con una vida familiar feliz, e incluso sentí que me enamoraba un poco de nuevo", declaró en una entrevista poco antes de fallecer en 1960.

Sjöstrom en "Fresas salvajes"

domingo, 15 de marzo de 2015

Pastelerías de doble fondo

Durante el siglo XIX, los brioches franceses gozaban de un gran prestigio entre la población, a diferencia de la mancillada reputación de los pasteleros parisinos... La sabiduría proverbial dictó la siguiente frase refiriéndose a las mujeres: "Elle a honte bue, elle a passé par-devant l’huis du pâtissier" ("Ella se ha bebido la vergüenza, ha pasado ante la puerta de un pastelero"). La causa de esta mala fama procedía de las "pastelerías de doble fondo", confiterías donde las mujeres se citaban con sus amantes. Así era el negocio del repostero Piton, quien se jubiló en 1860. 


La pastelería de monsieur Piton jamás se vaciaba. Durante el día, los transeuntes de los bulevares entraban con el propósito de comprar magdalenas o pasteles "Savarin". Sin embargo, a partir de las once de la noche, el local era frecuentado por artistas, escritores y bohemios, que llegaban en muy buena compañía... Ignorando el dulce género del mostrador, las parejas pasaban directamente a la trastienda de la pastelería para "boire la honte" ("beber la vergüenza") y cenar. Acaramelados, tomaban la sopa de queso, el embutido y las rodajas de paté que servía el repostero Piton. La velada solía durar una o dos horas, hasta que la policía aparecía, en el momento más inoportuno, como la sombra de Banquo en Macbeth.


En Cyrano de Bergerac, el protagonista y su amada Roxana se citan en la casa del pastelero Ragueneau. Dicha tienda se encontraba en la calle San Honorato. "Era una pollería-pastelería en la que los hornos lo llenaban todo con su calor agradable. Los asadores giraban, los pasteles se horneaban, del techo colgaban los jamones, por todas partes había un delicioso olor. El lugar estaba lleno de cocineros gordos y ayudantes flacos que llevaban delantales blancos y gorros de cocina con plumas de gallina. Sobre las mesas, había montañas de pasteles y bizcochos. Ragueneau, en un rincón, sentado frente a una mesa, escribía algún poema" (Edmond Rostand).

viernes, 13 de marzo de 2015

Las coplas de Susana


Susana, en egipcio, significa "flor de loto" y, en arameo", "lirio". Como la copla. Susana Díaz, candidata premamá, quiere mirar a los ojos a su hijo, el que aún lleva en el vientre, y contarle que los de su partido han dejado una Andalucía mejor que la heredada de nuestros padres. Así lo dijo durante la apertura de la campaña electoral que tuvo lugar en Almería. Y a mí aquello me sonó a copla. 

"A la nanita mi niño,
no llores ni tengas penas,
yo te daré mi cariño
porque seré una madre buena".
(Con los bracitos en cruz)


"Bordando pañales
pa su criatura,
lloraba Canales
la de Puerta Oscura".
(La niña de Puerta Oscura)



Susana dice que su niño, la flor de sus entrañas, se porta muy bien, "parece que quiere contribuir a la mayoría porque no me da fatiga, ni cansancio ni nada".

"¡Bendita sea la madre,
la madre que te ha parido!
Que solita se quedó
para darme a mí un jacinto
que alegraba sus jardines
y era gloria para el mío".
(Trece de mayo)


La futura madre Susana está en duermevela: PP, Podemos y Ciudadanos son tres clavos de amargura, como los hijos de la Gabriela. Cuentan que, arengando junto a la cuna, le dan las claras del día... ¡qué pena de suerte mía!

miércoles, 11 de marzo de 2015

En primavera los dioses viven en Tipasa

Ruinas de Bolonia (Cádiz)

"L'Espagne sans la tradition ne serait qu'un beau désert" / "España, sin tradición, no sería más que un bello desierto", escribió Albert Camus en 1954. El autor de L'Été -ensayo al que pertenece esta cita-, aunque no encajaba en casi ninguna parte, venía del sur y tenía raíces españolas. Nacido en Mondovi, casi en la frontera con Túnez, amaba la vida, el sol, el mar, la amistad y las mujeres. Se sentía mediterráneo, como las ruinas fenicias de Tipasa, situadas en la costa argelina, muy similares a las gaditanas de Bolonia.

Ruinas de Tipasa (Argelia)

"En primavera los dioses viven en Tipasa, y los dioses hablan en el sol y el olor de los ajenjos, en la mar con coraza de plata, en el crudo azul del cielo, en las ruinas cubiertas de flores, y en la luz que surge a borbotones entre los amasijos de sus piedras. A ciertas horas la campiña se ve quemada por el sol. Los ojos intentan en vano atrapar algo más que las gotas de luz y color que palpitan al borde de las pestañas. El intenso perfume de las plantas aromáticas cosquillea en la garganta y el enorme calor las sofoca.

[…] A la izquierda del puerto, una escalera de resecas piedras conduce hasta las ruinas, entre retamas y lentiscos […] Vamos al encuentro del amor y el deseo. No buscamos lecciones, ni la amarga filosofía exigida a la grandeza. Fuera del sol, de los besos y perfumes salvajes, todo nos parece fútil […] Es el gran libertinaje de la naturaleza y el mar que me acapara por entero. En este maridaje de primavera y ruinas, las ruinas se han convertido en piedras, y perdiendo la impronta dejada por el hombre, han vuelto de nuevo a la naturaleza. Y al regreso de estas hijas pródigas, la naturaleza las ha colmado de flores. Entre las losas del foro, el heliotropo asoma su redonda y blanca cabeza, y los rojos geranios vierten su sangre sobre los que fueran templos, casas, y plazas públicas […] Hoy, por fin, los abandona su pasado, y ya nada los distrae de esa profunda fuerza que los arrastra hasta el mismo centro de cuanto se derrumba.


[…] Recorría uno tras otro todos los rincones, y cada uno me reservaba una recompensa, como ese templo cuyas columnas miden el recorrido del sol y desde donde se puede ver todo el pueblo, sus muros blancos y rosas y sus barandillas verdes. Al igual que esta basílica sobre la colina oriental: ha conservado sus muros y en un gran radio a su alrededor se alinean sarcófagos exhumados, la mayor parte apenas despojados de la tierra de la que aún participan […] Qué pobres son quienes necesitan mitos.

[…] Aquí comprendo lo que llaman gloria: el derecho a amar sin medida. Sólo hay un amor en este mundo. Estrechar un cuerpo de mujer es también retener contra sí esta extraña alegría que desciende del cielo hacia el mar. Dentro de un momento, cuando me arroje a los ajenjos para hacerme entrar su perfume en el cuerpo, tendré conciencia, contra todos los prejuicios, de realizar una verdad que es la del sol y será también la de mi muerte. En cierto sentido, lo que aquí juego es mi vida, un sabor a piedra ardiente, llena de los suspiros del mar y las cigarras que comienzan a cantar ahora. La brisa es fresca y es azul el cielo. Amo esta vida con abandono y quiero hablar de ella libremente: pues me da el orgullo de mi condición humana. A menudo me han dicho, sin embargo, que no hay de qué gloriarse. Sí, hay de qué: este sol, este mar, mi corazón que brinca de juventud, mi cuerpo con sabor a sal, la inmensa decoración en que la ternura y la gloria se dan cita en el amarillo y el azul. A conquistar esto debo aplicar mi fuerza y mis recursos. Todo aquí me deja intacto, nada mío abandono, ninguna máscara reviso: me basta aprender pacientemente la difícil ciencia de vivir, que bien vale el saber vivir de los demás" (Bodas en Tipasa, 1939).

Camus en Tipasa

Diez años más tarde, en 1949, Camus enviaba la siguiente carta a su amigo René Chart: "La vérité est qu’il faut rencontrer l’amour avant de rencontrer la morale. Ou sinon, les deux périssent. La terre est cruelle. Ceux qui s’aiment devraient naître ensemble. Mais on aime mieux à mesure qu’on a vécu et c’est la vie elle-même qui sépare de l’amour. Il n’y a pas d’issue - sinon la chance, l’éclair - ou la douleur" / "La verdad es que hay que conocer el amor antes de conocer la moral. O, si no, los dos perecen. La tierra es cruel. Aquellos que se aman deberían nacer juntos. Pero se ama mejor a medida que se ha vivido, y es la misma vida la que separa el amor. No hay salida -salvo la suerte, la luz- o el dolor".

Vista de Lourmarin

Camus era un hombre de profundas contradicciones. En él chocaban, incesantemente, la realidad y el deseo. Tras ganar el Premio Nobel de Literatura, París le asfixiaba, pero tampoco podía regresar a Algeria. En busca de una solución intermedia, en 1958, compró una casa de dos plantas con contraventanas azules y un gran balcón en Lourmarin, una hermosa villa de la Provenza. Aquella decisión revelaba el deseo de Camus de regresar a los orígenes, a su única patria, la de su infancia, pobre y solar.

lunes, 9 de marzo de 2015

Las "tacas" de la Gran Vía


Gran Vía. Palacio de la Música

Las taquilleras de los cines de mi barrio se sentaban en una banqueta alta y tenían un poco esa mirada de las estanqueras solteronas, o viudas; incluso parecían vestirse igual. Las recuerdo morenas, con el pelo recogido, tristonas, sin humor, la mayoría con gafas de culo de vaso y el aspecto de las actrices de reparto -figurantes, mejor- de los estupendos melodramas italianos de Ivonne Sanson y Amadeo Nazzari. En cambio, las "tacas" de la Gran Vía, de los cines de estreno, eran rubias (del botellón, claro), daba la impresión de que acababan de hacerse la permanente, vestían chaquetas cruzadas y pañuelo al cuello con broche. Podían pasar por peluqueras del Hotel Palace o manicuras del recién inaugurado Castellana Hilton. Aparentaban ser más jóvenes de lo que eran, fumaban y tenían en su cuchitril un teléfono negro por el que hablaban sin parar mientras despachaban. Te daban siempre las entradas de debajo de nunca se sabido dónde. El taburete sólo lo usaban para dejar el bolso y algún libro, Primavera mortal o Grand Hotel, porque se sentaban en cómodas sillas con respaldo y cojín; trapicheaban a todas horas con los reventas, que eran sus amigos. Las taquilleras de la Gran Vía o Fuencarral olían a una mezcla entre esmalte, jazmín y barniz de madera, como a lujo, es decir, a cine. A los paletillos, que ellas conocían muy bien, les mostraban antes de que abrieran la boca el cartel de "No hay localidades", aunque las hubiera. Y es que siempre había buenas butacas para quienes las pedían acercándoles un duro bajo la mano.


Estreno de "El último cuplé" en el Cine Rialto

[...] Los más aficionados fisgoneábamos en los carteles de las películas que iban a echar las próximas semanas, al tiempo que el portero, acomodadores, los de la cabina de proyección, la gente del bar y la señora de los lavabos cambiaban sus ropas de calle por, respectivamente, unas chaquetas grises con botones dorados o las blancas típicas de la hostelería; los proyeccionistas siempre iban de jersey, y la encargada del baño de las mujeres, usaba un delantal blanco y, en invierno, toquilla. Los empleados de los cines era gente rara, nunca les veías reír, no parecían contentos de trabajar en el Séptimo Arte, poco menos que en la Gloria; al contrario, allí les tenías, fumeteando de mal humor, incluida la de los Servicios y el chaval que vendía las chocolatinas en el Descanso, que era un poco mayor que nosotros, aunque tenía cara de viejo. (Seguro que alguna patata frita o alguna peladilla se comía de "estranjis". Bombones helados, no, claro, porque estaban fiscalizados dentro de aquella especie de neverita portátil que llevaba colgada al hombro).

Fachada del Palacio de la Música donde se estrenó "Gilda" 
en Madrid con el autógrafo a Enrique Herreros

Al meterte en el cine experimentabas una sensación de felicidad total, la misma de Alí Babá al penetrar en la cueva de los cuarenta ladrones. Te sentías tranquilo, contento, igual que cuando terminabas un examen que sabías que habías hecho bien. Desde el "hall", observabas a los que, allá fuera, luchaban por entrar al mundo feliz. 

(José Luis Garci, fragmento del libro "Mirar de cine", 2011)


Fotograma de "Tiovivo c.1950" de Garci

viernes, 6 de marzo de 2015

Hotel, dulce hotel


Me dijo que le gustaba vivir en los hoteles de categoría intermedia. Amaba, con perverso e inalterable amor de hombre solo, la moqueta beige de los corredores, las puertas cerradas, la sucesiva exageración de los números de las habitaciones, los ascensores casi nunca compartidos con nadie en los que sin embargo hallaba señales de huéspedes tan desconocidos y solos como él, quemaduras de cigarrillos en el suelo, arañazos o iniciales en el aluminio de la puerta automática, ese olor del aire fatigado por la respiración de gente invisible. Solía regresar del trabajo y de las copas nocturnas cuando ya estaba muy próximo el amanecer, incluso en pleno día, si la noche, como a veces sucede, se prolongaba irrazonablemente más allá de sí misma: me dijo que le gustaba sobre todo esa hora extraña de la mañana en que le parecía ser el único habitante de los corredores y del hotel entero, el rumor de las aspiradoras tras las puertas entornadas, la soledad, siempre, la sensación como de propietario despojado que lo enaltecía cuando a las nueve de la mañana caminaba hacia su habitación volteando la pesada llave, palpando su lastre en el bolsillo como una culata de revólver. En un hotel, me dijo, nadie lo engañaba a uno, ni siquiera uno mismo tiene coartada alguna para engañarse acerca de su vida.

Antonio Muñoz Molina (fragmento de "El invierno en Lisboa")


Escucha Escucha Escucha
la voz de los hoteles, de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna
una raída alfombra escarlata
por donde se apresuran los sirvientes que salen
al amanecer como espantados murciélagos.
Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera;
las voces que  vienen de la cocina,
donde se fragua un
agrio olor a comida que muy pronto
estará en todas partes, el ronroneo de los            
ascensores.
Escucha Escucha Escucha
a la hermosa inquilina del «204», que
despereza sus miembros y se queja y
ectiende su viuda desnudez sobre la cama.
De su cuerpo sale un vaho tibio de campo
recién llovido.
¡Ay qué tránsito el de sus noches tremolantes
como las banderas en los estadios!
Escucha Escucha Escucha
el agua que gotea en los lavatorios, en las
gradas que invade un resbaloso y
maloliente verdín. Nada hay sino una
sombra, una tibia y espesa sombra que   
todo lo cubre.
Sobre esas losas —cuando el mediodía siembre
de monedas el mugriento piso—
su cuerpo inmenso y blanco sabrá
moverse, dócil para las lides del tálamo y
conocedor de los más variados caminos.
El agua lavará la impureza y renovará las
fuentes del deseo.
Escucha Escucha Escucha
a la incansable viajera, ella abre las ventanas
y aspira el aire que viene de la calle.
Un  desocupado la silba desde la acera del frente
y ella estremece sus flancos en respuesta
al incógnito llamado. 

(Álvaro Mutis)

miércoles, 4 de marzo de 2015

Los toros de Hermès

Cuando uno sube a la cuarta planta de la Embajada de Francia en Madrid, en la calle Marqués de la Ensenada, nada más abrir la puerta, se da de bruces con un cuadro taurino. Se trata de un maravilloso pañuelo de seda diseñado en 1993 por Hubert de Watrigant para la casa Hermès.


La sorpresa aumenta cuando uno reflexiona sobre la inexistencia de símbolos taurinos en cualquier edificio "oficial" de la Administración española. En este asunto, nuestros vecinos franceses nos pegan un soberbio y merecido pase de pecho: ellos no sienten complejos a la hora de exhibir una joya con motivos taurinos; nosotros, en cambio, la tendríamos escondida en lo más profundo de un almacén.


Hubert de Watrigant es un pintor, diseñador y escultor nacido en Las Landas en 1954. A partir de 1982, se convirtió en colaborador de "la maison Hermès", para la que creó numerosos pañuelos, como esta "Plaza de Toros". La Tauromaquia suele estar presente en sus obras.

lunes, 2 de marzo de 2015

"La Pecadora" del Paralelo

“Entre tenues velos y melodiosos acordes vivían entregados a la lujuria rindiendo culto al despotismo de una hermosa mujer”. Así empezaba La Pecadora, película protagonizada por Carmen de Lirio, despampanante vedette y actriz catalana de los años 50 y 60. 


Dicen que tomó su nombre artístico -Lirio- de la copla que popularizó la Piquer, pues sus verdaderos apellidos eran Forns Aznar. Nacida en Zaragoza en 1923, hermana del famoso cantador de jotas Mariano Forns, tras la Guerra Civil, sus padres huyeron a Barcelona, donde la hermosa Carmen estudió Corte y Confección, ejerció de modelo para pintores de la Ciudad Condal, ganó un concurso de belleza y abrasó el corazón de innumerables hombres: políticos, empresarios, actores, artistas, toreros, futbolistas... todos cayeron en las redes de su escultural figura. "Novios los tuve a pares", presumió en un libro de memorias. "Los admiradores me acosaban. Atraía a los hombres como la miel a las abejas y siempre estaba rodeada de hombres muy machos y muy deseados en la época, como Ricardo Calvo o Mario Cabré".

Se dice que es por un hombre,
se dice que si es por dos.
Pero la verdad del cuento,
ay, Cristo de los tormentos,
lo saben La Lirio y Dios.


En El Paralelo de la postguerra, Carmen, con su llamativo busto, piernas interminables y ojazos verdes, tuvo que vérselas con los censores de la época, "unos obsesos", según palabras de la corista. Pero, además de guapa, la zaragozana era más lista que una ardilla. Con su picardía, se ganó la complicidad de un censor, quien le dejaba llevar la falda un poco más corta si le compraba libros a su hijo, vendedor de enciclopedias. Otros examinadores fueron menos permisivos y, en varias ocasiones, la penalizaron con multas de 5.000 pesetas por enseñar el escote más de lo permisible o por mirar de forma insinuante a los fascinados espectadores que aún se alimentaban mediante cartillas de racionamiento. En 1951, Carmen de Lirio revolucionó al público con el sainete cómico En la noche de boda, donde recitaba: 

En la noche de bodas,
¿qué hay en tu cama?
Colcha de seda, colcha de seda,
sabanita de hilo y la almohada, 
de suave tela, de suave tela...


Cuenta Manuel Román que tuvo que hacer varios bises. "Cuando lo grabó, la censura prohibió su radiación. Alegaban que los ayes de la cantante incitaban al pecado". Del music hall barcelonés, saltó al cine, donde participó en más de 40 películas, entre ellas, La Pecadora.


El pasado mes de agosto, nonagenaria y olvidada por muchos, felleció Carmen de Lirio, la mujer que, cubierta de plumas y lentejuelas, logró que la alta burguesía de Barcelona bajara hasta el Paralelo, alimentando los sueños de una generación hambrienta.