viernes, 6 de marzo de 2015

Hotel, dulce hotel


Me dijo que le gustaba vivir en los hoteles de categoría intermedia. Amaba, con perverso e inalterable amor de hombre solo, la moqueta beige de los corredores, las puertas cerradas, la sucesiva exageración de los números de las habitaciones, los ascensores casi nunca compartidos con nadie en los que sin embargo hallaba señales de huéspedes tan desconocidos y solos como él, quemaduras de cigarrillos en el suelo, arañazos o iniciales en el aluminio de la puerta automática, ese olor del aire fatigado por la respiración de gente invisible. Solía regresar del trabajo y de las copas nocturnas cuando ya estaba muy próximo el amanecer, incluso en pleno día, si la noche, como a veces sucede, se prolongaba irrazonablemente más allá de sí misma: me dijo que le gustaba sobre todo esa hora extraña de la mañana en que le parecía ser el único habitante de los corredores y del hotel entero, el rumor de las aspiradoras tras las puertas entornadas, la soledad, siempre, la sensación como de propietario despojado que lo enaltecía cuando a las nueve de la mañana caminaba hacia su habitación volteando la pesada llave, palpando su lastre en el bolsillo como una culata de revólver. En un hotel, me dijo, nadie lo engañaba a uno, ni siquiera uno mismo tiene coartada alguna para engañarse acerca de su vida.

Antonio Muñoz Molina (fragmento de "El invierno en Lisboa")


Escucha Escucha Escucha
la voz de los hoteles, de los cuartos aún sin arreglar,
los diálogos en los oscuros pasillos que adorna
una raída alfombra escarlata
por donde se apresuran los sirvientes que salen
al amanecer como espantados murciélagos.
Escucha Escucha Escucha
los murmullos en la escalera;
las voces que  vienen de la cocina,
donde se fragua un
agrio olor a comida que muy pronto
estará en todas partes, el ronroneo de los            
ascensores.
Escucha Escucha Escucha
a la hermosa inquilina del «204», que
despereza sus miembros y se queja y
ectiende su viuda desnudez sobre la cama.
De su cuerpo sale un vaho tibio de campo
recién llovido.
¡Ay qué tránsito el de sus noches tremolantes
como las banderas en los estadios!
Escucha Escucha Escucha
el agua que gotea en los lavatorios, en las
gradas que invade un resbaloso y
maloliente verdín. Nada hay sino una
sombra, una tibia y espesa sombra que   
todo lo cubre.
Sobre esas losas —cuando el mediodía siembre
de monedas el mugriento piso—
su cuerpo inmenso y blanco sabrá
moverse, dócil para las lides del tálamo y
conocedor de los más variados caminos.
El agua lavará la impureza y renovará las
fuentes del deseo.
Escucha Escucha Escucha
a la incansable viajera, ella abre las ventanas
y aspira el aire que viene de la calle.
Un  desocupado la silba desde la acera del frente
y ella estremece sus flancos en respuesta
al incógnito llamado. 

(Álvaro Mutis)

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