Durante el siglo XIX, los brioches franceses gozaban de un gran prestigio entre la población, a diferencia de la mancillada reputación de los pasteleros parisinos... La sabiduría proverbial dictó la siguiente frase refiriéndose a las mujeres: "Elle a honte bue, elle a passé par-devant l’huis du pâtissier" ("Ella se ha bebido la vergüenza, ha pasado ante la puerta de un pastelero"). La causa de esta mala fama procedía de las "pastelerías de doble fondo", confiterías donde las mujeres se citaban con sus amantes. Así era el negocio del repostero Piton, quien se jubiló en 1860.
La pastelería de monsieur Piton jamás se vaciaba. Durante el día, los transeuntes de los bulevares entraban con el propósito de comprar magdalenas o pasteles "Savarin". Sin embargo, a partir de las once de la noche, el local era frecuentado por artistas, escritores y bohemios, que llegaban en muy buena compañía... Ignorando el dulce género del mostrador, las parejas pasaban directamente a la trastienda de la pastelería para "boire la honte" ("beber la vergüenza") y cenar. Acaramelados, tomaban la sopa de queso, el embutido y las rodajas de paté que servía el repostero Piton. La velada solía durar una o dos horas, hasta que la policía aparecía, en el momento más inoportuno, como la sombra de Banquo en Macbeth.
En Cyrano de Bergerac, el protagonista y su amada Roxana se citan en la casa del pastelero Ragueneau. Dicha tienda se encontraba en la calle San Honorato. "Era una pollería-pastelería en la que los hornos lo llenaban todo con su calor agradable. Los asadores giraban, los pasteles se horneaban, del techo colgaban los jamones, por todas partes había un delicioso olor. El lugar estaba lleno de cocineros gordos y ayudantes flacos que llevaban delantales blancos y gorros de cocina con plumas de gallina. Sobre las mesas, había montañas de pasteles y bizcochos. Ragueneau, en un rincón, sentado frente a una mesa, escribía algún poema" (Edmond Rostand).
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