viernes, 31 de mayo de 2013

Crónica del 30 de mayo: coincidencias temporales y carnales


Del mismo modo que San Pedro Regalado es el patrón de los toreros, no resultaría descabellado nombrar a San Fernando como patrón de los aficionados. Si para presenciar un emocionante día de toros en Las Ventas es necesario que los caprichos del destino hagan coincidir en el calendario la festividad de San Fernando, el Corpus y la corrida de Adolfo Martín en una plácida tarde otoñal casi a las puertas del verano, que así sea, hágase su voluntad así en el albero como en el cielo. Finalmente, se obró el milagro: afición reconquistada tras veinte fechas de fiascos. Y no se piensen que este jueves se abrió la Puerta Grande, que las orejas llovieron como el maná o que salió un toro de bandera. En absoluto. Los caminos de la auténtica Tauromaquia son inescrutables.
 
 
En este prodigio fueron cruciales, por supuesto, los bellos ejemplares que trajo Adolfo Martín, con tres de nota -primero, cuarto y sexto-, pero no menos meritorios fueron los tres matadores que se pusieron delante, de enorme dignidad y categoría. Es decir, que ayer no sólo se produjo una coincidencia temporal (San Fernando y Corpus Christi) sino también una carnal, de toros y toreros.
 
 
Antonio Ferrera (ovación y oreja) estuvo inmenso, torerísimo, dominando todas las facetas de los tres tercios, en lidiador, poderoso, cuajado y siempre atento. Tuvo detalles que reflejaron su categoría, como unos pares de banderillas ajustadísimos hacia los adentros -previamente, se había colocado el toro en suerte él mismo-, su maestría a la hora de llevar el animal al caballo -los suyos y el de su compañero Castaño-, la forma de fijar al Adolfo durante el segundo tercio protagonizado por David Adalid y Fernando Sánchez o la estocada al cuarto, Baratillo, al que le cortó una oreja. Magistral y emocionante la tarde del extremeño desde que salió por la puerta de cuadrillas hasta que volvió a entrar por ella. Puede con lo que se le ponga por delante.
 
 
En el sexto toro, Marinero, ovacionado de salida, se produjo otro momento de comunión entre un toro que, cuando se arrancaba, daba gloria verlo, la auténtica lidia, la generosidad de Javier Castaño (silencio y vuelta al ruedo), la excelencia de su cuadrilla y la entrega de la afición. Que Tito Sandoval es el picador más espectacular del actual escalafón no hay ya quien lo niegue. Y que es el único capaz de hacer mover un caballo que, habitualmente, avanza la distancia que separa a tres baldosas, tampoco. Palpitante el tercio de varas de Marinero, a pesar de que en los dos primeros puyazos, al charro se le desvió algo la mano. Quienes sí clavaron en el sitio perfecto y terminaron de poner la plaza boca abajo fueron Adalid y Sánchez. ¿Tan difícil resulta devolvernos a los aficionados los tres tercios de la lidia? Sea como fuere, nuestra gratitud a Castaño que, tras recibir una cornada en la mano durante la faena a su primero y de pasar a la enfermería donde le anestesiaron, salió a torear, y sin mirarse, a Marinero. Doble mérito. O triple. Prueben a coger los trastos con una mano "muerta", sin sensibilidad. Quizás a causa de este percance, a la faena le faltó algo de mando, y el Adolfo -que tenía un buen pitón izquierdo- se fue con la oreja puesta.
 
 
Alberto Aguilar (saludos y silencio), que sustituía a Iván Fandiño, otro de los triunfadores indiscutibles de este San Isidro, pechó con el peor lote: soso el tercero y con peligro el quinto.
 
Fotografías: Juan Pelegrín
 
El refranero es sabio y en Las Ventas comprobamos que hay tres jueves al año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión. Nadie cuenta, sin embargo, que, parte de ese brillo se debe a la casta de los toros de Adolfo Martín y a los tres toreros que, con sus correspondientes cuadrillas, les plantaron cara. A la salida, por los vomitorios de la plaza, se escuchaba:

- ¡Por fin una tarde de toros! ¡Y sin cortar quince orejas!
-  Si es que los aficionados nos conformamos con tan poco...

No tan poco, oiga.

jueves, 30 de mayo de 2013

Bien "mamao" en el Congreso

"Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos..."
(Enrique Santos Discépolo)


Ni apadrina a un niño, ni a un árbol, ni a un chucho callejero. La mejor campaña de todas es "Apadrina a un congresista torpe", puesta en marcha por un empresario de Teruel, que también existe. Desde su página web, se recauda dinero para financiar una correa elástica que impida que sus señorías pierdan el iPad. También puede votarse quién es el congresista más torpe.


"Los ciudadanos, a través de esta iniciativa, pretendemos dar una solución a la pérdida de dispositivos de alta gama. Mediante un dispositivo de seguridad, de sólo 6 euros, queremos evitar que en el futuro los diputados y senadores vuelvan a perder sus dispositivos móviles".

¿Y cómo no van a perder los iPads, las criaturas, si salen del Congreso con una melopea que no se tienen en pie? ¡Si un Gin Tonic Larios subvencionado sale a 3,45€ y un vodka ruso a 5,5€! ¡Vaya pelotazos! Con razón, escribe un usuario de Twitter (@SrDador) que, a 3,45€ el Gin Tonic en la cafetería, cómo cojones queremos que ocupen sus escaños en el Congreso. "A mí me ponen los gintonics a 3,45€ y me encadeno a la barra y no me sacan de la cafetería ni los del 15-M. Como si la prima de riesgo se va a 8.000 puntos que va al escaño a votar su puta madre. Estamos fomentando el alcoholismo en el Congreso por encima de nuestras posibilidades". Este verano debieran convertir la Cámara Baja en el nuevo local de moda de Madrid.

 
Que, por cierto, lo del gintonic (así, todo junto) queda muy trendy pero, de toda la vida de Dios, se le ha llamado ginebra con tónica. Ahora, en muchos bares te pides uno y, entre el pepino, los granos de pimienta, el kiwi, las bayas silvestres, los pétalos de amapola y las cáscaras de naranja, no sabes si te estás bebiendo una copa o una ensalada.


Tras leer informaciones así, de gintonics subvencionados, porque Hacienda somos todos, entran ganas de adaptar el final del tango de Enrique Santos Discépolo:

Esta noticia me ha hecho tanto mal,
que si lo pienso más
termino envenenao.
Esta noche me emborracho bien,
me mamo, ¡bien mamao!,
pa' no pensar.


O éste otro... el cada vez más "actual" Cambalache:
Vivimos revolcaos
en un gintonic
y en un mismo lodo
todos manoseaos...

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!

 

miércoles, 29 de mayo de 2013

La historia de una prostituta a la que llamaban "La Torera"

Esta es la historia de una prostituta a la que llamaban "La Torera" y del general, de ascendencia española, Antonio López de Santa Anna, "El Napoleón de América", un hombre corrupto y de incontables vicios. El episodio, narrado por José de J. Núñez y Domínguez, se desarrolla en la Ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX.

El general Santa Anna

[...] La afición del funesto dictador por el bello sexo era desmedida: tan grande como la que sentía por las peleas de gallos. No paraba mientes ni en pelos ni en tamaños. Un día, al salir del famoso palenque de San Agustín de las Cuevas, su mirada de águila se detuvo en una de tantas “margaritas”, que así se llamaba entonces a las mujeres de mala vida, que a la puerta de la plaza lucía el agresivo castor de su falda de “china”, sus chinelas de raso amarillo, su bordada camisa, su banda de flecos de plata y su rebozo “palomo”.

La apiñonada carne de sus mórbidos brazos y sus rotundas pantorrillas, el gracioso óvalo de su rostro horadado por dos hoyuelos incitantes, sus pupilas corvinas y sus cabellos nigérrimos recogidos en dos gruesas trenzas, cautivaron desde luego al dictador, que, acostumbrado a apoderarse de aquello que le gustaba, ordenó a uno de sus edecanes o “rufianes de banda verde” como les decía el vulgo, averiguara quién era aquella moza y la emplazara para sitio conveniente y propicio.
Desastrosos fueron los informes que recibió Santa Anna acerca de aquella sacerdotisa del placer. Era una muchacha como tantas otras, a quien apodaban “La Torera”, porque desde su adolescencia había rodado de torero en torero y siempre andaba entre gente de coleta. Se decía que el célebre espada español Bernardo Gaviño fuera su primer amante y que muchas veces habíalo acompañado por distintas ciudades de la República cuando Gaviño iba a lidiar reses bravas aún desafiando a las partidas de indios bárbaros en las regiones del Norte.

El torero de Puerto Real Bernardo Gaviño Rueda
No obstante ello, el dictador se empeñó en que fuera suya, presa de uno de esos accesos de satiriasis que eran frecuentes en él. Y una hermosa tarde, vestido pomposamente con su uniforme de Generalísimo, descendió de su espléndida carroza frente a una casa de arrabal, que era su “garçoniere” y cuyo aspecto exterior no denunciaba el lujo con que se hallaba amueblada por dentro. Era el sitio escogido por Santa Anna para dar rienda suelta a sus instintos bestiales.

Ahí estaba ya “La Torera”, que con gran desparpajo recibió la presidencial visita.
Y tantos mimos y zalamerías empleó la antigua barragana de Gaviño con el dictador, que lo hizo despojarse de su brillante casaca, constelada de cruces y condecoraciones, de su albo chaleco de áureos botones y de su sombrero montado. Y así lo introdujo a la próxima alcoba, suplicándole que permaneciera allí en tanto que ella se ocupaba en cualquier menester; pero la pizpireta muchacha inmediatamente que desapareció el General se puso el chaleco, se encasquetó el sombrero de plumas tricolores, se enfundó en la levita llena de fulgurantes entorchados y empuñando el bastón que remataba un topacio, que usaba el dictador, abrió la puerta, se escapó de la casa y se fue a vagar por las principales calles de la ciudad de México.
Y como todo el que le preguntaba le decía la procedencia de aquellas fastuosas prendas, no hay para qué expresar el asombro, la sensación y las risas que provocó aquella salida de la popular hetera.
Cuando llegó a oídos del dictador la burla de que era objeto, fue acometido de un ataque agudo de rabia y los edecanes procedieron inmediatamente a aprehender a la despreocupada “margarita”.
La conseja no cuenta qué castigo se impuso a “La Torera”, pero es fama que desde ese día no se la volvió a ver por ninguna parte.
JOSÉ DE JESÚS NUÑEZ Y DOMÍNGUEZ
"Historia y Tauromaquia Mexicanas" (1944)

"La guerra de los pasteles" fue el primer conflicto bélico
entre México y Francia (1838)
Durante un enfrentamiento entre las tropas francesas y mexicanas en Veracruz en 1838, Santa Anna perdió una pierna. Hábilmente, el Napoleón de América ordenó que se organizara una ceremonia en honor de su extremidad caída en combate y el pueblo, conmovido por su sacrificio, lo aclamó como héroe de la Patria. Un crédito que tardó poco en destruir cuando, cuarenta días después del fallecimiento de su mujer, Santa Anna se quitó prematuramente el luto para casarse con la señorita Dolores Tosta. Si la vida son dos días, sólo hay una noche... así que vámonos de fiesta.

martes, 28 de mayo de 2013

Del Baratillo a Triana: así está Sevilla

"El sol poniente encendía apenas con toques de oro y carmín los bordes de unas frágiles nubes blancas que descansaban sobre el horizonte de los tejados. Caprichoso, con formas irregulares, se perfilaba el panorama de arcos, galerías y terrazas: blanco laberinto manchado aquí o allá de colores puros, y donde a veces una cuerda de ropa tendida flotaba henchida por el aire con una insunuación marina".
(Luis Cernuda).



Así está Sevilla. Con la explosión de la jacaranda y la genista, las damas de noche despuntando y los últimos azahares ya marchitos. Las flores de las Cruces de Mayo, en las esquinas del Baratillo y de Triana, tejen el olor de estos días. El sonido, al compás de cantes y palmas, corre a cargo de las verbenas; mientras que todo el mes sabe a caracoles, que se sirven en cada barra, donde se acodan hombres con gorra. Cada barrio tiene su Cruz y una pequeña hueste -pequeña no por tamaño, que también, sino por juventud, puesto que los costaleros son niños- que la pasea con orgullo por sus calles. También presumen de la Virgen María Auxiliadora mientras la luna llena, reventona como la primavera, va asomando entre la Torre del Oro y la plaza de toros. Cuando regrese a Sevilla ya habrá brotado el jazmín.


lunes, 27 de mayo de 2013

Cruces de mayo en la copla

Una Cruz de Mayo en 1922

Un bonaerense criado en Sevilla, Salvador Valverde (1895-1975), es autor de una de las coplas más hermosas de las que discurren en Triana: "La Cruz de Mayo" (1921). Para musicarla, se cruzó en su camino el genial Manuel Font de Anta, de quien ya hemos hablado aquí con motivo de sus marchas procesionales. De inmediato, todas las estrellas de la época se disputaron aquella Cruz de Mayo: Pastora Imperio, Amalia Molina, Paquita Escribano... Apenas diez años después, rozando la década de los treinta, Valverde unió su destino a Manuel López Quiroga. Y a continuación, al joven poeta Rafael de León.
 
El mocito parose tras la cancela,
contemplando la hermosa fiesta gitana,
preguntole a mi madre: ¿Qué es eso, abuela?
La mejor Cruz de Mayo que hay en Triana.

Derramó en la batea cuanto tenía,
en el patio metiose muy decidío,
y, aunque toditos los ojos le sonreían,
se fijaron sus ojos solo en los míos.
Lucerito de la noche,
me dijo al verme bailar,
tú eres de luz un derroche,
quién te pudiera robar,
lucerito de la noche.
Cruz de Mayo sevillana,
Cruz de Mayo
que en mi patio levanté,
te echaré muchas más flores,
si consigo su querer,
Cruz de Mayo sevillana.
Se pasaron los años en un segundo,
Y se hundieron mis sueños de chavalilla.
Me sentí el alma rota, cansada del mundo,
y, una noche de mayo, volví a Sevilla.
Se escuchaban las coplas en la plazuela,
Me acerqué a mi casita limpia y galana,
y quedé contemplando, tras la cancela,
la mejor Cruz de Mayo que hay en Triana.
En la Cruz de la alegría
yo sólo vine a rezar,
por el dolor de mi vida,
y nadie me vio llorar,
donde todo el mundo reía.

En 1958, el mismo año del maravilloso y sensual "Cordón de mi corpiño", Antoñita Moreno grabó la copla "Al pie de la cruz de mayo", obra del letrista gaditano Salvador Guerrero y del cordobés Carlos Castellano.
 
Se paró ante mi puerta, casi temblando
diciéndome serrana, yo quiero hablarte
y junto a los jazmines, me fue jurando
quererme pa´los restos, sin olvidarme.
Me sentí la mujer más feliz de España
su palabra marchosa, yo le creí
y a la sombra morena de sus pestañas
en el patio florío, le oí decir...

Cruz de Mayo que a tus plantas, rompe el silencio Sevilla.
Cruz de Mayo pura y blanca, retablo de maravilla.
La persona que yo quiero, me lo tiene que jurar
al llegar el mes de Mayo, que pa´mí sola será.
Cruz de Mayo cancionera, de mis sueños y penillas.
Dios te puso pa´que fueras sí... que sí
Cruz de Mayo sí... que si... retablo de maravilla.

De Sevilla el mocito se fue cantando
prometiendo escribirme todos los días
y al pie de la Esperanza quede rezando
esperando su vuelta con alegría.
Pero el tiempo pasaba y aquella carta
que en mis noches soñaba... nunca llegó
y entre risas y coplas con voz amarga
otra noche de Mayo cantaba yo.
 

sábado, 25 de mayo de 2013

Razones de la euforia equina

Repesco una crónica que escribí en el San Isidro de 2012. Como no ha cambiado nada desde entonces y está de moda el reciclaje, ahí va.
 
 
Tras dos tardes de fiascos isidriles, el sábado me acerqué a Las Ventas con una curiosidad meramente sociológica: decidí analizar al público de las corridas de rejones y realizar un minucioso informe titulado: “A caballo ellos son felices mientras que a pie nos deprimimos. Razones de la euforia equina”. Con ese objetivo me dirigí a Las Ventas en tarde bochornosa y lo primero que presencié fue la multiplicación de los niños y las tarteras. Todo el mundo llevaba en la mano una tartera. O en su defecto un niño. También comprobé que la vestimenta del paisanaje variaba de una corrida de toros a un festejo de rejones: en los jacos se veía más colorín, más polo de rayitas y menos camisa ceniza. Eso sí: cuando atravesé el patio de arrastre no reconocí ni a la muchacha que reparte el programa de mano. Todas las caras me resultaron nuevas, sonrientes y distendidas. Rostros sabáticos. Allí no se veían esas miradas asesinas del abonado que un martes ha salido tarde del trabajo, a poco se mata derrapando en el metro y llega a la plaza echando el bofe y, de paso, la bilis por el último petardo venteño. Estoy convencida de que los rejones alargan la vida mientras que el toreo a pie le pega un tajo de varios años. Y no es para menos: el ambiente bullanguero se apreciaba desde que sonaron clarines y timbales. El paseíllo de los jacos dura diez minutos y es amenizado por la banda de música que no se priva de nada: “Francisco Alegre”, “La morena de mi copla”… salvo “Mi jaca”, interpreta todo el repertorio. A las siete y diez, cuando habitualmente en una corrida a pie ya se ha derrumbado el primer toro, en los rejones todavía van por el paseíllo, con los caballitos pegando cabriolas por mitad del redondel al son de los pasodobles.

Al no ser motivo de mi estudio, no analicé en profundidad cuántas banderillas clavaron por toro ni cuántos bichos componían la caballería. Con la jarana y el palmoteo, reconozco que perdí la cuenta. Porque en los jacos se aplaude mucho. Parece que la plaza se va a caer en cada faena. A veces, incluso, el manoteo se realiza al compás de los caballos: al paso y al trote aún es posible seguir el ritmo, si bien al galope llega la más profunda descojonación. Por no hablar de las orejas, que se piden con un fervor ilimitado. En el ecuador de la embriaguez, mientras un caballo solitario corría cerca del tendido 2 y su caballista daba la enésima vuelta al ruedo, vi cómo alguien del público arrojaba una sandía con vehemencia.


Tampoco crean que es oro todo lo que reluce: en los rejones también se echan toros al corral. Algunos asuntos son universales a pie, a caballo y a cohete. Un poco antes de salir los cabestros, una mujer muy emocionada exclamó:
- ¡Va a salir Florito… y eso no se ve todos los días!
¡Ay, señora, si yo le contara! Cuánta ternura e inocencia se respiran en los jacos (aunque reconozco mi decepción al ver que Floro no apareció montado a caballo para dirigir a sus bueyes). Allá donde fueres haz lo que vieres, Floro.
Dejando a un lado detalles así, este sábado casi contemplé dos Puertas Grandes. Y digo “casi” porque me largué al cuarto, por lo que me quedé con la duda de quién saca a los jacos en hombros. Da lo mismo. El meollo de la cuestión es el siguiente: ¿cuánto tiempo hace que no vemos cortar cinco orejas en Las Ventas? ¿Desde cuándo no enloquece la plaza de Madrid? ¿Los aficionados del toreo a pie somos masocas o sencillamente pringados?


Todas estas dudas me asaltaban hasta que llegué a casa y repasé otras noticias de la actualidad taurina. En Jerez, Padilla y Cayetano se habían repartido seis orejas con una corrida de Juan Pedro Domecq. El día anterior, en la misma plaza gaditana, El Juli, El Fandi y Manzanares pasearon ocho apéndices y un rabo ante toros de Núñez del Cuvillo. Un poco más tarde, el domingo, en Valladolid, Morante, El Juli y Manzanares cortarían cinco orejas a seis ejemplares de Victoriano del Río.
Fue entonces cuando llegué a la conclusión de mi análisis ecuestre: poco a poco, el toreo a pie también se está contagiando de la euforia equina. Los caballos, por motivos obvios, nos sacan algunas cabezas de ventaja, pero el recorrido es el mismo: menos exigencia, más tarteras y grandes dosis de alegría pal´cuerpo. Todas las plazas, antes o después, irán cayendo. O cambiamos el rostro de mala leche, compramos camisas multicolores y le cogemos gusto al circo o nos aficionamos a otra cosa. Ésta es la Fiesta que viene a galope tendido, queramos o no.
En cuanto a mí, con todos mis respetos, no sirvo para los jacos.
 

jueves, 23 de mayo de 2013

Moustaki, con su cara de forastero, de judío errante, de patriarca griego


Georges Moustaki, Edith Piaf
y el secretario personal de ésta, Ginou Richer

Ha fallecido Georges Moustaki, compositor de la canción Milord (1959) que catapultó internacionalmente a Edith Piaf. La letra describe el encuentro entre una prostituta y un hombre rico que, dolido tras un desengaño amoroso, busca consuelo en un cabaret del puerto.

Allez, venez, Milord!
Vous asseoir à ma table;
Il fait si froid, dehors,
Ici c'est confortable.
Laissez-vous faire, Milord
Et prenez bien vos aises,
Vos peines sur mon coeur
Et vos pieds sur une chaise
Je vous connais, Milord,
Vous n'm'avez jamais vue
Je ne suis qu'une fille du port,
Qu'une ombre de la rue...


En una entrevista publicada en 2007, el propio Moustaki narraba la presentación de Milord durante un recital en el Carnegie Hall, una de las salas de conciertos más prestigiosas de Manhattan:

La primera vez que triunfó en Estados Unidos fue en el Carnegie Hall. Hasta entonces, siempre se la había considerado una cantante de segunda […] Después del recital en el Waldorf, Marlene Dietrich la felicitó. No existía nadie más que ella, Nueva York estaba a sus pies. Milord contribuyó a ese éxito. Era una canción que había dejado después de hacer el borrador, hasta un día en que encontré la hoja garabateada al lado de la máquina de escribir que ella me había regalado y la retomé. Cuando escribí la palabra fin, me encontré a Edith sentada en una silla detrás de la puerta de la habitación. Estaba esperando a que terminara el texto (Marguerite Monnot debía componer la música). Yo tenía apenas 24 años y, después de un año viviendo con ella, arrastraba la imagen de un gigoló arribista. Edith convocó a la prensa en Maxim's para presentarme como el autor de Milord [...] Ella dice: "Voy a grabar la canción de un gran gilipollas" y entona Milord.

Edith Piaf y Georges Moustaki en la playa de Deauville (1958)

Moustaki y Piaf se habían conocido un año antes, en París:
Tenía 23 años cuando me encontré con la Piaf […] En aquel entonces, yo daba mis primeros pasos en el escenario de La Colombe y de otros cabarés de la orilla izquierda. Si bien había escrito algunas canciones inspiradas por la Piaf, no había intentado ponerme en contacto con ella para enseñárselas. Había bastante gente que podía impedírmelo y yo tenía tiempo de sobra para hacerlo […] El apartamento de Edith, al que había llevado consigo un piano de cola, no era oscuro, sino amplio, desnudo y luminoso. Estaba situado en el bajo, con grandes ventanales hasta el suelo que se abrían a un pequeño jardín. En cuanto llegamos, Crolla [en referencia al guitarrista Henri Crolla] me elogió ante la Piaf. Ella quiso escucharme inmediatamente […] Yo no estaba afeitado -Crolla me había recogido nada más despertarme- ni preparado para cantar. Cumplí sin ganas y muy intimidado por ella y por todo su círculo de cortesanos (secretarios, autores, compositores, amigos y gorrones). Colé en medio de mis canciones Le gitan et la fille, que había escrito pensando en ella. La destrocé completamente. Me encontró lamentable, con toda la razón, y seguramente muy conmovedor al mismo tiempo. No hubo flechazo, pero sí una complicidad inmediata. Enseguida se mostró conmigo a la vez benévola y burlona. Dijo: "Tengo la impresión de que no me conoces muy bien. Ven esta tarde a escucharme en el Olympia... ¡Si es que sabes dónde está!".

[…] A los dos días, después del espectáculo y de la cena, nos quedamos solos, Edith y yo, en su casa del bulevar Lannes. Me propuso un café, una copa o un baño caliente. Opté por el baño. Esto la divirtió. Luego, como era muy tarde, murmuró: "Deberíamos irnos a dormir" […] Una noche la desperté hacia las cuatro de la madrugada para hacerle escuchar una canción que acababa de terminar, T'es beau, tu sais. Saltó de la cama para escucharla. Es poco decir que la canción era su vida. En casa era una buena mujer, pequeña y un poco encorvada, de salud precaria. Cuando cantaba era hermosa, deslumbrante y risueña. La he visto llegar radiante al Olympia para una sesión matinal cuando tres horas antes estaba enferma de muerte.

[…] Su dependencia del alcohol fue el motivo de nuestros problemas. Cuando nos volvimos a encontrar, se hizo la promesa de dejar de beber para merecerme. Comprendí muy tarde que bebía cerveza a escondidas en el cuarto de baño. Salía de allí roja como la grana, con exceso de energía y agresiva. Yo pensaba ingenuamente que lo de los cambios de humor era algo innato en ella […] Pasé un año tan apasionante como doloroso con esta mujer a la vez autoritaria y sumisa, femenina y cortante. Acabé por dejarla.
Con los años, Moustaki compondría una de sus canciones más hermosas: Le Métèque (1969).

Avec ma gueule de métèque
De Juif errant, de pâtre grec
De voleur et de vagabond
Avec ma peau qui s'est frottée
Au soleil de tous les étés
Et tout ce qui portait jupon
Avec mon cœur qui a su faire
Souffrir autant qu'il a souffert
Sans pour cela faire d'histoires
Avec mon âme qui n'a plus
La moindre chance de salut
Pour éviter le purgatoir.


Crónica del 22 de mayo: "No queda sino batirse"

"En aquellos tiempos, la capital de las Españas era un lugar donde la vida había que buscársela a salto de mata, en una esquina, entre el brillo de dos aceros"
(El Capitán Alatriste - Arturo Pérez-Reverte)


Fandiño salió ayer al ruedo de Las Ventas a dentellada limpia. Como aquellos viejos soldados de nuestros tercios de Flandes, con la espada ropera y la vizcaína siempre a mano. Y es que en Madrid, parafraseando a Quevedo en la novela de Pérez-Reverte, no queda sino batirse. Vino, pues, el de Orduña, hecho un jabato, a puro güevo, y sin ponerse bonito. Ni falta que le hacía. Toreó de verdad, desbocado a veces, irreflexivo (los estatuarios quizás no fueran el mejor pase para fijar la embestida en el comienzo de faena), temperamental y ligado. Mató por arriba a costa de jugarse la vida. Cuando estaba igualando al toro, un listo le gritó desde el tendido que se le iba sin torear. Cosas de Madrid. El parte de guerra fue una cornada de 25 centímetros que lo va a dejar un mes apartado del frente. Ni con el muslo derecho abierto quiso irse a la enfermería hasta no ver doblar al de Parladé. Luchó como una fiera en brazos de los hombres de su cuadrilla para que lo dejaran en el ruedo. Un guerrero.
 
 
¿Y con qué toro se enfrentó Fandiño a cara de perro en las trincheras venteñas? Paradójicamente, se llamaba Grosella, pero de dulce o mermelada tuvo poco. Era un Parladé encastado, que galopaba como un torbellino, algo alocado y que iba con la cara suelta. No apretó en el caballo -Fandiño lo dejo crudito- y se dolió en banderillas, por tanto, no fue bravo, pero sí emocionante y fiero, con peligro por el pitón izquierdo.
 
 
El resto de la corrida resultó espesa. Al lado del Cid y Luque, cualquier torero parece la reencarnación de Belmonte. Cielos, qué sopor. Cuánta vulgaridad. Son una cruz a cuestas. El cuarto Parladé, de nombre Bonito, sí que fue para sacarlo en los postres, y no Grosella. Manuel Jesús -quién lo ha visto y quién lo ve- anduvo pegándole cucharada va y cucharada viene y la faena acabó por empacharnos.
 
 
Y hoy ya vuelven los del pañuelo asomando por el bolsillo de la chaqueta hablando de pellizco y el tarro de las esencias. Personalmente, prefiero los tercios de Flandes.

El siempre puntero @Dominguillos publica en Twitter
esta imagen con el siguiente mensaje:
"Hace muchos años que Antonio Machado
escribió acerca del tipo que gritó: -Se va sin torear".
 

martes, 21 de mayo de 2013

Sobre Pedraza de Yeltes: las debilidades y pasiones de cada aficionado son inexpugnables

Un refrán dice que el campo envejece, empobrece y embrutece. Tener una ganadería brava también. No es ésta profesión para hombres que se afligen con los caprichos del devenir. Estoicismo, voluntad, perseveracia, paciencia, grandes dósis de realismo y, por supuesto, romanticismo son cualidades indispensables de todo buen ganadero. ¿Los hombres de Pedraza de Yeltes poseen estas condiciones? Se sabrá mañana, cuando tengan que regresar a ese campo que los curte con dureza, pero me consta que son tenaces. Y, desde luego, bravos.


A Las Ventas vinieron con una corrida de toros, cuatreña y lustrosa. Seleccionaron con esmero ocho ejemplares, todos hijos de vacas y sementales que presagiaban lo mejor. Incluso amaneció despejado, con ese cielo plácido que sólo posee Madrid. Luego, la suerte, las circunstancias, un desafortunado golpe contra un burladero, quién sabe si algo más, quizás algún hábito en el manejo diario, chafaron sus deseos. Los suyos, los de los toreros y los del aficionado, que anhelaba -que anhelábamos- que aquellos dijes embistieran sin descanso. Pedraza ha sido durante este invierno como la Ítaca de un guerrero veterano que sueña con volver. Con encontrar su refugio a orillas del Yeltes. Hacen falta ganaderías así: jóvenes, bravas, románticas que, en definitiva, ilusionen. Fuimos muchos los que apostamos por ella en Madrid y, estas jugadas, ya se sabe, sólo tienen dos desenlaces posibles: ganar o perder.


Algún día, Pedraza regresará a Las Ventas y podrá solicitar su revancha. Hasta entonces, hay que continuar en el frente de batalla. Y los aficionados cabales, seguir siendo fieles. Por ello, en esta ocasión, pido disculpas por mi falta de objetividad y, sobre todo, por no escribir esto dentro de unas horas, con la mente fría. Es una faena hecha al calor -y al disgusto- del momento. No pretendo ser imparcial con esta ganadería. Las debilidades y pasiones de cada aficionado son inexpugnables. A menudo, incluso, incomprensibles.


Por supuesto, el reconocimiento y respeto para los tres matadores que han hecho el paseíllo este martes. Sobre todo a David Mora, que se ha jugado la vida con hombría ante el sexto y no ha dudado en salir a cuerpo limpio del burladero para hacerle el quite a un compañero de cuadrilla. Eso también es el toreo.


Por hoy, aficionados, toreros y hombres de Pedraza, apaguemos la luz y dejemos de pensar en lo que fue y debió haber sido. Lo será en otra ocasión. El campo envejece, pero también premia a los perseverantes.

La historia de una moza despechada en el Valle del Terror

"Mira que yo bordaré
sábanas para los dos".
 
Joaquín Agrasot

El Tiemblo es, como todos los aficionados a los toros saben, además de un pueblo de la provincia de Ávila, una de las estaciones de penitencia del Valle del Terror. O al menos lo era, antes de que la Fiesta se dulcificara como los merengues de una sofisticada confitería. En esta localidad se desarrollaban unos tientos compuestos por los hermanos Marcos y Rafael Jaén García, y grabados por Marifé de Triana en 1964.
 
 
En esta copla, una mocita casadera espera a la buhonera que viene desde Ávila con el ajuar para su boda. Explica el diccionario de la Real Academia que un buhonero proviene de la palabra buhón, que procede a su vez de la onomatopeya buff: "expresiva de la palabrería del buhonero para ensalzar su mercancía". Por tanto, un buhonero es lo que hoy conocemos como un vendedor ambulante.   

Lucas Robiquet

El pregón del pregonero
dice que la buhonera
trae las cosas que yo quiero.
Viene de Ávila cantando
entre sierras y pinares
porque lleva en las alforjas
de mi boda los ajuares.

Cantan las alondras
de mi corazón
en cuanto resuena
en el pueblo el pregón.
Ya llegó la buhonera
con su alegre mercancía,
canta Rosa la del Tiemblo.

Compra que hoy es un gran día,
todo le florece, los ojos, la boca,
pensando que pronto me voy a casar.
Y su nombre bordó
con hilo de besos, con hilo de besos,
en todo mi ajuar.

El mocito que adoraba,
me dejó esta primavera,
moza que perdió su novio
no tendrá ya quién la quiera.
Por eso me aúlla
un mal lobo ladrón
en cuanto resuena
en El Tiemblo el pregón.

Ya llegó la buhonera
con su alegre mercancía.
Llora Rosa la del Tiemblo
tú no tienes alegría.

Marchitó mi boca cual flor en invierno,
la escarcha del campo
secó mi canción,
se apagó el lucero
que ardía en mis ojos
bordando aquel nombre de mi perdición.
Cierre madre,
el portón y la cancela,
moza que perdió su novio
no tendrá ya quién la quiera.
 
Jacques Barcat
 
La letra de estos tientos guarda cierta semejanza con una emocionante copla que popularizó el cantaor de Utrera Enrique Montoya. Aquella Rosa la del Tiemblo terminará siendo una "señorita", al igual que la lorquiana doña Rosita la soltera...
 
 
Lleva ya casi un siglo
con un nombre en la boca,
y jamás lo pronuncia
delante de la gente.
Es el nombre de un hombre
que bordó como loca
en sábanas de hilo,
desesperadamente.
Cuando llega la noche
su pesar desemboca
en canción sin palabras,
amarilla y doliente.
Y en el mar del espejo
su sonrisa retoca
por si acaso aquel hombre
volviera de repente.
Señorita,
la llaman el juez y el escribano,
que conocen sus años
y su pena infinita.
Señorita,
el muchacho, el niño y el anciano,
cuando vuelve del rezo
o sale de visita.
Y al mirar sin anillo
la nieve de su mano,
el pueblo soberano
la llama señorita,
señorita, señorita, señorita.

Señorita,
le dice la gente maliciosa,
al notar su pintura,
apagada y marchita.
Señorita, el cartero
al verla ruborosa
preguntar por la carta
que tanto necesita.
Y ella misma al mirarse
tan sola y ojerosa,
con rabia dolorosa,
se llama señorita,
señorita, señorita, señorita.
 

domingo, 19 de mayo de 2013

Crónica del 19 de mayo: "De gris plomo a azul Sorolla"


- Que es una nube na´más, joder.
- Gilipollas: y tú decías que cuarenta por ciento de probabilidad de lluvia.
- Esto es hielo pal´cubata.
- Tendríamos que haber comprado los ponchos en un chino.
- ¡Compadre, compadre, vamos dentro que esto va a más!


Y mientras, en el ruedo cuajado de granizo, bajo un cielo roto en dos, Diego Silveti toreaba. La gente no le miraba. No podía. Quizás por eso le pidieron la injustificada oreja porque, entre que se ponían a cubierto y sorteaban pedazos de hielo, no se enteraron de nada.


La mejor faena de la tarde estaba aún por llegar. Fue en el cuarto, un remiendo de Carmen Segovia que sorteó Juan Bautista. Trasteo de más a menos, con un arranque por doblones, bordando pases por bajo hasta llevar al toro a los medios. Le sienta bien al francés dejar colgado en el armario del hotel el vestido gris plomo y oro. El azul de este domingo relucía como el agua turquesa de un cuadro de Sorolla. Después de tantas tardes de vulgaridad, varias miles de almas respiramos aliviadas con la clase de Bautista que, por supuesto, se afligió al final. Cuando su toro dobló, tras una gran estocada, el granizo ya se había derretido en el ruedo y una luz ambarina comenzaba a resbalar por las andanadas. Oreja de torería y naturalidad. Serena, como el atardecer posterior a la tormenta.

 
Tocó pelo también Juan del Álamo en el quinto, al que, oportunamente, hizo galopar tras darle sitio. Otro premio, como el de Silveti, excesivamente generoso. La exigencia de Las Ventas se disuelve con el agua de mayo. Los hombres de campo bien saben que las fieras se amansan con la lluvia. Lo más destacado de Del Álamo, excesivamente brusco en la muleta, llegó con el capote, que manejó con gusto, suavidad y ajuste. Unido al remiendo de Carmen Segovia, sorteó, sin duda, el mejor lote de Fermín Bohórquez: dos toros con el sello de Murube, segundo y quinto, de  enorme clase y franca embestida.

 
Fue la mejor tarde de lo que llevamos de feria. El toro, como el tiempo en primavera, siempre guarda una sorpresa. De gris plomo a azul Sorolla.